Domingo 28 de abril 2024

Nada cambió demasiado, lamentablemente

Redacción 29/06/2022 - 08.45.hs

A esta altura esas acusaciones ya no nos llegan como una carga, como algo que nos afecte de manera especial, pero igualmente, sirven para el análisis, para una reflexión serena alejada del fanatismo que a veces mueve -naturalmente- a quienes llegan a formularlas.

 

Sin que pudiéramos tener acceso, conocimos que el directivo de Atlético Santa Rosa, y miembro del cuerpo disciplinario de la Liga Cultural de Fútbol, señor Scovenna. tuvo palabras condenatorias por una emisora radial por una noticia aparecida en este diario y que involucraba a jugadores de su club y al Tribunal de Penas en el que debía juzgar o decidir.

 

En tanto leímos en el colega piquense "La Reforma", la solicitada pegada por el director técnico de All Boys, señor Eleazar Tercilla, donde no son justamente elogios los que reparte para quienes de alguna manera tenemos responsabilidades sobre la información deportiva que se vuelca en las páginas de La Arena.

 

¿Qué parcialidad?

 

Como "complemento" -habitual por otra parte - como el resto de los colegas que habitualmente comparten con nosotros las cabinas de los estadios de Santa Rosa y All Boys hemos debido soportar, las pullas, cortes de mangas o algún gesto soez que nos suelen dispensar los plateístas y allegados; y hasta algunos dirigentes que hasta olvidándose de su "investidura" nos insultan "a piacere" cuando un árbitro no favorece a su equipo favorito con un pretendido penal (que cabe decirlo generalmente sólo existe en la imaginación fanática e irreflexiva), o supuestamente lo perjudicó con un fallo adverso.

 

Cabe recordarlo -por si no quedó claro- que no es intención de estas líneas contestarle a Scovenna o Tercilla, sino tangencialmente demostrar la distancia entre los sectores que nos hacen blanco de sus críticas, acusándonos de parcialidad. De All Boys a Atlético Santa Rosa. De un extremo al otro. ¿Parciales con quiénes?

 

Lo que se quiere leer o escuchar.

 

En una comunidad no demasiado grande, como la nuestra, pareciera ser que -según el cristal con que se mire, o el color de camiseta favorita del que opine- el deber del periodista sería reflejar lo bueno que su equipo haga, y soslayar lo malo que realice. Ahora si el periodista pretendiera decir lo que a su juicio es la verdad, señalando hechos que pueden servir para censurar actitudes de jugadores, dirigentes o simpatizantes de ese equipo, sentirá el repudio inmediato de todos ellos.

 

Hemos visto los rostros desencajados de espectadores que levantándose de sus butacas, y volviéndose hacia las cabinas de la prensa muestran sus puños cerrados, amenazantes, exigiendo que pongan esto o aquello, con una irascibilidad que raya con la sin razón.

 

También los fotógrafos.

 

Y ni que decir de las agresiones y el hostigamiento constante que sufren los fotógrafos, víctimas del desenfreno de los hinchas por la sola ocurrencia a veces de elegir uno u otro arco, como si su sola presencia atrajera hacia ese lugar los goles de un partido que puede sellar la derrota de un equipo favorito. Los insultos, los gritos, las formas más "contundentes", suelen servirles a los insensatos para mostrar su carencia de raciocinio.

 

Halagos sí, críticas no.

 

Lo mismo suele suceder, aunque en menor medida, con los propios protagonistas: los jugadores. Un cronista podrá volcar los elogios que su calidad le sugiera, adjetivizando sus cualidades de manera que lo exalten, que lo eleven en consideración de los aficionados, y todo irá bien. Pero cuidado con que quien escribe tenga la osadía de narrar algo que puede ser contraproducente para su imagen de deportista, aunque el hecho que se cuente sea absolutamente real, y presenciado por mucho público. Entonces los gestos de reproche, el enojo porque se transcribió es información, o se publicó determinada foto, serán las consecuencias inevitables.

