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Jueves 18 de diciembre 2025

El presidente Milei quiere volver al Siglo XIX

Redacción 18/12/2025 - 01.04.hs

Nunca antes como ahora en la Argentina, la “batalla cultural” ha sido desnudada en términos tan explícitos como brutales. El propio presidente de la República acaba de fijar los límites de ese frente de conflicto cuando dice que “la justicia social es una cuestión de ladrones”.

 

No pocos argentinos lo sospechan desde hace tiempo: las diferencias que se esconden detrás de la llamada “grieta”, son mucho más que ese eufemismo inventado por Jorge Lanata que le puso nombre de partidos políticos a una diferencia que tiene una larga historia en nuestro país. Inclusión o exclusión, ésa es la cuestión.

 

En “La Etica Protestante y el Capitalismo”, Max Weber intentó explicar hace más de un siglo cómo esta forma de producción, de acumulación de riqueza y de exclusión social necesitó una nueva justificación en términos religiosos. Es que si la religión decía que “pasará un camello por el ojo de una aguja antes que un rico en el reino de los cielos”, el capitalista no podía enriquecerse sin culpa.

 

Por eso el luteranismo más tímidamente y el calvinismo con más decisión, postuló una moral a la medida de los nuevos ricos del mundo moderno y les reveló que la riqueza indicaba que Dios los había elegido.

 

En su relectura libre del libro de Weber, nuestro mandatario va más allá y postula no solo que ser rico es ser un elegido de Dios, sino que ser pobre y exigir justicia social es ser ladrón.

 

La impudicia con la que fue dicha puede mover a risa, pero la dijo el presidente y es conveniente no tomarla a la ligera.

 

Porque anticipó el país de contrastes que está diseñando con sus decretos y leyes con una frase en la que parece querer curarse en salud: “¿Qué va a hacer el zurderío cuando la economía empiece a crecer? Van a decir que genera desigualdad”.

 

(Sin advertirlo, en su necedad, admite al decir “cuando la economía empiece a crecer”, que el país no crece pese a que se presentó como especialista en crecimiento con y sin dinero y que íbamos a cobrar en dólares que nos iban a salir de las orejas y los salarios iban a subir como pedo de buzo).

 

Al anticipar la Argentina desigual que está diseñando, le pone nombre a los perdedores porque la ausencia de justicia social está destinada a la base de la pirámide económica y social, o sea, la mayoría del pueblo trabajador.

 

Este supuesto hallazgo retórico del presidente para justificar sus políticas no es ni un hallazgo ni tiene nada de original. Las mentes más lúcidas del mundo lo vienen advirtiendo y estudiando porque anticipa una catástrofe que intenta llevar al mundo a los estándares de desigualdad del siglo XIX.

 

Entre otras y otros, Francine Mestrum. lo escribió hace más de veinte años en su libro “La Globalización de la Pobreza” y más recientemente en “Ilegalizar la Pobreza: una Agenda para la Justicia Social”.

 

Allí, la autora que alterna sus estudios entre Bélgica y México explica lo que ahora nos trae como novedad el presidente: el mundo en manos de sus elites económicas y sus políticos asociados (como los nuestros) “es una fábrica de pobreza“ que elude deliberadamente su erradicación.

 

Mestrum desenmascara las políticas globales que han desplazado el objetivo de la justicia social —que implica igualdad y redistribución de la riqueza— por el eufemismo de la “lucha contra la pobreza”.

 

Así, como ocurre hoy en la Argentina, se reduce a los ciudadanos a "objetos de caridad" y se aumentan los planes sociales de 220 mil en 2015 a 1,5 millones hoy, mientras se evita cuestionar las estructuras económicas que generan la desigualdad y se tacha de ladrones a los que impulsan la justicia social.

 

Argentina siglo XIX.

 

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