Martes 07 de mayo 2024

El discreto encanto del otoño

Redacción 28/05/2023 - 00.19.hs

Con la última semana de mayo comienza a hacer su tímida despedida el otoño. Estación modesta si las hay, no tiene las pretensiones de eternidad del invierno o el verano. Como si supiera de su carga metafórica -la decadencia, la decrepitud- nos cubre de una pudorosa niebla, que nos invita a la inmovilidad (ciertamente no favorece el tráfico aéreo, y ni hablar de salir a la ruta con tanto loco suelto). Curioso entonces, que de todas las épocas del año, los argentinos hayamos elegido justo la estación melancólica para hacer nuestra primera revolución.

 

Porteños.

 

A no dudarlo, ya en 1810 los provincianos mirábamos a los porteños -esa gente ruidosa e inquieta- con la misma media sonrisa indulgente. Y todavía esperamos ser correspondidos. En tiempos del Whatsapp cuesta creer que en algunas ciudades del interior la noticia de la revolución de mayo tardó meses en llegar. Pero cuando llegó, se hizo carne. Fue el interior argentino el que se regó de sangre para expulsar a los españoles realistas.

 

En semejante fecha el lector tendrá que permitirnos un giro algo autorreferencial. Tendríamos que transportarnos al 25 de mayo de 1976, apenas dos meses después del golpe de Estado, cuando este escriba atendía sus primeras clases del colegio secundario, lo cual de por sí podía ser suficientemente aterrador. Esto es, sin necesidad del estigma de sospecha que perseguía, por entonces, a todos los jóvenes que osaran caminar por la calle.

 

Quiso la suerte que en aquel acto escolar ocurriera algo extraordinario, que hasta el día de hoy resuena en la memoria. Un profesor de historia de apellido Carrizo tenía a su cargo el discurso central. Y dijo algo que, para nuestros oídos todavía niños, sonaba bastante estrafalario. Habló de los ideales de aquella revolución de 1810, del ansia de libertad de nuestro pueblo, y de cómo, algunos de aquellos objetivos revolucionarios "aún no se han cumplido", por lo que nos cabía honrarlos a nosotros en el presente.

 

Sorpresa.

 

Lo que a la distancia impresiona es la enorme valentía de aquel hombre, diciendo en público algo que podría haberle causado serios problemas en la dictadura imperante. Estaba diciendo, con todas las letras, que el ideario de independencia que mayo traía consigo continuaba inacabado, que todavía había cadenas que romper. Nosotros no éramos tan niños como para no haber escuchado, hasta pocos meses atrás, las continuas citas a aquel slogan de "liberación o dependencia" que -al menos nominalmente- habían llevado al poder al gobierno democrático ahora depuesto.

 

No es preciso reiterar aquí que el gobierno de facto instaurado en 1976 no tenía, en absoluto, esos ideales de independencia. Todo lo contrario. Las políticas de esa administración, de diezmar una generación entera, de destruir la industria nacional, de promover las importaciones a mansalva y la timba financiera, de multiplicar el endeudamiento externo, apuntaban precisamente en la dirección contraria: la de convertir al país en una obediente colonia agraria.

 

Muchos de los cambios estructurales impuestos entonces nos persiguen hasta hoy. Ahí está para probarlo la ley de entidades financieras, jamás rozada por los legisladores electos por el pueblo. Algunos de aquellos cambios, incluso, se han agravado. El porcentaje de pobreza, sin ir más lejos: esa herida absurda que divide a la sociedad, justo el detalle en el que no queremos parecernos al resto de Latinoamérica.

 

Otoño.

 

El 25 de mayo, entonces, es un significante complejo. Nos viene a recordar que aquel primer grito de libertad debe seguir resonando, y debemos ejercerlo en nuestra propia vida cotidiana. Al cabo, lo importante parece no ser el primer paso, sino la regularidad de la marcha.

 

Desde luego, más de una vez nos perdemos en el camino. Por si la fecha no fuera bastante pesada, nos empeñamos en cargarla con nuevos significados y efemérides. Ya no es sólo la revolución de mayo, ahora también recordamos la asunción de varios presidentes, hasta hay un club de fútbol que no tuvo mejor idea que fundarse justo un 25 de mayo.

 

Pero este año, en que festejamos cuatro décadas de democracia, hay elecciones otra vez. Y otra vez, con el dramatismo que nos define como sociedad, vuelve a plantearse la cuestión de la liberación o la dependencia. De si seremos dueños de nuestro destino, o nos limitaremos a entregar, genuflexos, nuestros recursos naturales a los amos del mundo.

 

Mientras este drama nacional se desenvuelve, el otoño nos cubre con su acuarela de amarillos y marrones, y acaso nos está queriendo decir algo. No sólo que se nos viene otro invierno, como tantos que nos ha tocado pasar. A lo mejor, con su oficio de despojarse para andar liviano, el otoño también nos enseña a abonar nuestro suelo. A lo mejor resulta que lo que perdemos con cada estación nunca nos abandona del todo. Y a lo mejor, quién sabe, nuestra libertad la vamos escribiendo con cada paso.

 

PETRONIO

 

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