Viernes 06 de junio 2025

Búsqueda y hallazgo de pobreza y riqueza

Redacción 07/04/2012 - 05.06.hs

Señor Director:
No sé si estará bien que uno hable de lo suyo en términos laudatorios o, al menos, favorables.
El caso es que me decido a hablar de algo nuestro, entendiendo por tal lo que no me pertenece materialmente, pero de lo que me apropio o me asocio y siento como mío.
Sucede que me gustó Caldenia del pasado domingo. Encontré allí lo que siempre busco o espero: algo que me religue con conjuntos cada vez más amplios y algo que agregar a los paisajes atesorados por la memoria: lugares que toman calor hogareño al expresar la interioridad; lugares donde andar aquí, en la tierra, como si se estuviese en los Campos Elíseos. Todos tenemos o quisiésemos tener esos lugares donde se puede estar solo sin alarmar a otros y donde se pueda transitar yendo de un recuerdo a otro recuerdo, de un nombre de persona a otro nombre (no por el nombre, sino por la persona), imaginando diálogos o reviviendo saberes que estaban como sepultados en alguna de nuestras profundidades, comprobando que siempre hay algo para aprender de los otros... esos paseos que supongo imaginaba Sócrates cuando hablaba a sus amigos al borde de beber la cicuta. Con la ventaja de que tales espacios para el alma estarían de este lado y no después de ese salto hacia lo desconocido y lo problemático.
El "puente de tierra", por caso, tiene en mí una resonancia profunda y antigua, que debe haber comenzado con la lectura de algunos relatos de la batida preliminar, la campaña del desierto o lo que dejaron asentado los singulares viajeros que se internaban en el desierto para saber y luego contar. Ahora reapareció ante mis ojos, con fotos y mapas y un relato rico en referencias. Ha dejado de ser puente, porque hay tierra, pero no hay aguas que divaguen por la superficie de esta pampa que recién parece que una mayoría quiere conocer. Digo conocer en el sentido bíblico, que supone no una apropiación, sino un viaje compartido a las profundidades de la vida, hasta el punto donde la vida se sostiene y se renueva. Cazenave sabe y sabe contar, pero hace algo más, que no siempre está necesariamente en el propósito ideado: actualiza el paisaje que existió en esa parte ahora seca y árida y hace sentir que lo perdido no es ausencia sino ignorancia. A su modo restablece el puente y la comunicación con la totalidad pampeana, lo fértil y lo árido, lo fácil y lo difícil, para que recomencemos la apropiación, la relación responsable y el vínculo cordial con la tierra que nos ha deparado el azar de la aventura humana. Una página más allá la tenacidad de Vigne insiste en soldar las rupturas y deserciones de la memoria colectiva, que se desliga de su propio pasado o lo siente ajeno, para descubrir, ante estos aportes que son ayuda-memoria, que también nos nutre y sustenta una historia rica en rasgos que los despistados suponen que sólo se dieron en otras naciones o en otras provincias. Y luego aparece un discreto escriba, que antepone un escudo de anonimato que no alcanza para ocultarlo, contándonos cosas que conoció o que supo en su ya largo andar por la existencia y que sabe que es bueno referir, porque a él le hicieron bien, aunque algunas veces dolieran. No es, la de este domingo, una "historia de tres por cinco", sino una manera original y oportuna de revelar el mundo de los viejos y avisar a quienes los ven como anacronismos empacados en el tiempo. La poesía que rescata allí da la llave para ingresar a ese mundo, ese escenario que repetimos todos en el tránsito y permite saber que, no obstante las injurias de los años y las renuncias del cuerpo, somos los mismos en la dramática epopeya de vivir. Y lo que sigue, ese cuento sobre Malvinas, que no solamente está bien contado por Fiorucci sino que ilustra la pasión del vivir humano, en el marco de una estación de trenes que se está borrando y de una pareja de personas maduras que sienten que la vida les quita su fructificación y las arroja a una soledad tan dolorosa como intransferible.
Atentamente:
JOTAVE

 


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