Sabado 26 de julio 2025

Hacerse valer es estrategia de vida

Redacción 14/08/2012 - 05.07.hs

Señor Director:
Días atrás, leyendo a Rodrigo Fresán, me atrajo su referencia a un encuentro casual, en un tren, entre un personaje femenino de la más reciente novela de Steve Martín, llamada Lacey, y el escritor John Updike. La novela se titula Un objeto de belleza y ha sido editada en español.
En la charla presunta Lacey revela a Updike que ella se ocupa del negocio de las obras de arte. Hablan de los precios desmesurados que han alcanzado y es entonces cuando Updike le dice: -A mí me parece lo siguiente. Los cuadros son darvinianos. Van hacia el dinero por la misma razón que los sapos evolucionaron hasta tener visión estereoscópica. Supervivencia. Si las obras maestras no fueran codiciadas, se pudrirían en sótanos, entre montones de basura. Por tanto, se las arreglan para hacerse necesarias para nosotros".
Desde luego, sería una "boutade" de Updike, pero un escritor de sus talentos no usa esas salidas por epatar al burgués (en nuestra lengua ya está aceptado decir epatar, del francés épater: deslumbrar) sino porque ha estado pensando que las estrategias para sobrevivir pueden trasladarse a las cosas inanimadas, no por ellas mismas sino por la mediación humana. A veces aparece un violín Stradivarius que ha permanecido arrumbado en un chiribitil durante décadas o siglos, y todos los que pueden corren a ofertar para hacerlo suyo. También aparecen obras maestras de artistas plásticos, aunque hay que asegurarse de que no sean falsificaciones. Y se editan escritos extraviados o escondidos u ocultados por un autor fallecido, que las editoriales rescatan porque esa firma vende bien. Luego puede resultar que dicho autor haya tenido buenas razones para no publicarlos, pero se venden y son leídos porque algo del talento que lo consagrara debe haberse destilado en cualquiera de sus escritos. O puede suceder que se trate, también, de falsificaciones.
Lo que pienso es que el presunto dicho de Updike (escritor por cierto talentoso, el de Corre, Conejo y de las colaboraciones en New Yorker, fallecido en 2009) procuró llamar la atención de la vendedora de obras de arte acerca de su propio papel y el del mercado, que busca (a la manera que Darwin reveló como estrategias de la vida para perdurar en el planeta) no tanto la duración de una creación plástica como mantener el negocio y aumentar las ganancias. Lo mismo hacen las editoras cuando se les muere el autor tan entrador (en el mercado) y se afanan entonces por descubrir escritos perdidos u ocultados.
La verdadera estrategia de supervivencia descansa, más bien, en otra creación humana: la publicidad, la propaganda. Su desarrollo ha sido tan constante, que ahora, cuando se observan sus formas y, en particular, sus efectos sobre la mentalidad colectiva, uno se dice que son una "obra de arte". Como la lengua en la fábula de Esopo, la publicidad puede ser vista por su costado bueno o su costado malo. Es "buena" en cuanto logra atraer la atención de las personas hacia alguna novedad que conviene conocer. Es mala en cuanto usa las mismas artes para imponer algo que no es necesario o que no es mejor y, en casos, ni siquiera diferente a otras ofertas existentes. Lo observo ahora con los dentífricos, respecto de cuyas ofertas (pasta, cepillos, enjuagues) no se vacila en poner un guardapolvo a presuntos odontólogos que nos aseguran que son preferidos por nueve de cada diez habitantes del planeta. Uno termina sospechando que hay marcianos infiltrados, porque no puede ser que tres o cuatro marcas de lo mismo atraigan, al mismo tiempo, a nueve de cada diez personas o terráqueos.
Updike había triunfado largamente cuando su diálogo con Lacey. Estaba cerca de su final, de modo que solamente puede haber querido transmitirle su sabiduría a esa mujer que desplegaba el arte de sobrevivir como vendedora de obras de arte que, tal vez, a ella no le interesasen como tales. Lo de Darwin vale. La publicidad, ¡hum!
Atentamente:
JOTAVE

 


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