Nuestro chingolo es pájaro con historia
SEÑOR DIRECTOR:
El chingolo es pájaro de nuestra corta avifauna. Todo indica que andaba por estos pagos mucho antes de que se establecieran las poblaciones de origen europeo.
De mis observaciones basadas en una infancia depredadora (de salir a matar con honda o con alambre arrojadiza, en batidas contra pechos colorados, cachirlas y todo lo que corría o volaba) me dura hondamente el recuerdo del chingolo. Estaba ahí, desde las casas de profundo patio que habité hasta el chañaral del terreno ferroviario o en los caldenares del médano, hacia el Tiro Federal, hacia Toay y a todo rumbo. Como depredador supongo que gané un sitio en el infierno. Nunca, sin embargo, disparé contra el chingolo porque había algo en su canto que cambiada mis estados, desde el cazador al contemplador.
En un relato que publiqué hace añares el personaje era un muchacho, apenas salido de la niñez, que acompañaba a un repartidor domiciliario de verduras. Era eso: un acompañante pasivo, como ajeno al acontecer. Comencé a llamarlo Chingolo y el apodo fue rápidamente aceptado. Tuve en cuenta la impresión que producía. Todo el quehacer estaba a cargo del verdulero: bajarse a llamar, conversar con el ama de casa, mostrar su mercadería (procedente de las quintas de Colonia Escalante). Chingolo, quieto y callado. Los muchachos solían interpelarlo. A veces le hacían bromas (tomar al débil o que lo parece "para el churrete" es algo que siempre han hecho muchachos y adultos). Su única reacción consistía en soltar un silbido breve, que aparecía de pronto, como escapado de su boca y bajaba hasta apagarse, para rematar con una especie de estertor que quizás era un trino. Triste, como diciéndose ajeno. Fue este canto o silbido lo que me trajo la idea de llamarlo Chingolo, porque así es cómo veía y sentía a ese pajarito inquieto, elegante y discreto. Ya se sabe que el chingolo perdió posiciones con la avanzada del gorrión, que llegaba hasta nosotros con una veteranía de ciudades seculares del viejo mundo. Vividor y confianzudo, aunque de vuelo pronto y veloz (no hay pájaro ni animal que deje de tener reservas en proximidad del hombre, pues "sabe" que representa lo inesperado, incluyendo aceptación y rechazo, y riesgo total.
Ahora, al cabo de muchos años de seguir buscando al chingolo en los patios y la fronda, por ver si me llega su silbo y su gorjeo tristón y dulce, me entero que es un personaje que ocupa a uno de los ornitólogos más respetados, el inglés Paul Hanford, ahora investigador de una universidad de Canadá. Desde 1972 visita tantas veces como puede a la Argentina por seguir estudiando al chingolo. A veces manda a sus estudiantes para que se establezcan por meses a fin de hacer observaciones y pruebas. Habla de Hanford el físico argentino Leonardo Moledo, en su columna semanal de reportajes científicos de Página/12.
Hanford ha sido atraído por el chingolo porque -dice- tiene una variedad de cantos que le permitieron conjeturar (busca demostrarlo) que son cabales dialectos que funcionan como los idiomas humanos. También ha observado que esos dialectos varían de región en región, al parecer en relación con el ambiente: si se trata de espacios abiertos o poblados de vegetación o de bosques. La diferencia de los cantos del chingolo no se deberían a un proceso evolutivo; no es algo ahora genético, sino que es un fenómeno "cultural", que el chingolo pichón aprende de los adultos. Las variaciones dependerían del mayor o menor eco y de la facilidad para que su aviso (su lenguaje) llegase más lejos. Hay más eco en el bosque que en los espacios abiertos. El chingolo de nuestra zona tiene tres notas o silbidos: el primero sube y bajan los dos siguientes, para rematar en un trino, dice Hanford.
Me pregunto si Chingolo, el verdulerito de Santa Rosa, ensayaba también un idioma que, como nos es habitual, no entendíamos ni nos esforzábamos verdaderamente por comprender.
Atentamente:
JOTAVE
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