Domingo 11 de mayo 2025

Miguel Mazzoni, un caballero del deporte

Redacción 11/05/2025 - 10.25.hs

Es integrante de una de las familias más reconocidas en el ambiente de los fierros en nuestra provincia. Pasó toda su vida, desde la infancia, entre motores compitiendo en motos y ahora en el Supercar.

 

MARIO VEGA

 

¿Dónde está el placer por la velocidad, por el vértigo, por el riesgo de conducir un vehículo a todo lo que su motor puede dar? Los que practican deportes como automovilismo, o motociclismo, lo hacen, obviamente con un afán competitivo, pero también para saciar las ganas de experimentar sensaciones intransferibles. Esas que sólo puede ser percibidas por quien conduce a altísima velocidad –si de esto estamos hablando--, y que aunque se quisiera participar a terceras personas para que entiendan de qué se trata eso no resulta posible. Porque sólo el que va arriba de un vehículo lanzado a toda velocidad puede saberlo a ciencia cierta.

 

Deportes extremos.

 

Es verdad que hay otros deportes extremos, como el paracaidismo, subirse a un parapentes, practicar surf, buceo, o alpinismo. Son muchos y variados. Y hay personas osadas que se les animan a todos ellos.

 

No sería mi caso. Ni el de muchos que le escapan a ese peligro que para mí resultaría innecesario. ¿Signo de pusilanimidad o de miedo de mi parte? Puede ser, pero que se entienda. No es que no me llamen la atención aquellas disciplinas --es imposible decir que no son atractivas para un espectador--, pero aunque admiro a quienes los practican sé que jamás me atrevería.

 

En lo personal me gustan más los juegos que tienen que ver con una pelota. Y sí, creo que son más seguros. Y no importa se me juzgue como temeroso.

 

Quizás por esa condición de medroso es mayor mi admiración por los que sí se animan a deportes de riesgo.

 

Los Mazzoni y el deporte.

 

Los Mazzoni son, desde hace décadas, referentes ineludibles del deporte motor –motos y autos--, pero también han tenido cercana vinculación con el ciclismo. Es una suerte de dinastía que comenzó con los mayores, y se prolongó en la prole. Carlos es hijo de “Pepino” y Baby y Miguel de Fiume.

 

El ciclismo fue el inicio de una vida de competencias de los hermanos mayores, que luego se volcaron al motociclismo con gran suceso porque han sido animadores de hermosas carreras de ruta; aunque también brillaron en circuitos como “el anillo embrujado” del Club General Belgrano. ¡Cómo no recordarlos!

 

Miguel sigue firme.

 

A ellos les siguió la saga que con las motos mostró virtudes que, en más de una oportunidad, terminaron con los pilotos de la familia en lo más alto del podio.

 

Miguel es el que continúa vinculado a las competencias, pero ahora en automovilismo. Corre en el Supercar Región Pampeana desde el 2001, y se ha convertido en el piloto que defiende con su Falcon, de muy buena manera, la marca Ford.

 

Empezó a correr como acompañante de Daniel Tarquini, a quien después de una temporada le compró el Falcon para hacerse cargo del volante que desde entonces nunca abandonó. Al punto que es el competidor que más años lleva en el Supercar.

 

Hincha de Ford.

 

Ni los avatares económicos a que nos expone todo el tiempo nuestro bendito país consiguieron desanimarlo… siempre la pasión por los fierros pudo más.

 

Los que siguen la categoría saben que ha sido constante animador, casi siempre peleando por los primeros lugares, y supo mantenerse entre los diez primeros al final de cada campeonato. Incluso, un año que el Supercar contaba con nada menos que 47 participantes quedó quinto en el escalafón.

 

Se ríe al comentar que es verdad que es “hincha de Ford”. Paradójicamente bien distinto a las preferencias de su padre, Fiume, y su hermano Pablo (“Baby” para todos): “Papá era de Chevrolet y de Rácing igual que mi hermano; y yo soy de Independiente y de Ford… pero todos igualmente apasionados”, comentó.

 

Lleva toda una vida ligada a los motores, y las carreras de motos y autos han sido mucho más que un simple hobby. En todo caso resultaron el ámbito donde encontró esos momentos de emoción y adrenalina que, al cabo, resultan un acicate y una vía de escape para los problemas cotidianos.

 

La familia.

 

Miguel Ángel Mazzoni (67), hijo de Fiume (fallecido), y de Marta que hoy tiene 93 años. Pablo es su único hermano, tan fanático como él por los fierros.

 

Casado con Graciela Gómez, tienen dos hijos. Alesandra de 33 años está casada con Axel Díaz (de Carlos Casares), y está viviendo en Madrid. “Ella es licenciada en Bromatología, dedicada a la Tecnología Alimentaria y es Master en Nutrición”, precisa Miguel.

