La cruda vida de los refugiados en La Argentina
(General Pico) - Nar es profesor de francés y se gana la vida vendiendo anillos y collares. Llegó desde Senegal escapando de la miseria. Dice que se merece ser feliz y que encontró respeto en La Pampa. Conocía Argentina por el fútbol.
Nar tiene 31 años y nació en Senegal. Es profesor de francés, además de hablar el inglés y el español. Desde hace ocho meses se estableció en General Pico vendiendo bijouterie en el centro de la ciudad. Duerme en una habitación que le prestan en el barrio Malvinas, acompañado de un puñado de pertenencias. Al igual que otros africanos, Nar, buscó amparo en la Argentina.
"Vine para tapar el hambre", dice en un español que se hace entender. Mientras habla y gesticula no deja de emocionarse al recordar a sus padres y hermanos a los que no volvió a ver. Hijo de una mamá musulmana y un papá católico, es el mayor de muchos hermanos. Cuando el hambre los invadió buscó un país. Eligió a la Argentina por conocer a Maradona; debajo de su campera, Nar, tiene otra con el escudo de Boca Juniors. Recuerda que en su niñez todo "era correr, calle y jugar al fútbol". Así creció.
Desde que arribó a la Argentina recorrió varias ciudades. "Yo no tengo lugar", explica mientras una mujer se prueba unos anillos que terminará comprando. En su pequeño refugio en el barrio Malvinas él prepara sus comidas en base a arroz al que considera el "alimento de los pobres". Verduras y algo de carne aparecen de vez en cuando en su dieta.
"En todo país que hay hambre, hay arroz, y en Africa los niños no tienen que comer", dice.
Confiesa que muchas veces despierta extrañando a su país, a su cultura y a su familia, pero resiste. Vuelca su mirada en las páginas de la Biblia y del Corán. Cree estar más cerca del pensamiento musulmán al que considera con "menos grises" que al catolicismo.
Jungla.
Marcando la diferencia de crianza, Nar, muestra toda su nostalgia cuando habla de su tiempo en la selva. "En Africa, uno pasa de niño a hombre. No hay etapas como la adolescencia o juventud. A determinada edad, uno se interna a la selva, y allí aprende a dormir en cualquier sitio, a convivir con todo tipo de personas", cuenta este profesor de francés que parece no perder la sonrisa.
"Fue un momento de mi vida que no olvido. Crecí, mi hice hombre, formé mi carácter y me ayudó a tener mi personalidad", agrega.
La llegada de africanos a la Argentina creció en los últimos años. Escapan del hambre y la violencia. Se van porque sienten y saben que sus vidas corren riesgo y muchas veces la huída no admite previsiones. Llegan con casi nada, sin valijas, ni bártulos a cuestas, apenas un papel que sirva de identificación para solicitar ayuda humanitaria. Buscan un lugar que pueda contenerlos, para terminar una situación de vida nómada.
Nar ocupará mañana un pedazo de esquina de General Pico, de no más de dos metros cuadrados. Allí apoyará una mesa y su valija con anillos, collares, aros. Espera que la ciudad lo cobije y una parte de su vida quedó para siempre entre las sombras de la selva.
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