El discurso como cubierta del aviso
Señor Director:
Lo que está pasando luego del discurso presidencial de José C. Paz (en la pasada semana) no había sucedido con dichos de quien habla prácticamente todos los días hábiles.
Mencioné algunos puntos de esta resonancia en mi nota anterior, pero la catarata de comentarios que ha provocado (como en pocos casos anteriores) propone seguir atendiendo este acontecimiento. Lo primero que se me ocurre decir, en son casi divertido, es que queda claro que el discurso es como el sobre de una carta, que hay que abrir para conocer el mensaje, pero también otros mensajes encapsulados en lo que primero se presenta. A medida que se escarba, se hallan nuevas señales que pueden confirmar o desvirtuar primeras impresiones. Asimismo, sucede que el desciframiento del mensaje y los metamensajes se convierte en una operación que, de pronto, nos está diciendo algo más: nos remite al lector y también al intérprete. Obliga a que el analista se mire a sí mismo, a sus colegas y al universo de los que escucharon o leyeron el discurso. En este punto, empezamos a saber acerca de analistas y lectores comunes, a veces mucho más de lo que proponía el discurso o mensaje originario. Vamos sabiendo de su militancia, sus preferencias y sus expectativas. Es posible que alguien me advierta que esto mismo sucede con todo mensaje o dato o testimonio, lo cual me parece verdad si se deja en claro que el ámbito de resonancia es diferente según la importancia del papel que desempeña el emisor original. Y esto sin entrar en el tema de los manipuladores de mensajes, que buscan llevar agua para su molino y para esta finalidad tratan de engañar a los abajeños para que no adviertan que algo les están quitando y que la representación que se les ofrece es para que bajen la guardia o para que no escuchen esas voces o las desmerezcan y desatiendan. La política exige hablar, pero lo que se dice no se agota en el leer o escuchar. Por eso es tan entretenida para quienes la miran de afuera y tan capaz de desatar pasiones entre quienes son partícipes de ese juego. Y no es que la política cree un universo de apariencias o de falsedades (como algunos han dicho), sino que lo que hace es presentar el mundo habitual de las relaciones en una sociedad, sacándolo a la superficie y acelerando los procesos corrientes de la relación (la comunicación es el medio para que opere la relación). Hay mucho escrito sobre esta temática y no me propongo avanzar en ella, pero todavía diré, no sé si como defensa de la política, que lo que ésta hace más visible es el lado de adentro del común de las personas y de todo el acontecer de la vida asociada. Me queda por ver, ahora que se me hace presente, si la política cumple también una función de liberación, de reducción de presiones que se dan en la sociedad: en suma, si es una forma o una oportunidad de catarsis colectiva. Digo catarsis en varios de los sentidos que consigna el diccionario y siempre como oportunidad de purificación o, al menos, de quita de densidad a elementos que están y forman parte de la conciencia de cada individuo.
Cristina ha consolidado su papel de gran electora y eso la obliga a marcar el campo. La encuesta de CEOP que se divulgó a fin de semana le asigna una intención de voto del 47,7 por ciento, comparable con 19,3 de Alfonsín, 5,8 de Carrió y guarismos menores para otros. Su imagen positiva es de 63,4 y la de aprobación de su gestión, de 62,4. En esta situación, es válido conjeturar que ella se ha planteado qué es lo que debe hacer y qué no debe hacer para dos finalidades razonables: no perder la ventaja obtenida y de ser posible aumentarla; y marcar el territorio de albedrío que estima indispensable para, luego, poder gobernar hasta 2015. "Hace tiempo que Cristina parece haber cambiado de tono y de interlocutores en sus discursos", dice Martín Granovsky, un analista que atrae mi atención. Esto implicaría un esfuerzo para precisar y redefinir prioridad de objetivos.
Atentamente:
JOTAVE
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