 

Desde hace muy poquito Miguel y Graciela se convirtieron en abuelos, porque en España nació Faustina el pasado 2 de abril. “Mi esposa va a ir en algunas semanas a conocerla… y yo por ahora me conformo con las videollamadas”, expresa él.

 

Básquet comentado en inglés.

 

Andrea es el hijo varón que por estas horas se encuentra en Santa Rosa, pero que vivía en Córdoba donde se recibió de profesor de Música, aunque parece que no ejercerá como tal. “Ya veremos… Tal vez vuelva a Córdoba, pero no es mi proyecto dar clases”, dice el joven ante mi sorpresa.

 

Si bien está muy feliz que Andrea esté por aquí, y lo expresa, Miguel se fastidia porque el joven --que habla perfectamente el idioma de Shakespeare--, lo hace ver películas y partidos de básquet de la NBA… “¡Pero en inglés! ¡Querés creer! Mira básquet y pone el audio de los norteamericanos… le pido que lo ponga en castellano y me contesta que allá saben más y lo comentan mejor”. Lo dice como renegando pero, me parece, en el fondo muestra cierto orgullo que Andrea hable con tanta naturalidad un idioma que Miguel entiende poco.

 

Los estudios.

 

En el comercio que abrió hace nada menos que 45 años –“Motocentro”, venta de repuestos--, Miguel acepta charlar sobre su vida. “Sí, santarroseño hasta la médula… Hice la primaria en la Escuela 2; y el secundario en el Nacional. ¿Compañeros del Nacional? Me voy a olvidar de varios, pero te menciono algunos con los que nos sabemos juntar: Carlitos Fernández, César Álvarez, el más chico de los Garbarino, Guillermo Devoto, Carlos Camiletti, Mirta Olivo, Susana Folgueras... Esa etapa del secundario fue hermosa”, resume.

 

Recuerda que en algún momento intentó estudiar Abogacía en La Plata, pero no aguantó demasiado y decidió volver y ponerse a trabajar. Un tiempo lo hizo en Elgea, la fábrica de batería de los Gambulli, que estuvo ubicada en la calle Pico.

 

Siempre el deporte.

 

Vivió una adolescencia signada por el deporte. “Un poco de todo… natación en El Prado (en la época de Omar Lastiri como entrenador); básquet en Fortín Roca donde el técnico era Pepe Viano y estábamos con Daniel González Savioli, Nelson y Guillermo Teves, Tucho Arias (Julio Chiri), Daniel Pérez, Carozo Echeverría… ¿Fútbol? Picaditos con amigos, pero nada más”, completa.

 

En esa época llegaron las primeras salidas, a los boliches de moda, como Kascote y Café Maurice. En una de esas incursiones conoció a Graciela, su esposa. “Gran aguante…”, le digo. Y sonríe Miguel: “Fijate que llevamos mucho tiempo juntos: doce años y medio de novios y 37 de casados. Una vida…”.

 

Motocentro, 45 años.

 

En Cervantes 733 funciona su local de venta de repuestos, que atiende religiosamente desde hace décadas. En la parte de atrás está el taller que lleva adelante su hermano Baby. “Él se dedica a la parte mecánica… y por mi parte estoy con el negocio…”, señala Miguel.

 

Y trabaja mucho, porque mientras conversamos es incesante el ingreso de clientes.

 

Andrea permanece en el lugar mientras conversamos, y Miguel suelta un comentario señalando el mostrador: “Me parece que él tiene que venir a hacerse cargo de esto”. El muchacho sólo escucha y sonríe, aunque me pareció que Miguel no va a tener suerte con eso.

 

Miguel, el motociclista.

 

Hubo una época gloriosa del motociclismo provincial, allá por los finales de la década del ‘70 y primeros años de los ‘80. Más de medio centenar de deportistas ofrecían grandes espectáculos con las motos 105cc, a las que les extraían un rendimiento extraordinario.

 

Esos pequeños bólidos alcanzaban velocidades espeluznantes, considerando su tamaño no demasiado grande. En los talleres se los preparaban con ahinco, con una dedicación que hacía que se superaran en cada prueba.

 

Aquellos campeones.

 

Dante Gariglio, José Luis Sosa, Rolando Gambulli, Eduardo Giménez, Luis Ricardo Rojas, Miguel Gugliara, Tory Casais, Miguel Terrani, Lino Zotelle y Miguel Mazzoni, entre otros, eran los grandes protagonistas. Fue en 1979 que, con la preparación a cargo de su hermano Pablo, Miguel fue campeón pampeano, en un logro que sería inolvidable.

 

A la distancia vuelve sobre esos viejos buenos tiempos. “Fue hermoso… a mi me gustaba más correr en autódromo, en el asfalto, aunque algunas carreras de ruta disputé, y también pero sólo un poco en speedway”, cuenta.

 

Inauguró todos los autódromos.

 

Con el tiempo la actividad iba a ir decayendo, y un día Miguel probó con el Supercar, primero como acompañante –en tiempos en que estaba reglamentado que existiera--, y después directamente al volante.

