La desaparición de cuanto es maligno
SEÑOR DIRECTOR:
Nuestro mundo, ¿sería más grato para quienes estamos en él si fuese posible desaparecer todo cuanto juzgamos maligno?
Esta idea se presenta con frecuencia porque no es sólo el modo de pensar de ciertas personas, sino -según creo- de todas. Digo de todos los que creen que lo malo y lo bueno son diferenciables porque están diferenciados, de manera que sólo conque alguien pueda distinguir qué es lo uno y qué es lo otro, no quedaría más por hacer que eliminar lo que tenga la marca de la maldad
Este es el pensamiento del rabino israelí Ovadia Josef, quien, ante el inminente comienzo de una nueva ronda de la calesita de la paz entre los dos grandes grupos semíticos que se disputan Tierra Santa, dedicó su sermón dominical a expresar ante sus fieles que "Dios debería atacarlos (a los semitas islamitas), como malvados que odian a Israel, con las plagas...", para precisar que "Abú Mazen (Mahmud Abbas, el presidente de Palestina) y todas esas personas malignas deberían desaparecer de la Tierra".
Se infiere que para el intérprete judío de una sabiduría milenaria, la cosa es simple: usted desaparece al maligno que tiene en vista y, luego, a todos los que lucen malignos por alguna señal que sería inherente a su condición y que será fácil enseñar a reconocerla a quienes son ciegos a esas marcas. Completada esta faena, desaparecería la vieja visión de los dos mundos. Nada estaría dividido si los malos fuesen exterminados y sólo quedasen los buenos. La distancia entre Cielo y Tierra se habría acortado hasta tornarse inexistente y los buenos no tendríamos más tarea que solazarnos en la contemplación del Bien (que es también la Belleza y cuanto hay incontaminado de malignidad). No es casual ni es por picardía que en la oración anterior me instalo entre los buenos, ¿quién se declararía indigno del Reino restablecido o anticipado? Incluso, es concebible que la idea de aniquilar al maligno no necesite ejecutar una carnicería ni campos de concentración con cámaras de gas ni desapariciones y vuelos de la muerte. El. hecho de que alguien pueda revelar la marca de lo maligno bastaría para que todos se sacudan las ropas, como quien se sacudía el polvo levantado por el viento en el duro agosto que acabamos de transitar.
Si nos saliésemos del lenguaje de rabinos y otros intérpretes anclados en los tiempos bíblicos no hablaríamos de malignos, sino de diferentes. Observemos que la voz "diferente" no tiene la resonancia profunda, oscura, originaria, de la malignidad. La diferencia parece algo más mundano o tal vez más ocasional y cambiable. Uno, por ejemplo, puede diferenciarse como partidario de las grandes corporaciones económicas porque heredó o compró cierta cantidad de acciones o como partidario de la cooperación y el reparto equitativo si no tuvo esa posesión inicial que lo instalase de hecho en tal platillo de la balanza. Se nace blanco, amarillo o negro, alto o enano, hétero u homosexual, sin que se haya elegido siquiera nacer. Un azar despiadado nos arroja a tal color o tal situación o nos da fuerza e ingenio para trepar la pirámide. Algo que usted no controla del todo (aunque crea controlarlo) le permite vivir sin conocer multa ni arresto. Ese azar inapelable lo hace ser buen hijo, buen esposo, buen padre. O lo pone en uno de los infinitos puntos intermedios: los casi siempre buenos o los habitualmente merecedores de reproche o sanción. O usted elige tal o cual camino y acierta a recorrerlo, porque tiene lucidez y voluntad suficiente y también algo de suerte.
Por uno otro motivo o circunstancia, nos diferenciamos y llegamos a la comprobación de que la diferencia es propia de la condición de nuestra especie. No obstante, de tanto en tanto nos sobreviene la tentación del rabino y pensamos que la diferencia es igual a la malignidad. Luego, "delenda est" malignos. "Opino que los malignos deben ser aniquilados", según el eterno Catón.
Atentamente:
JOTAVE
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