 

El elogio parece algo obligatorio (o poco menos) como si el periodista tuviera que estar para servir a deportistas o dirigentes -los que más se quejan-, pero no para narrar lo que pudiera ser criticable. No se agradecen los halagos, pero sí se piden cuentas por las críticas.

 

El público naturalmente también participa de esa concepción equívoca de las cosas. Solazándose con las opiniones favorables a su conjunto predilecto, o vituperando con aquellas que no hablan bien de él o de su deportista preferido.

 

Sólo, salvo contadas excepciones, cuando el gesto ofensivo tenga como destinatario al propio público, éste se volverá contra el deportista, pero mientras tanto se pondrá de su lado tenga o no razón.

 

Ahora, ¿cuál debe ser la actitud del periodista ante ese espectro que se le presenta ante sí con una gama de intereses -casi siempre emocionales- que mueven a jugadores, dirigentes, simpatizantes de una determinada divisa?

 

Tratar de elevar su nivel, aportando su cuota en la limpieza de conciencias y eliminación de suciedades que lamentablemente subyacen en un ámbito tan puro como debiera ser el deportivo, aunque lamentablemente muchas veces no es.

 

Porque mucho más allá de su condición de trabajador que vive de un sueldo en relación de dependencia, el periodista lleva ínsita -o debiera llevarla- una vocación que debe contribuir a lograr un mayor fruto informativo. Y nadie debe pretender ese objetivo en mayor medida que él mismo.

 

Para eso él debe comprender -y así deberá hacerlo entender a todos los que se mueven en el ambiente deportivo ( o del que se trate)-, que está al servicio del público, y que al público no se lo sirve lealmente si no es con la verdad desnuda.

 

"Vivir a la vuelta de casa"

 

Es sabido que en comunidades no tan grandes como la nuestra, la condición de vecino, de conocido, coloca al periodista en una condición de desventaja con respecto al que se mueve en las grandes urbes, donde su tarea se diluye en una enorme competencia y diversidad de opiniones. Pero tanto aquél por vivir "a la vuelta de casa",, como el otro más lejano, debieran merecer el mismo respeto, la misma consideración, más allá de coincidir o no en sus opiniones. Que al cabo sus comentarios son sólo eso: opiniones.

 

Aquellas expresiones de que hablábamos al principio, seguramente se irán diluyendo en el transcurrir del tiempo, porque la promoción deportiva necesita invariablemente de la prensa. Los deportistas, como los dirigentes, necesitan del periodismo, para difundir sus logros o las tareas que emprenden; pero también deberán comprender que tienen que aceptar la crítica, más allá de que naturalmente le gusten mucho más las notas edulcoradas, las que suenan lindas a sus oídos. Cuando así lo entiendan ellos, también el público lo entenderá del mismo modo. Entonces, los desbordes de hace algunas semanas atrás en el Mateo Calderón, serán sólo un triste recuerdo sin probabilidades de que se repitan.

 

Pasado y futuro

 

Cómo decíamos ayer. La nota que se publica en esta página fue escrita el viernes 19 de julio de 1985. Han pasado 37 años, y nada ha cambiado demasiado (salvo algunos nombres). Recientemente en estas páginas se exponía lo que sucedía en la cancha de Atlético Santa Rosa y sobre la presencia de barras que provocan disturbios, incluso con agresiones e intentos de intimidar a dirigentes y periodistas. Aquella vez se reflejaban situaciones en All Boys y el Mateo Calderón.

 

Ahora los fanáticos se manifestaron otra vez en Atlético. Después de aquella nota aparecida en LA ARENA hace casi 40 años se sabe bien lo que pasó: dirigentes infieles estafaron en 3 millones de dólares al club y lo quebraron. Atlético lucha aún por recuperarse y no le resulta fácil, pero no será con métodos violentos que lo conseguirá. Seguro que no. (M.V.)

 

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