Martes 23 de abril 2024

Dos ataques, y un mismo hilo conductor

Redacción 10/11/2022 - 00.31.hs

Las elecciones en Estados Unidos tuvieron en el centro del debate a la violencia política, con un episodio delictivo cuya génesis y consecuencias sirven de espejo a lo ocurrido en Argentina el pasado 1 de septiembre.

 

JOSE ALBARRACIN

 

Aún con resultados provisorios, tal parece que las elecciones de medio término celebradas el martes en EEUU no produjeron -salvo en el estado de Florida- la "marea roja" que se pronosticaba a favor de los republicanos. Aunque parecían retomar el control de la cámara baja, en el Senado parecía mantenerse la mayoría demócrata, aunque este dato sigue siendo incierto (en especial, cuando Georgia parece encaminarse nuevamente hacia un ballotage que tendría lugar en diciembre). Curiosamente, o no tanto, el Partido Republicano concurrió mansamente a las elecciones, cuando ha hecho casi un dogma partidario la desacreditación del sistema electoral y la sospecha de fraude permanente. No menos de doscientos diez de sus candidatos, notorios impugnantes de las elecciones de 2020, acaban de acceder a cargos electivos, sin que se les cayera la cara.

 

Causas.

 

Las motivaciones de los votantes varían de estado en estado, y seguramente los grandes temas del debate político norteamericano habrán estado presentes en forma despareja de este a oeste. La cuestión del derecho al aborto -que fue objeto de expresas consultas populares en tres estados- impactó sobre todo en el votante femenino suburbano. La cuestión de la inflación, por otra parte, no tuvo el efecto catastrófico que se auguraba.

 

Sin embargo, el tema más profundo del debate político -allá y aquí- es la democracia misma, la necesidad de su defensa y preservación, y el correlativo combate a la violencia como método político, y a las noticias falsas y teorías conspirativas, que son una expresión más de esa violencia. Así lo señaló con rara claridad el presidente Joe Biden, y lo editorializaron los medios de prensa más serios del país.

 

Y en el centro de ese debate sobre la violencia política estuvo un episodio delictivo, cuya génesis y consecuencias sirven de espejo a lo ocurrido en Argentina el pasado 1 de setiembre: el ataque perpetrado contra Paul Pelosi, marido de Nancy Pelosi, la líder demócrata en el Congreso, quien sufrió una fractura de cráneo por el ataque a martillazos de un individuo que, en realidad, buscaba a su esposa.

 

Responsable.

 

Lo que se sabe oficialmente hasta ahora es que el atacante ingresó en la vivienda de Nancy Pelosi en California, preguntando por ella insistentemente, antes de atacar a su marido. Los oficiales que lo interrogaron refieren que toda su motivación estaba relacionada con las múltiples teorías conspirativas que pueblan las redes sociales de derecha. Y que su intención era secuestrar a la diputada demócrata, para "quebrarle las rodillas" para que "no mienta".

 

Vale decir, que la persona que aparece como responsable directo del ataque, de indudable contenido político, resulta ser un emergente de los grupos de ultraderecha, dentro y fuera del Partido Republicano.

 

¿Cuál ha sido la respuestas de los representantes de ese espacio, tanto en el partido como en los medios? Pues bien, generar nuevas teorías conspirativas a fin de relativizar la gravedad del hecho o incluso negar su veracidad. Tanto Donald Trump como su adláter Roger Stone aseguraron que el ataque habría sido una "puesta en escena". Otros dirigentes y comentaristas de los medios buscaron erosionar la narrativa poniendo en duda distintos detalles del ataque, o que realmente todos los detalles del hecho hayan sido revelados. Y, por supuesto, no faltó quien sugirió que se trataba de un episodio de prostitución masculina (Elon Musk) o de infidelidad gay (Royce White. Dinesh D'Souza) hasta afirmando falsamente que el atacante estaba en paños menores (Devin Nunez).

 

Vale decir, que mientras Paul Pelosi estaba en el hospital con su cráneo detonado, y su esposa comenzaba a evaluar su futuro político en vistas a las consecuencias que su militancia tenía para su familia, decenas de representantes republicanos, lejos de repudiar la violencia, se entretuvieron difamando a la víctima (y, de paso, también a su atacante).

 

Por casa.

 

En Argentina pasó algo muy parecido. También aquí, la víctima del ataque fue una mujer poderosa, con un alto cargo legislativo. También aquí, su atacante fue un personaje menor, integrante de grupos de derecha radicalizados. También aquí existió un claro peligro de muerte, con la diferencia de que ése era precisamente el objetivo del atacante (a Nancy Pelosi "sólo" querían secuestrarla y torturarla).

 

También aquí, lejos de repudiar la violencia como recurso político, o los claros condimentos misóginos del ataque, casi todos los dirigentes de la oposición intentaron relativizar el hecho, o trataron de desviar la atención hacia una supuesta utilización política de lo ocurrido. Para no hablar de quienes -incluso dentro del propio "peronismo"- aseguran que el atentado fue una puesta en escena, y que la mayoría de la población estaría convencida de esto.

 

También aquí los datos duros de la investigación judicial hablan de otra cosa. Se sabe por una pericia balística que el arma estaba en perfectas condiciones de disparar, y que sólo un detalle mecánico fortuito impidió que se perpetrara el magnicidio. Es más: se sabe que el atacante y su grupo de pertenencia tenían una "militancia" política muy reciente, y que sus actividades gozaban de un generoso financiamiento proveniente de alguna figura del arco opositor al gobierno.

 

También aquí, como en EEUU, puede decirse que la violencia política es incompatible con la democracia, y que lamentablemente hay todo un arco del espectro ideológico, para nada marginal, que ha renunciado a esos principios. Resulta curioso que este episodio sea contemporáneo con el estreno de un filme ("Argentina, 1985") que precisamente relata el momento épico en el que la sociedad argentina alcanzó, casi cuarenta años atrás, un consenso unánime de repudio a este tipo de prácticas.

 

Como acaba de formular el psicólogo Jorge Aleman, tal parece que no podemos ponernos de acuerdo en no matarnos entre nosotros. Pero esa formulación pareciera abarcar a toda la sociedad, y la verdad es que el sector del que proviene esta violencia, esta mentira, está perfectamente identificado. Allí no hay decencia, ni humanismo, ni empatía. Allí, por lo visto, la buena gente escasea.

 

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