 

Como quedó dicho es uno de los pilotos destacados, y tiene un privilegio que ningún otro competidor puede igualar: participó como corredor en las inauguraciones de los autódromo de General Pico, Eduardo Castex, Santa Rosa (en la ruta 5) y el Autódromo Provincia de La Pampa. Casi puede decirse que es testigo privilegiado de la historia, tanto del motociclismo como del automovilismo.

 

La moto es más riesgosa.

 

Mi pregunta del principio tiene alguna respuesta. “¿Por qué corro? La sensación es indescriptible: en un momento sos sólo vos y el auto… Y te digo, no creo que sea peligroso, porque en una curva por ahí te vas afuera con el auto, o hacés un trompo y no pasa nada… El mayor problema en el automovilismo es el momento de la largada, pero después es tranquilo”, afirma.

 

Admite no obstante que con la moto “quizás es distinto; y sucede que tenés que tener edad para eso… Es más arriesgado y hay que estar muy atento, porque te equivocás y te cepillaron. Sí, es más factible que pueda haber alguna caída y golpes”.

 

Es que basta ver cómo se recuestan las motos en una curva –se inclinan tanto que el piloto llega a rozar el asfalto con su rodilla--, y no puede menos que pensarse que “es de locos”. Demasiado arriesgado para mi gusto, le comento a Miguel que se ríe porque para él ha sido algo que formó parte de su vida desde siempre.

 

Un caballero.

 

Miguel Mazzoni gusta de la vida ordenada y en familia, y sí tiene esa locura –o la necesidad-- de la velocidad. En el ambiente se lo reconoce como buena persona --¡qué mejor título que ese!, Miguel-- y como un verdadero caballero de las pistas. Por eso se lo quiere y respeta.

 

En estos tiempos trabaja en su comercio, pero no abandona su condición de deportista. Porque además de correr en Supercar sale con habitualidad a hacer 30 ó 40 kilómetros de pedaleada por día, “y 80 los fines de semana. Pero a mi ritmo… por ahí salimos en grupo y algunos muchachos empiezan a rodar más fuerte y entonces les digo: métanle nomás. Yo no tengo apuro”.

 

Por otra parte expresa que quiere volver a hacer natación, porque debe ser “el más sano” de los deportes.

 

Un conductor prudente.

 

Sorprende cuando dice que cuando viaja en auto no maneja mucho más allá de los 110 kilómetros por hora. ¿Él, que siempre anduvo a fondo?. ¿Será cierto? “Sí, pasa que andar en ruta es más peligroso que un autódromo… porque se ve de todo manejando y ciertamente hay riesgos. Pero en la pista todos saben conducir, y además vamos todos para el mismo lado…”, reflexiona.

 

Corre “para divertirse y pasarla bien. A otros les gustan otras cosas, y a mí me gusta correr en autos… Es simple”, sostiene, casi como respondiendo a quienes se asombran que su pasión, después de tantas décadas, siga intacta.

 

Miguel Mazzoni, empedernido amante de los fierros y un deportista cabal. Bien vale que se lo reconozca. Sin dudas.

 

Aquel debut fallido.

 

Risueñamente, evoca Miguel Mazzoni su primera presentación en motociclismo que, es verdad, no terminó de la mejor manera. Su actuación aquel domingo de hace varias décadas se redujo a unos pocos metros.

 

“Era una Vuelta de La Pampa en ruta y se largaba desde la Shell que está en Avenida Luro, y duré poquito. Corrí nada más que hasta la ‘Rotonda de los Cañones’ porque ahí me pegué un porrazo… y me quebré una muñeca”, dice mientras se mira el brazo como si estuviera reviviendo aquel momento.

 

Pero después se afianzó tanto que llegó a ser campeón y gran protagonista varios años en el motociclismo lugareño.

 

Miguel también se ríe al evocar cuando Tito Zarelli –otro personaje del deporte motor- le decía “Mamadera”, porque era el más chico del grupo y lo cuidaban. Pero hay otro apodo que le sienta mejor: “Alguno me decía ‘Príncipe’, porque no me ensuciaba en el taller mientras trabajaban en el auto…”, completa.

 

Actualmente el piloto confía la preparación de su Falcon a Antonio Gioppo y a sus hijos Mauro y Lucas.

 

Una vida en tres imágenes.

 

Con la madre.

 

En la última prueba en que participó en el autódromo estuvo presente su mamá Marta, que tiene 93 años.

 

Campeón.

 

Tiempos gloriosos del motociclismo pampeano. Mazzoni fue campeón provincial en 1979. Miguel es un apasionado de los fierros.

 

El viejo Fiat.

 

Fiume, el papá de Baby y Miguel, se movía en un antiguo Fiat 1.500. Todavía lo tienen y dudan entre venderlo o restaurarlo.

 

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