Soberanía y participación popular
Silvio J. Arias *
Las últimas movilizaciones populares desarrolladas en todo el territorio nacional, generadas por la situación política y judicial de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, dan cuenta de la importancia insoslayable que tiene para un sistema democrático sano la participación popular a la hora de legitimar reclamos y defender derechos, en un contexto liberal opresor, antidemocrático y violento.
Desde 1968 –año en que Juan Domingo Perón escribió desde su exilio en Madrid “La Hora de los Pueblos”- a la fecha, los factores conservadores de poder han diversificado y perfeccionado sus estrategias de injerencia en la vida global, sin alterar la complicidad de los entregadores locales puestos perversamente a su servicio, ni modificar su “statu quo” general.
Es el caso de la Argentina. El imperio apátrida de la economía virtual y financiera desplaza sin reparos a las economías productivas locales, su ciencia y tecnología, aniquilando con ello a todas las fuerzas humanas que las sostienen con su trabajo. Ficción financiera y pobreza estructural sobre una inmensa mayoría asalariada y explotada, dan como resultado una realidad nacional catastrófica, manejada por un grupo minúsculo de tecnócratas insensibles. Es por ello que los pueblos se levantan, reclamando el amparo de líderes populares que puedan defenderlos de tales afrentas antiestado, antiderechos y antihumanas.
Orgullo de pertenencia.
Cristina encarcelada es la consecuencia de un sistema liberal que rechaza la democratización del acceso a los bienes materiales para las masas trabajadoras, del ascenso social, de la justicia social, de la defensa de los intereses nacionales, anulando su participación cívica, su moral identitaria y orgullo de pertenencia a una patria común.
Cristina encarcelada es al mismo tiempo para sus seguidores una oportunidad liberadora y “una bandera hacia la victoria”, un estímulo de lucha popular para quienes ven peligrar la esencia misma del sistema democrático de convivencia y participación.
El liberalismo simula una aceptación democrática que no posee en realidad y que solo utiliza para legitimarse y cometer sus fechorías materiales, sembrando el hambre y la exclusión sin ningún tipo de remordimiento moral. Liberalismo y democracia son opuestos, se repelen.
Perón indicaba claramente: “La democracia de nuestro tiempo no puede ser estática, desarrollada en grupos cerrados de dominadores por herencia o por fortuna, sino dinámica y en expansión para dar cabida y sentido a las crecientes multitudes que van igualando sus condiciones y posibilidades a las de los grupos privilegiados… esas masas ascendentes reclaman una democracia directa y expeditiva. La democracia popular terminará con la democracia liberal burguesa”. Por dicho motivo, el justicialismo debe recuperar su Movimiento Nacional, su defensa de la soberanía popular; más flexible y democrática en su funcionamiento, de cara a los nuevos desafíos que reclama la sociedad digital del siglo XXI.
La hora de la verdad.
Está llegando la hora de la verdad popular, contra la simulación y falsedad propuestas desde los gobiernos liberales burgueses, decididos a no perder sus privilegios de clase.
“Para nosotros organizar es adoctrinar, porque la doctrina es el único caudillo que resiste a la acción destructora del tiempo, y nosotros trabajamos para el porvenir… la fuerza del justicialismo radica en que constituye un gran movimiento nacional y no un partido político”, expresó el gran líder popular.
Indirectamente, el devenir político de Cristina nos invita a reconstruir ese movimiento nacional y popular que nos identifica y aglutina en todo el país, fortaleciendo la politización de la ciudadanía, otorgándoles una cultura y unos valores compartidos, que nos arraigan a esta tierra y nos brindan un sentido de pertenencia, elevando nuestra moral y orgullo nacional.
Deberemos procurar la instalación de dirigentes aptos humanamente para ejercer sus funciones administrativas, descartando a los tecnócratas carentes de dicha “humanidad” y sensibilidad para detectar el dolor del próximo ante la exclusión de un modelo para pocos.
Por ello debemos formarnos políticamente, para liberarnos del yugo de la ignorancia que nos hace elegir a seres inadaptados para gobernar. El justicialismo siempre ha sido un adelantado en dicho arte, el de transmitir sus banderas para el relevo intergeneracional de su metas y objetivos, pudiendo concretar felizmente la etapa institucional que anhelamos de esta Revolución Justicialista a la que aspiramos desde que aparecimos en la vida política nacional.
No existe libertad sin justicia social, como tampoco existen democracias sin pueblos dueños de sus destinos. La solución es organizarse para volver a representar aquellos valores fundantes de nuestro espacio popular. Valores que nos hicieron distinguir entre las naciones del continente sudamericano: justicia social, solidaridad, cooperativismo, soberanía popular. El presente y el futuro nos pertenecen.-
* Profesor de Ciencia Política. Afiliado y militante del PJ La Pampa.
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