El salto de la liebre
MODESTO MORRAS
Que haya amplios sectores progresistas y aún de izquierda que hoy apoyen o sientan cierta simpatía con la gestión de la Presidenta, no es circunstancia que pudiera extrañar y menos aún sorprender a cualquier observador atento del devenir del país. No es un consuelo del mal menor, pero tiene bastante de eso. Y en tal punto quién puede discutir que, salvo algunos períodos no muy extensos como (dictadura aparte) la que se expresó en la primera parte del primer gobierno de Perón (1946-52), o, luego, con los gobiernos radicales de Illia y Alfonsín, el resto de esas ocho décadas y con mucha mayor duración, la realidad argentina a lo largo de los últimos ochenta años fue una perversa serie de gobiernos de la más cruda derecha.
Así fue tanto bajo regímenes de facto o con gobiernos de jure. El costado económico y social (y también el político, con sañudas persecuciones a los disidentes) tuvo tan poco aliento para estimular a los intereses internos (en especial de los más desposeídos) como infinita generosidad para satisfacer poderosos intereses extraños al bienestar general y al futuro del país.
Pero esos aspectos no son advertidos por todos, sino bastante después y cuando el tiempo se encarga de poner algunas cosas en su lugar. No fue así en cambio, un fenómeno que aún su simple recuerdo aterra a muchos argentinos. Tal los enormes quebrantos que especialmente a los sectores menos pudientes, provoca la descontrolada suba de precios, la mal llamada inflación, término éste que no corresponde al "mayor costo de vida" sino al ensanche (la inflación, precisamente) de los medios de pago.
Pero, para hacernos entender mejor, usaremos ese vocablo: inflación. En este momento y aunque a bastante menor velocidad que en los años '89 y siguientes, se asiste a una constante suba de precios que de ninguna forma llega ni podrá llegar a equilibrarse en la economía familiar con un incremento salarial, por aquello tan gastado de que los precios suben por el ascensor y lo sueldos trepan por la escalera. Peor aún, la mayor erogación en sueldos es otro de los pretextos de las empresas de todos los ramos y niveles, para practicar un "ajuste" de precios y, así, generar un creciente malestar social.
Los poderes reales saben tanto de eso que, pasadas de moda las posibilidades de golpes militares, supieron acudir a los "golpes de mercado": grandes disparadas de precios que, v.g., allá por mayo o junio de aquel nefasto año (1989), acompañado con bien organizados asaltos a supermercados, desembocaron en una gran bronca popular y la caída del gobierno sustituido por otro más "espantoso" (Borges dixit) mucho más dispuesto a saciar la voracidad de los ganadores de siempre.
Aunque no con los salvajes índices de hace veintitrés años, la variación ascendiente de los valores en todos los órdenes (especialmente los de la llamada "canasta familiar" con su sabido mayor impacto en el ánimo popular) forma parte de un palpable presente que, increíblemente, parece no estar dentro de las primeras preocupaciones del gobierno central y constituye, por eso mismo, uno de los flancos más débiles de su quehacer. Este aspecto no es desconocido ni mantiene ociosos a los salteadores de la gran manija. Se advierte con la tirria que despierta la simple mención de uno de los funcionarios nacionales (el secretario de Comercio) que de distinta y variada manera dirige su acción a defender el puchero de los consumidores internos.
En la medida que no se adopten medidas enérgicas y adecuadas para evitar el ominoso retorno a la vieja y temible "espiral", crecerán sin duda las posibilidades de éxito de esa guerra psicológica que a despecho de los claros números electorales, no desecha la posibilidad de forzar cambios en las alturas. Si hasta tienen y sostienen sin disimulo, los probables renuevos que se encargarían, ellos sí, de "poner las cosas en su lugar"; es decir, el lugar que apetecen los partidarios de doctrinas neoliberales para embolsicar escandalosas ganancias y acrecentar su poder.
Sería necio negar las limitaciones del actual gobierno para ofrecer un futuro mejor a la mayor parte de la población pero, por ahora, las alternativas que ofrece el panorama político siguen siendo pavorosas.
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