Miércoles 27 de marzo 2024

Derrames eran los de antes...

Redacción 06/11/2022 - 12.11.hs

El 13 de septiembre de 1513, en la plaza del Capitolio de Roma, se celebró un banquete en honor de Julio de Médicis, a quien acababan de honrar con el título de patricio romano. Los comensales eran unos veinte, sentados alrededor de una única mesa, elevada sobre una suerte de escenario. Pero alrededor de ese estrado, además, se instalaron tribunas en las que se formó una muchedumbre, ansiosa por presenciar el festín. Si el hecho no estuviera narrado en un libro serio ("Un festín de palabras" de Jean-Francois Ravel) parecería una invención febril del cineasta Federico Fellini.

 

Menú.

 

Por pintoresca que fuera la situación, parecería algo arbitrario rememorar aquí un episodio distante, del que acaban de cumplirse 514 años, y que en principio sólo parece demostrar que los tanos siempre fueron tanos. Pero si no nos tomamos esa libertad un domingo a la mañana, ¿entonces cuándo?

 

Entretengámonos un poco con la escena, entonces. Al llegar, lo primero que encontró cada invitado fue una fina servilleta en la que había envueltos pajaritos vivos, que al ser liberados, se pusieron a revolotear sobre la mesa donde ya habían entremeses servidos: pasteles de piñones, mazapanes, bizcochos con vino de malvasía, cremas azucaradas, higos y vino moscatel.

 

A eso le siguió el primer servicio, consistente en enormes bandejas atestadas de tortas, papahigos, codornices, tórtolas, perdices, gallos cocidos y revestidos de su propia piel y plumas. Se acostumbraba presentar al animal cocinado, envuelto en su piel natural, como si estuviera vivo, lo cual causaba un cierto tufo cuando las partes crudas, por obra del calor, comenzaban a descomponerse, obligando a desparramar perfumes.

 

Para que si hay miseria no se note, estas aves eran acompañadas con capones hervidos recubiertos en salsa blanca, mazapán, patés de codornices, y hasta un cordero de cuatro cuernos, igualmente cocinado y revestido con su propio cuero, al que presentaron en el centro de la mesa, parado sobre sus pezuñas como si estuviera a punto de huir de allí.

 

Y sigue.

 

Este no fue más que el primero de los servicios. A esto le siguieron doce o trece andanadas sucesivas de comida, sorprendentemente parecidas unas con otras, aunque variara levemente el lote de bichos, incluyendo faisanes, corzos en paté, vacas hervidas con mostaza, capones azucarados recubiertos en oro fino, cabra a la salsa verde, y alguno que otro chiste como un águila embalsamada sosteniendo un conejo entre sus garras.

 

De más está decir que semejante comilona debió estar generosamente regada con vinos de todo tipo y procedencia, y que a los postres se sirvieron infinidad de confituras, frutas almibaradas y mondadientes perfumados. La fuente no indica si, a la manera de los romanos clásicos, estaba previsto algún recipiente a modo de vomitorium, para -previo provocar arcadas con una pluma de ave rozando la garganta- hacer lugar para continuar la chupipanda.

 

Un cronista pudoroso indica que los invitados, "no sólo saciados sino ya incómodos" comenzaron a distribuir lo que a ellos les servían entre los espectadores en las tribunas circundantes, y que éstos, también ahítos, comenzaron a tirarse porciones unos a otros, generando un curioso espectáculo de corzos, conejos, cochinillos y faisanes volando por los aires, que por obra de la gravedad, terminaron cubriendo el augusto suelo de ese recinto histórico.

 

Derrame.

 

A Ravel el episodio le provoca reflexiones acerca de lo poco que había evolucionado el arte culinario durante el Renacimiento, y cómo esa obsesión por la acumulación, sobre todo de carnes, remedaba los toscos banquetes medievales.

 

Pero bien visto, y con la ventaja que nos proporcionan 514 años de distancia, podría decirse que estamos en presencia de uno de los pocos ejemplos históricos en los que se hizo realidad -bien que por un solo y loco, loco día en la eterna Roma- la tan mentada teoría del derrame. Esto es, la idea de que hay que favorecer el enriquecimiento de los ricos, incluso eximiéndolos de impuestos, en la esperanza de que tarde o temprano esa riqueza que ellos acumulan sin pudor y hasta en público, terminará derramando migajas sobre el pobrerío espectador.

 

Si hace cinco siglos esto era posible, el actual desarrollo del sistema financiero internacional -que por aquellos años comenzaba a esbozarse, con foco en algunos principados italianos y en los Países Bajos- hace que la capacidad de acumulación sea infinita, ya sin necesidad de un vomitorium.

 

Es cierto que en 1513 las jerarquías estaban bien marcadas, y que estaba claro en aquel banquete quiénes tenían la sartén por el mango. Hasta la teatralidad del escenario servía para enfatizar esas jerarquías. Pero al menos el vulgo tenía acceso a los huevos de codorniz y las lenguas de alondra en aspic que caían de la mesa.

 

El actual sistema de derrame, en cambio, más se parece a la famosa ley del gallinero. Y ya sabemos, en un gallinero, qué es lo que se derrama desde arriba.

 

PETRONIO

 

Foto: gladiatrixenlaarena.blogspot.com

 

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