Zapatillas de colores
La moda de ser pobre llegó con la música y con la ropa, elementos simbólicos e identitarios del capital cultural de una sociedad. Las zapatillas ya no eran negras solamente.
Por Sofía Hernández*
Cuando vivís en el barro, hay zapatos que no podés comprarte. Simplemente porque no sirven para el territorio: se hunden y se estropean con enorme facilidad. Durante mucho tiempo creí que mi calzado no era apto para la forma de mis pies, hasta que fui al médico en una de esas rutinas de la infancia, y con mi familia lo confirmamos. Mi calzado apto eran zapatillas con horma marcada, de esas deportivas para correr. Como en mi casa vivíamos, ya para ese momento, un poco mejor, me pudieron comprar un par. Claro que negras, para que me sirvieran para todo. Lo que yo no iba a saber era cuál sería el precio real de esas zapatillas hasta vivirlo en carne propia.
Mis zapatillas me acompañaron durante años, sólo cambiando cuando el talle lo requería, a lo largo de toda la primaria. Luego en la adolescencia, la etapa rebelde me llevó por caminos más descontracturados, retomando en la adultez el calzado apto. Toda mi niñez, esas zapatillas indicarían bajo la mirada de mis pares una clase social innegable y diferencial, que me marcaría los tantos. La vida de la escuela puede ser cruel, siendo la primera vez que convivimos en los circuitos societales. Mis zapatillas negras mejoraron mis pies, y me enseñaron por dónde caminar libremente. Tenía más arco, más apertura. Empecé atletismo, podía hacer gimnasia. Los mejores años los recuerdo llenos de colores y formas innovadoras. Jamás tirando manteca al techo, porque si ser pobre te proporciona aprendizajes, uno es que lo que hoy está, mañana puede que no, entonces hay que cuidarlo. Mis zapatillas sólo eran descartadas cuando ya se fundían. A veces ni siquiera, sólo cambiaban de función. Las usaba para pintar, para jugar a la pelota, de pantuflas improvisadas.
El tema de las zapatillas fue un tema, como el celular, polémico en su momento. Gente de todos los sectores y trabajos cuestionando las zapatillas que aparecían en los pies de chicos y chicas que nunca lo hubiesen imaginado. Celular, zapatillas, computadora. Si lo sabré yo, si lo sabrás vos, privilegios materiales dentro de la estructura del hambre y la miseria. El problema radicaba en una raíz tan simple como milenaria: al pobre se le debe notar lo pobre que es. Pobre pero prolijo, pobre pero limpio. Que se le note la falta, pero que no moleste. Si hay pobres, es porque hay ricos. Los contrastes se generan por contraposiciones. Así como en la pintura. Así como en las imágenes históricas de mi país hasta ese momento.
Símbolos.
La moda de ser pobre llegó con la música y con la ropa, elementos simbólicos e identitarios del capital cultural de una sociedad. Las zapatillas ya no eran negras solamente. Basta para mí, basta para todos. Años después entendí que no fue casual, sino causal, el cambio de color. Las transformaciones, como todo en este mundo actual y vicioso, llegaron de la mano del dinero. La posibilidad de ascenso social vino de la mano de la construcción identitaria de una autenticidad argentina al alcance de todxs, por primera vez. El dinero era accesible. Mis abuelas, que trabajaron toda la vida hasta quedarse sin piel en las manos, jubiladas. Esa piel que cubría nuestras extremidades cansadas fue abrigada por zapatillas nuevas. Las manos descansaron arriba del regazo.
El otro día, luego de una inundación muy grande, mi casa materna y paterna se llenó de agua por primera vez. Mi casa, que ya no es más una casilla de madera de barco. Mi casa, sin humedad ni huecos cubiertos con pedazos de plástico pegados. Después de mucho tiempo, me di cuenta de algo que naturalicé con el paso de los años y debo decir también con mi estabilidad económica: tengo dos pares de zapatillas. No me preocupa que no se seque uno cuando las lavo, porque tengo las otras. No me preocupa que se me rompan, hoy me costaría pero puedo comprarme nuevas. El poder del acceso es el verdadero poder de la libertad en mi vida. Creo no hablar solo por mí misma. Tener acceso, tener oportunidades, nos da la posibilidad de elegir. Así como cuando vas a un kiosco y hay alfajores de muchos tipos.
Las vidrieras inalcanzables de los shoppings, cuando era chica, se traducían siempre en la carencia y la reafirmación de mi lugar. Mis zapatillas negras no tenían marca ni costuras a la vista, tan diferentes a las del empaque. Sin embargo, tenían algo que las distinguía y las hicieron inolvidables hasta hoy: habían pisado muchas calles, habían recorrido muchas historias, que podía contar.
Decisión política.
No hace falta decir de quién hablo cuando pienso en la oportunidad y decisión política de poder acceder a la compra de mis zapatillas de colores. Ni a mi primera computadora portátil. Ni a la escuela pública, de la que me gradué con felicidad y honores. Ni a la universidad, que me vio crecer y abrazó mi idiosincrasia. En estos últimos dos lugares, vale la aclaración, jamás miraron mis zapatillas.
No hace falta para nadie que demuestre lo que siempre se nos exige a los que no tenemos nada: limpieza intelectual y rectitud moral. Impecables pero pobres. No vayamos a pensar, a ver si se nos ocurre hablar. Las zapatillas limpias.
Hace falta para mí, sí, como una muestra de cariño insondable, recordar quién fue la que tomó las decisiones necesarias para yo esté escribiendo esta historia. Mis momentos más felices fueron con zapatillas de colores. Los más memorables, diría, fueron con las negras. No me olvido del calzado apto y mi pie plano. Las zapatillas negras, cual héroe inanimado, sobreviven al tiempo y a la calma que traen el buen vivir. ¿Cómo olvidarme? Si son las que me enseñaron hacia dónde tengo que caminar.
Gracias a ella. Ya sabemos, no hay otra igual.
(* extractado de elcohetealaluna.com)
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