Artes marciales mixtas
Podrán decirse muchas cosas de Donald Trump y Elon Musk, pero si hay algo que hay que reconocerles, es cómo se brindan por el espectáculo. El hombre más rico del mundo y el más poderoso (aunque últimamente riqueza y poder vienen medio mezclados) acaban de poner fin a un idilio que los tuvo como protagonistas casi por un año, desde que en julio del año pasado, tras el intento de asesinato contra el entonces candidato a la presidencia, convenció al dueño de Twitter de apoyar esa candidatura. Un apoyo que, por cierto, representó desembolsar una suma superior a los 270 millones de dólares para gastos proselitistas. "Qué gran tipo", posteó el republicano en aquel momento, y con 270 poderosas razones.
Derrotero.
La verdad es que no siempre fueron tan amigotes. En el pasado Trump, hombre bien chapado a la antigua, se había despachado contra los autos eléctricos como los que fabrica Musk en su empresa Tesla. Son demasiado caros y lentos, dijo. Que se pudran en el infierno, dijo. Pero en marzo pasado, en un gesto muy impropio de un presidente, utilizó la Casa Blanca para hacer una especie de "showroom" de esos vehículos, y terminó por comprar uno, modelo "S", rojo chillón, que recuerda vagamente a una Ferrari Testa Rossa. El coche, que está estacionado frente al lugar de trabajo del presidente, ahora ha salido a la venta, al bonito precio de ochenta mil dólares.
¿Cómo es que se quebró esta hermosa amistad? Dos hombres megalómanos, carentes de toda empatía e incapaces de reconocer el valor de otro ser humano... ¿qué pudo haber salido mal?
Los analistas ahora ven señales muy antiguas, en particular, en los rostros adustos de Trump cuando su socio hacía monigotadas en los escenarios de campaña. Luego, cuando el cargo público que ejercía Musk comenzó a inquietar a los accionistas de sus empresas, empezó a tambalear su permanencia en el gabinete, donde sus logros en el recorte de gasto público estaban lejísimos de los objetivos trazados. Parece que todo explotó en mayo, cuando Musk se quejó de que la ley ómnibus impulsada por Trump ("una abominación asquerosa") incrementaría el gasto, y este último respondió pisando el nombramiento de un hombre del primero para un cargo en la NASA.
Redes.
La confrontación estalló esta semana, y como es habitual en estos dos individuos, el escenario fueron las redes sociales, donde se dijeron de todo menos "bonito". Musk empezó por afirmar que "sin mí, Trump no hubiera ganado las elecciones". Éste a su vez dijo que había sido él quien lo echó del gobierno, y que "nadie quiere" sus autos eléctricos. Pero acto seguido, en medio de los golpes bajos, dijo una gran verdad: "la mejor forma de ahorrar dinero del presupuesto, miles de millones de dólares, es eliminar los subsidios y contratos gubernamentales de Elon".
Y hay que decir en favor del presidente que, cuando Musk contraatacó con una acusación sobre su "vida privada" (concretamente, sugirió que era cómplice del perverso pedófilo Jeffrey Epstein) se abstuvo de responder el golpe por ese lado. En particular, cuando tenía amplios flancos de ataque, entre las drogadicciones del magnate y su vida familiar errática. No es un secreto para nadie que, entre otros barbitúricos, Musk consume habitualmente ketamina, un anestésico para caballos que, aplicado en humanos, resulta alucinógeno.
Alguien dijo por ahí que la pelea revelaba la "masculinidad tóxica" de los participantes. Uno creería que una reyerta entre hombres de verdad involucraba intercambiar unos cuantos bifes, y terminar con los ojos en compota, la nariz ensangrentada y varios dientes menos, mientras los púgiles se retiran mascando tabaco. Esto de intercambiar chismes baratos por internet tiene poco de masculino.
Verdad.
Sin embargo, hay que destacar esa epifanía de Trump, cuando sugirió que su próxima movida sería pegarle a Musk donde le duele, esto es, en sus múltiples y obscenos beneficios fiscales. Una amenaza que, por cierto, también tiene más que nerviosos a otros magnates de compañías tecnológicas, que de pronto descubren que haber colaborado en la elección de un "hombre fuerte" para conducir el país, pone en peligro las normas estatales que los beneficiaban. Como, ¿no era que querían destruir al Estado, su burocracia, sus regulaciones?
Cualquiera que haga un estudio superficial del presupuesto estatal -y no sólo de los EEUU- descubrirá que las grandes empresas se llevan la mayor parte, y que el gasto social es, comparativamente, insignificante. En nuestro caso, por ejemplo, los subsidios y exenciones impositivas de Galperín y su emporio Mercado Libre representan centenas de veces lo que se gasta en planes sociales o en sueldos de los médicos en la salud pública.
No está claro si le van a quitar los subsidios a Tesla, o los contratos espaciales a SpaceX, que hace poco se anotó un poroto cuando fueron a rescatar esa pareja de astronautas que habían quedado varados en la estación espacial internacional. La verdad que que con los chisporroteos del jueves pasado entre estos dos titanes en el ring, la empresa automovilística de Musk cayó abruptamente su cotización en Wall Street, lo cual representa una pérdida superior a los ciento cincuenta mil millones de dólares. Ni que la administrara el "Toto" Caputo.
Pero volvamos al principio. No estamos aquí para hablar de cuestiones presupuestarias, que son aburridas y muy poco dominicales. Estamos aquí para chismorrear sobre la pelea del año. Y para reclamar a viva voz que de una vez se pongan los pantalones (aunque sea, los cortos) y peleen como hombres de verdad, y en público. El escenario podría ser una fuente llena de barro, o -teniendo en cuenta la línea abdominal- un estadio de sumo. O podría Trump llamar a su amigo Dana White, y pedirle que les organice el match en algún octógono de la UFC, preferiblemente en Las Vegas.
Eso sí sería digno de ver. Y hasta de hacer apuestas con criptomonedas.
PETRONIO
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