Érase una vez en 2075
Si me comí ese viaje fue para hacerle el aguante a Roberto, que sentía la necesidad de profundizar en su identidad judía.
La verdad es que su historia familiar era confusa. Aparentemente los habían expulsado de España en la época de Colón, y habían ido a parar al Líbano, o Turquía, o ambos lados, no sé bien. Desde ahí llegaron acá huyendo de la guerra. Ninguno practicaba la religión, ni estaba circuncidado, sólo la abuela de Roberto hablaba un poco del idioma ladino: cuando cocinaba, en vez de decir "burbujas" decía "bochichicas".
Si me preguntás a mí, te diría que la palabra bochichicas no me parece una base muy sólida para edificar una identidad cultural, pero por supuesto que eso no se lo dije a Roberto. A un amigo no se le cuestionan esas cosas. A un amigo se le hace el aguante y punto.
La cuestión es que tomamos ese programa de viaje diseñado específicamente para las necesidades espirituales de un cuarentón tardío, recién divorciado, y lo bastante desesperado para necesitar del apoyo de alguien como yo.
Una desilusión.
Ya de entrada la parte de Egipto fue una desilusión. Aunque la Biblia cuenta que los judíos estuvieron esclavizados ahí una bocha de años, no queda ni rastro. A Moisés ni lo nombran, imaginate que me enteré que existía yo en Argentina, y en el país donde nació ni figura el tipo. Podrían al menos haber guardado el moisés (la cunita) en que lo encontraron de bebé, flotando en el río. Pero qué vas a esperar de los egipcios, si hasta perdieron la nariz de la Esfinge esa que tienen junto a las pirámides.
Ahí de todos modos el mayor fraude para mí fue la excursión al Mar Rojo, que está lleno de esos barcos enormes cargados hasta el tujes de contenedores, muy poco bíblico el panorama. Ni se te ocurra pensar -como me pasó a mí, de puro ingenuo- que la excursión incluía la opción de que se abrieran las aguas en dos para pasar caminando hacia el lado asiático, como hizo Moisés. Realmente unos servicios turísticos de cuarta.
Después vino la parte de Jerusalem, y no se lo comentes a Roberto, pero qué embole me comí ahí. Todo viejo y descascarado, y los sábados olvidate de salir de marcha. La movida ahí está más muerta que un faraón. Con decirte que lo único divertido fue lo de ir al Muro de los Lamentos, que estaba lleno de unos gordos vestidos de negro llorando como chanchos, vaya a saber por qué.
Roberto fue con un papelito que había preparado sin que yo me entere, y lo puso ahí entre los ladrillos. Por mucho que le pregunté no me quiso decir qué había escrito ahí, se ve que es mala suerte. Espero que no haya sido la receta de las bochichicas.
Un alivio.
Te imaginarás que después de esos primeros días para mí fue un alivio cuando finalmente llegó el momento de ir al hotel all-inclusive, que sonaba prometedor porque la playa en la que estaba se llama Gaza Strip. Pero desde ya te pincho el globo: de strip tease ni hablar. Todo el entretenimiento que había eran esas bandas genéricas tocando éxitos de los años sesenta y obligando a la gente a bailar con una coreo bastante básica.
Con decirte que lo más divertido era cuando tocaban "YMCA" de los Village People, que en vez de bailar te tenías que quedarte todo quietito como una estatua, moviendo apenas los bracitos como un gatito chino. Después me explicaron que ese baile era en homenaje a un tal Trump, que debe haber sido una especie de Moisés más moderno. Fue el que construyó todos esos resorts después de mudar del sitio a unos tipos que se llamaban palotinos o algo por el estilo. Había un tour para ver algunos unos sitios llenos de escombros ahí en el desierto, que es donde vivían, pero qué querés que te diga, a mí dejame con el daikiri en la playa. Para deprimirme ya lo tenía a mi amigo contándome su divorcio por enésima vez.
Así que a ese último lugar te diría que le doy unos siete puntos. Es una especie de Punta Cana pero sin swing. Y el nombre "Trump" en letras doradas enormes por todos lados te da un poco de cosa, una onda medio peronista retro.
Qué querés que te diga, uno por un amigo hace cualquier cosa, y espero que se le hayan acomodado los tantos un poco al menos. Yo te digo que me aburrí bastante, no volvería ni mamado, y no le recomiendo a nadie la experiencia. Pero claro, el viaje me lo pagó Roberto, y a caballo regalado no se le miran los dientes.
PETRONIO
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