Miércoles 14 de mayo 2025

Los que no aprecian el sentido del humor

Redacción 13/02/2009 - 03.36.hs

SEÑOR DIRECTOR:
Un individuo que pueda asistir a su propio sepelio ha tentado a más de un columnista a ensayar el humor, con varia fortuna.
El caso pudo producirse en el sur de Chubut, en la zona de Río Mayo, más precisamente en un lugar conocido con el llamativo nombre de Caserío del Buen Pasto. De ese breve vecindario se había alejado uno de sus escasos moradores. Si bien se trataba de lo que llamaríamos (con las disculpas del caso, pues no se quiere ofender) un "pobre diablo", aún así se notó su ausencia y se pidió a la policía más próxima que viese si se podía saber algo acerca de Cesario (así parece llamarse). Su hermano Venancio formalizó la denuncia. A los pocos días un pescador halló huesos humanos desparramados en la orilla y en el lecho del río. Avisó y la autoridad recogió esos restos y luego se pudo reconstruir, más o menos, un esqueleto. Llamado a reconocimiento, Venancio dijo que le parecía que se trataba del osambre (la osamenta) de su hermano. Las noticias no dicen cómo pudo hacer ese reconocimiento, pero al comisario le bastó. Declaró que había habido un homicidio (no se dice si tenía ya algún sospechoso en vista) y comunicó a la familia que podía llevarse los restos. Como en Caserío tienen buen pasto pero no cementerio, la familia dispuso que la inhumación tuviese lugar en una población mayor. La radio local repitió la noticia del hallazgo de restos y del posterior reconocimiento como pertenecientes a Cesario. Todo estaba dispuesto para la cristiana sepultura, cuando en el lugar irrumpió un Cesario extrañado y como confundido, empeñado en decir que debía existir algún error, porque él se sentía muy vivo. Había escuchado la radio mientras estaba en Las Heras, changueando, y le había entrado la pensadera. Otra vez fue Venancio el que dio fe de que ése era realmente su hermano con la vieja carnadura y hasta con la ropa que le es habitual. El comisario que había dado fe al primer reconocimiento tuvo que aceptar el segundo, pero dijo que los restos eran de alguien y que había habido homicidio. Se ignora si descartó a su sospechoso inicial o lo mantuvo (se sabe que hay sospechosos aptos para cualquier crimen). Los convocados para el entierro, dijeron que la alegría de ver a Cesario lleno de vida era superior al dolor por su presunta pérdida. La gente siempre es buena o dice lo que permite creer que lo es.
He narrado la noticia en clave de humor. No aprecio el humor a costa de terceros, pero hay quien dice que entonces de qué nos vamos a reír. De mi infancia en Santa Rosa recuerdo corrillos de mayores en los que abundaban las bromas con muertos. Me acuerdo que se contaba el caso de un muerto que faltó a la cita porque los bromistas lo robaron y escondieron durante horas o días. ¿De qué nos reímos? Del otro: porque es gordo o flaco, rengo o tartamudo, gallego o gringo o ruso, porque se le fue la prenda, porque la sorprendieron in fraganti, porque metió la pata, porque tuvo que cantar la palinodia, porque se da aires... Cuando se agota este amplísimo repertorio, hay quienes dejan que la risa rebote y haga blanco en sí mismos. Entonces inician el camino de un humor mejor destilado, más fino y digno de respeto. Reírse de uno mismo es gratuito, puesto que no irritará a fulanos que pueden reaccionar feo. Es gratis y puede dejar un sedimento que algunos llaman prudencia, sensatez y hasta sabiduría.
Los territorios del humor coinciden con los del misterio. Se superponen o entretejen con los miedos que nos habitan y que se hacen manifiestos en los sueños y en algunos de lo que Freud llamaba actos fallidos. Reírse de lo que no se ha podido conocer con certeza, pero que se supone con poder sobre nuestras vidas tiene un rasgo heroico o de desprecio final; reírse de la muerte y de los muertos es una estocada al enemigo que se sabe que está creciendo en las entrañas. El hombre que ríe no deja de tener miedo, pero ríe de su impotencia y empieza a saber más de su condición.
Atentamente:
JOTAVE

 


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