Lunes 14 de julio 2025

Luces que llaman y crean identidad

Redacción 10/10/2009 - 03.36.hs

SEÑOR DIRECTOR:
He dejado para la última de mis notas semanales la que debía a Mercedes Sosa.
Uno sabe que en el acontecer humano todo tiene un comienzo, una duración y un final. Mercedes venía sobreviviéndose a sí misma en los últimos años y hay quienes han escrito, en estos días, que comenzó a morir cuando debió desarraigarse y partir al exilio, en Francia y en España. No sé qué pensar al respecto, pero creo que ella estaba arraigada más profundamente y que sus raíces recibían la sustancia de todos los ríos subterráneos que comunican secretamente a las cosas y a los seres. Juan Sasturain dice, en unos versos escritos al saber de su muerte: "... queda la imagen final, tan parecida / a un Buda criollo, a la Pachamama". Eso es lo cabal: ese cuerpo, ese rostro y el milagro de una voz que parecía encauzarse desde extrañas cavernas y que le llegaba a ella y hacía que le bastara con mover los labios para que estallara el prodigio de un mensaje conmovedor y no sé si descifrable.
Me costaba y temo que, desde ahora, me costará cada día más reconocer lo diferente entre Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa. Sus imágenes se me confunden y parecen conformar el retrato de la tierra. La misteriosa, la entrañable pachamama, esa entidad de la que venimos y hacia la que vamos y con la que, durante la existencia individual, mantenemos un comercio sin pausa: tomamos y devolvemos... hasta rendirle la última devolución.
Atahualpa era un ser más pensante, quizás. Era cantor de sus propias creaciones. Iba llenándose de paisajes y de vidas y las convertía en palabras, versos y canciones. Decía cómo se vive y enseñaba cómo se debería vivir. Era el viejo sabio de la tribu, el consejero, uno de cuyos atributos consistía en generar siempre una atmósfera cálida, propicia a la confesión y al goce compartido. La Negra era, me parece, una voz más directa desde la entraña del suelo y desde profundidades mayores. Ambos vivían consignados a la comunicación de un mensaje diferente al de los medios masivos y a los del espectáculo dominante. Mercedes parecía sentir con mayor fuerza la responsabilidad por todos, como una gran madre (de las madres que son puro dar, poco pedir y mucho esperar la posibilidad de volver a ser el auxilio o el consuelo).
Uno y otro, Atahualpa y Mercedes, ganaron tempranamente mi admiración. Desde el sentimiento. Desde la emoción que sacude toda la intimidad. Desde la razón han sido un enigma, como lo es el poeta cabal, cualquiera sea su modo de expresarse. El aedo griego suele ser mencionado como uno de los primeros de estos fijadores de paisajes y momentos, que convertían en relatos orales o en canciones convocadoras del silencio y la participación. El aedo expresaba a la sociedad de su tiempo: la de los guerreros, la masculina, pero orientaba la atención hacia los hechos que comunicaban que los individuos se amalgaman en las grandes ocasiones y que entonces, como criaturas de mil rostros, fundan, crean y señalan rumbos. En suma, el aedo es el agente social que no guarda la memoria para una repetición veleidosa y superficial, sino que lo hace para revelar la identidad y la comunidad, dos sustancias sin las cuales no hay pueblos ni culturas de valor. Ni Atahualpa ni Mercedes Sosa, entre nosotros, fueron aedos épicos. Puede que transmitieran el mismo mensaje (el mensaje de los ciegos) pero ahora con el acento puesto en las cosas sencillas, humildes y cotidianas, como si la identidad por construir tuviese raíces en la tierra y en las formas cordiales, integradoras e igualadoras de las personas, para formas de convivencia "sin el agua de la espada" (Borges), esto es, sin la sangre de Troya o las Termópilas.
En muchas notas se ha querido tender un puente para unir a Mercedes Sosa con Gardel. Creo que es un error, porque la fama de Gardel tuvo un fundamento muy diferente, aunque cada uno, Carlos y Mercedes, expresaron un modo de sentir y aspirar de los argentinos.
Atentamente:
JOTAVE

 


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