Dolor por un descenso que no es al infierno
Señor Director:
En estos días (cuando escribo esta nota) uno de los temas que ocupan espacio en la pantalla y en los diarios es el de los ascensos y los descensos en el fútbol profesional del país.
Se mezclan la lágrima de los que bajan con el júbilo de los que ascienden. Se sabe que cada club tiene sus socios y sus simpatizantes.
Nuestra dependencia de lo externo es tan grande que nos obligamos a hacemos tiempo para atender el adentro y el afuera de nuestras vidas. No sin conflictos, porque las demandas de uno y otro no siempre son fáciles de compatibilizar. Hay quienes, con todas las simpatías que puedan tener por unas banderas o unos colores, privilegian lo de adentro, o sea que atienden a sus obligaciones y a sus afectos íntimos; pero, también hay quienes descuidan el adentro por atender excesivamente el afuera. Asimismo, se da el caso de quienes hacen del afuera su adentro: el dirigente de un club que se queda con una parte de las transferencias o las comparte con otros. La propia barra también deriva con tremenda facilidad desde el adentro representado por la comunidad del club con el afuera de sus modos de vida o de ganar prestigio y poder. No conforme con beneficiarse con la gratuidad de su acceso a la tribuna, la barra organiza negocios con esas entradas y con las que obtiene además a través de compinches de la administración o la dirigencia del club. Luego se hace cargo del "cuidado" de los vehículos estacionados o impone la limpieza de parabrisas y vidrios por una tarifa, no a beneficio del club sino de la propia barra organizada como banda, ya con un jefe y su corte. Un vocero del gobierno argentino ha podido decir en estos días convulsionados del fútbol profesional que se asiste al fenómeno de intermediarios o sponsors cada vez ricos y de clubes cada vez más pobres. La trama del afuera que destruye al adentro (del out que se va comiendo al in, para decirlo con voces foráneas de mucho uso, pues esto no solamente sucede en la Argentina) se desarrolla hipertróficamente sin cuidar a la criatura que le sirve de sustento. De esta guisa o manera se genera un remedo o símil dramático y caricaturesco de una sociedad cuyas desigualdades no siempre se generan en el mérito o en el trabajo. Por esto es que suele decirse que la honestidad es una virtud, expresión que tiene su miga. ¿Por qué se diferencia eso que llamamos virtud? No por su abundancia, sino por su rareza. Si fuese lo corriente, no llamaría la atención, sería lo ordinario, lo que damos por hecho. La virtud, en verdad, no es, sino que alude a algo que está propuesto como proyecto para mejorar la calidad de nuestras existencias. Algunos pensadores dicen, en esta línea de razonamiento, que la persona (cada uno de nosotros) no es sino que está haciéndose (está siendo), porque siempre está en movimiento, en tránsito desde cada momento que alcanza con rumbo al proyecto que se ha trazado o que tiene propuesto y ha aceptado. Lo que alcanzamos, lo que tenemos, siempre resulta efímero, porque "vamos por más". Por suerte, la memoria atesora los momentos y de tal manera se va construyendo lo que llamamos nuestra identidad. En cuanto a las bandas su organización termina incluyendo un grupo "pesado", conocido como barra brava. Sirve para una diversidad de usos, incluso políticos y aun de franca delincuencia. Además, su estructura crea una suerte de diplomacia para las relaciones con el poder: buscar aliados en las fuerzas de seguridad, crear complicidad con dirigentes, jugadores y periodistas, servir a las trenzas políticas y toda una variedad de encomiendas onerosas.
Todo esto se ve y se comenta más allá del dolor o del júbilo de los simpatizantes ante los descensos y ascensos. Tal como dicen los ecologistas de la conducta social que explota el ambiente hasta aniquilarlo (matar la gallina de huevos de oro, matar la madre) eso mismo sucede en el pequeño escenario del más popular de los deportes.
Atentamente:
JOTAVE
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