El recuerdo al arquitecto
A menudo los obituarios trascendentes suelen estar poblados de políticos, deportistas famosos y artistas. En los últimos días, se pudo dar cuenta de una actividad, o profesión, distinta, como es la arquitectura. Si bien se la podría asimilar con el arte. Con casi 105 años de edad falleció Oscar Niemeyer, el arquitecto brasileño que plasmó su fe en la humanidad a través de una obra revolucionaria y esperanzada, haciendo del hormigón su forma de expresarse. Ultimo integrante de una generación de arquitectos que cambió la construcción del siglo XX -Mies Van der Roe, Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, entre otros- el brasileño hizo poesía con sus edificios claros, abiertos, vivibles, entroncados armónicamente con otras expresiones plásticas destacadas del siglo que pasó: pintura, escultura y hasta cierta música que parece desprenderse de sus construcciones.
Sus condiciones para ordenar el espacio humano le dieron un privilegio único en la historia de la arquitectura mundial: diseñar desde el comienzo una población, Brasilia, la portentosa ciudad especialmente construida para ser la capital de Brasil. Aunque posteriormente se viera un tanto desmerecida por circunstancias ajenas a su creador, sigue siendo una maravilla donde basta ver su maravilloso Palacio de la Alborada o la Catedral para percibir la grandeza y sensibilidad del genio.
Niemeyer construía para la humanidad porque tenía fe en el hombre y por eso nunca ocultó su militancia comunista, que lo llevó al exilio. Desde allí siguió regalando su arte al mundo, con construcciones en los más variados países, la Argentina incluida.
La presidenta de Brasil, consciente de que Niemeyer era un símbolo del genio del país y que su trascendencia estaba mucho más allá de una ideología, decretó siete días de duelo nacional en homenaje a ese "poeta de las curvas de hormigón que -como dijera un crítico- llenaba sus obras con poesía espacial".
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