Martes 08 de julio 2025

Una historia que puede repetirse

Redacción 14/11/2008 - 04.37.hs

La administración provincial de juegos de azar fue sorprendida por un trascendido periodístico que daba cuenta de la curiosa suerte de un apostador que ganó tres veces en una de las modalidades lúdicas más promocionadas. El suertudo no es cualquier persona, es hermano de un empleado y está emparentado políticamente con un alto directivo de esa administración. El organismo, que tiene a su cargo la totalidad del juego en La Pampa, no sabía nada y solo atinó, luego de la publicación periodística, a hacer una denuncia penal pero negó que fuera a realizar una investigación interna. Al día siguiente confirmó que la especie recogida por los medios era cierta y que, efectivamente, un apostador había logrado un verdadero récord de premios y, a su vez, confirmó que esa persona es pariente de dos integrantes del staff burocrático del organismo.
Se trata de una noticia inquietante para la ciudadanía pampeana que aún recuerda el escandaloso caso de defraudación que hace dos décadas envolviera a la quiniela oficial.
Aquél caso confirmó los temores de los que se opusieron al avance en la legalización del juego que llegó a La Pampa de la mano del partido del gobierno que hace un cuarto de siglo dirige los destinos de la provincia.
La ausencia de control del juego, de las posibilidades de defraudación, y de enriquecimiento de los funcionarios involucrados ha sobrevolado siempre al organismo y no se han hecho demasiados esfuerzos para aventarla. Todavía los pampeanos estamos esperando que se abran investigaciones que confirmen o descarten las sospechas sobre algunas conspicuas fortunas que se habrían hecho inexplicablemente al calor del juego oficial y sus relaciones.
El caso que ahora se confirma indica, por si hacía falta, que poco ha cambiado en estos años. Que haya sido un medio periodístico el que denunciara la situación de coincidencia de un apostador emparentado con empleados y directivos que gana tres veces un mismo juego, pone en evidencia que hay, por lo menos, un relajamiento de la fiscalización necesaria, que no está, ni cerca, a la altura de la responsabilidad de controlar una actividad que se caracteriza por contar entre sus actores con personas capaces de sorprender a los más avisados con tal de "ayudar" a su propia suerte y ganar más de lo que la pura probabilidad le depararía.
Está claro ahora que no hay controles que detecten estas curiosas casualidades que podría estar indicando una falla en los mecanismos de control. Pero más aún, indica que, ante la aparición de "anomalías" (por decirlo de una manera neutra), no se disparan procedimientos adecuados para garantizar que no haya una falla indetectada en el sistema y se priva al sistema de un mecanismo de autocontrol imprescindible. La máxima autoridad del organismo dijo que sólo investigará qué puede estar pasando si lo solicita el fiscal penal. Se ignora así -o se pretende ignorar- que hay en la administración pública de los juegos, en sus procedimientos, posibilidades de conductas que, sin llegar a ser delitos, pueden estar abriendo la puerta a defraudaciones. Y al hablar así no se habla de meras hipótesis. Se habla de la propia historia del organismo.

 


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