Paradojas de la presa y de sus carceleros
Uno de los fenómenos más singulares de las últimas 72 horas es que quienes más están sufriendo la prisión de Cristina Fernández son sus carceleros. Los voceros de Héctor Magnetto, de Mauricio Macri, y del resto de los dueños del país que controlan la Corte Suprema, se quejan sin parar en televisión porque la expresidenta sale al balcón de su departamento, radiante, y saluda a los miles de militantes que ya transformaron la esquina de San José y Humberto 1° en una vigilia permanente.
En cualquier batalla, el quiebre de la moral del adversario es uno de los componentes de la victoria. La expresidenta está presa y se la ve cargada de energía, alegría, mientras los periodistas del establishment se quejan en televisión. Ellos que están libres, que tienen todos sus derechos políticos, que pueden gozar de los millones que se han embolsado, están sufriendo. La batalla legal la ganaron los dueños de la Corte, pero en la batalla moral y espiritual la presa pareciera tener a sus carceleros contra las cuerdas.
Una de las respuestas a este fenómeno se encuentra yendo a dar una vuelta por la esquina de la calle San José. Un grupo de personas, adultos, jóvenes, niños, se retira hacia la avenida San Juan mientras en sentido opuesto avanza otro grupo sosteniendo banderas que flamean con el viento. Al llegar más cerca hay que comenzar a pedir permiso para avanzar porque la gente está amuchada.
Debajo del balcón, en el centro de la calle, hay un grupo de pibes cantando, saltando, haciendo pogo, sonriendo. Ninguno parece tener más de 20 años. Es imposible no contagiarse de esa energía, una alegría que puede resultar fantasiosa por la situación que la rodea. A cualquiera que esté deprimido, se le puede recomendar darse una vuelta por esa esquina para que su ánimo mejore. De alguna forma esa energía es como una niebla que puede colarse por pequeños espacios. Pasa por debajo de la puerta del edificio, sube las escaleras y se mete en el departamento.
Ese amor tiene explicaciones concretas, pero también una dosis enigmática. Ese amor no se quebró por la proscripción, parece haberse potenciado. Y si los carceleros deciden trasladar a la presa lejos para que sufra, porque el objetivo es verla sufrir, ese amor viajará hasta donde sea para seguir cantando, bailando. ¿Acaso nunca amaron a nadie los carceleros que no entienden lo que motoriza?
Son muchos los dirigentes que cuentan que llegan acongojados a visitar a la presa y que ella les levanta el ánimo. Para los Macri, los Magnetto, los Rocca y sus voceros, la comodidad personal es lo más importante. Para un líder histórico, que sabe que sigue dejando huellas que otros seguirán, lo más importante es la trascendencia. Los carceleros televisivos se desesperan porque se imaginan a sí mismos en esa situación y seguramente estarían tirados en una cama y sumergidos en la depresión. No entienden que el líder histórico se fortalece cuando se da cuenta que tiene que escribir un nuevo capítulo, en este caso liderar la batalla contra la dictadura judicial y la recuperación de la democracia plena.
La película Invictus retrata una parte de la vida de Nelson Mandela cuando fue presidente de Sudáfrica. En varias escenas se recuerdan los años en que Mandela estuvo preso y leía el poema –que se llama igual que la película- del escritor inglés William Ernest Henley. El final del poema tiene la frase que según la película Mandela se repetía a sí mismo: “Soy el amo de mi destino. Soy el capitán de mi alma”. Esto es lo que transmite Cristina y lo que desespera a sus carceleros. (* en tiempoar.com.ar)
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