La culpa no es del chancho
Hubo una época en que valía la pena leer las noticias sobre la última proeza humana: el primer ascenso al Everest; el primer hombre (y la primera mujer) en el espacio; los astronautas imprimiendo sus pisadotas en el suelo lunar... proezas eran las de antes. Esta semana la gran noticia es que ese capullo insoportable llamado Elon Musk se convirtió en el primer billonario de la historia de la humanidad. Lo que en EEUU llaman un trillonario. La cifra (un millón de millones) es un número uno seguido de doce ceros, una auténtica docena de huevos que nuestro amigo, no contento con lo logrado, se sentará a empollar a la espera de que crezcan aún más.
Chancho.
Pero claro, la culpa no es del chancho. Para que ocurriera esto fue necesario el voto de los accionistas de Tesla, la compañía de la que Musk es creador y figura icónica, y a la que dos por tres amenaza con abandonar si no le pagan el dinero (y las acciones) que él reclama. Por cierto, demostrando su escaso sentido del buen gusto del pudor, él votó a favor de sí mismo en esta pulseada.
El premio tiene una condición, y es que la empresa bajo la conducción de Musk obtenga en la próxima década los extraordinarios logros financieros que éste anuncia (llevar el valor de bolsa de la compañía, de los actuales 1.4 billones de dólares a 8.5 billones) lo cual, claro está, están por verse. Esos logros tienen que ver no sólo con los autos eléctricos por los que es conocida la marca (algunos de ellos, con piloto automático) sino también con el desarrollo todavía en ciernes de un robot humanoide, "Optimus", cuyo nombre parece más el de un gladiador romano que el de un asistente doméstico. Por algún extraño meandro en su pensamiento, el capo de Tesla opina que esos robots -que, a no dudarlo, cuando salgan a la venta valdrán una fortuna- serán su contribución en la lucha contra la pobreza.
Entre los accionistas de Tesla que apoyaron este plan, se encuentra nada menos que la administradora de fondos de jubilaciones y pensiones del estado de la Florida, que se encuentran entre los más entusiastas fans del CEO de la empresa, pese a las continuas advertencias de los entes públicos que controlan estas organizaciones de las que depende el bienestar de los adultos mayores en aquel país. Turistas argentinos, prepárense para presenciar una epidemia de abuelos "homeless" durmiendo en las veredas de Miami, aprovechando el buen clima.
Appeal.
Hay que reconocerle al hombre que, en su rol de flautista de Hamelin, ha logrado un éxito impensable en otros tiempos, previos a internet, cuando estaba de moda el pensamiento racional. ¿Cuál es el atributo de su personalidad que le confiere semejante sex-appeal? ¿Será su foto recibiendo una motosierra como regalo de un presidente del patio trasero sudamericano? ¿Su adicción a la ketamina, droga más propia de los caballos? ¿Su saludo nazi en sus épocas de promotor de Donald Trump? ¿Su costumbre de engendrar hijos en pipetas y bautizarlos con nombres de robots?
Ciertamente no ha de ser la performance de los vehículos eléctricos de Tesla, que, aún dejando de lado las preocupaciones sobre su confiabilidad (han habido varios accidentes serios) está claro que sus equivalentes chinos ya han ganado la batalla mucho tiempo atrás, por su simpleza y, sobre todo, su bajo costo. Los europeos, que no suelen comer vidrio, dan fe. Cosa rara estos chinos, comunistas ineficientes que se las arreglan para producir todo (desde autos eléctricos a motores de inteligencia artificial) a una fracción del costo de las empresa del "capitalismo libre".
Muchas otras compañías han caído en la bancarrota a lo largo de la historia (¿alguien recuerda a la Pan-Am?) pero muy pocos ejemplos habrá de inversores normalmente conservadores -como los fondos de pensión- comportándose como una bandada de pájaros dodos suicidas. El problema no es tanto que Musk se transforme en billonario -ya era el hombre más rico del mundo, de todos modos-: el problema es que hay demasiado poder concentrado en sus precarias manos. En su ámbito, viene consiguiendo lo que Trump en la Casa Blanca: poder absoluto y sin control.
Contraste.
El contraste ha sido tan notorio, en la misma semana que los ciudadanos de Nueva York votaron a un candidato socialista que les prometió vivienda, transporte, servicios y alimentos accesibles para todos, que hasta el propio papa León XIV (¿se acuerdan de él?) tuvo que ensayar una breve pensamiento al respecto. Respondiendo a una pregunta del periódico católico Crux, el papa norteamericano comentó que el nuevo "salario" de Musk era "un síntoma de la creciente desigualdad entre la gente trabajadora y los ricos". No se sabe cuánto tiempo le costó al santo padre arribar a esta conclusión, pero probablemente tenga algo que ver con el hecho de que el trabajador medio de Tesla cobra unos 57 mil dólares anuales, y esto de acuerdo a lo que declara la propia compañía.
Los accionistas de Tesla tendrán oportunidad de comprobar en el futuro si las promesas de Musk se traducen en dividendos para ellos. En el peor de los casos, estarán haciendo una apuesta fuerte con su propio dinero, o en el caso de los jubilados de la Florida, podrán reclamarle a los administradores de sus fondos. Eso será mejor que la situación del contribuyente medio al fisco norteamericano, que viene subvencionando desde hace décadas los proyectos mesiánicos del geniecillo sudafricano.
Como, por ejemplo, cuando prometió solucionar el problema del tráfico en Los Angeles con túneles subterráneos. O cuando prometió un tren de alta velocidad en tubos hidráulicos como los que se usaban en el correo a comienzos del siglo XX. O cuando prometió un viaje espacial entre EEUU y Londres en media hora (al menos no exageró tanto como Menem). Y ni hablar de su proyecto de llevar un viaje tripulado de ida y vuelta a la Luna para 2024 -que está algo demorado- todo ello con dinero público.
La historia de la humanidad está plagada de estos mercachifles, vendedores de aceite de serpiente y otros tónicos aptos para curar la resaca y la calvicie. El problema central de esta nueva casta de millonarios no es tanto que se entretengan en este deporte de ver quién tiene más larga su cuenta bancaria. Ál fin y al cabo, es su único atributo prominente.
El problema es que han construido su fortuna en base a empresas que, montadas sobre la plataforma de internet (creada, recordemos, con fondos públicos del Pentágono) están promoviendo el odio, la desconexión entre los humanos y la desinformación, horadando los cimientos de la democracia en todo el planeta.
PETRONIO
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