No comerse los amagues
Es un error seguir subestimando a Trump (y, para el caso, a Milei) por excentricidades y ridiculeces. Detrás hay personas inteligentes y sin escrúpulos que llevan adelante un proyecto de refundación en el cual la democracia y la república están en peligro.
JOSE ALBARRACIN
En un reportaje disponible en internet, el teórico de la nueva derecha, Steve Bannon, explica cuáles son las técnicas de dominación que deben emplearse para la llamada "batalla cultural" y el avance de la agenda propia. Él identifica al periodismo como el principal enemigo: ergo, lo que debe hacerse es "embarrar la cancha", tirando todo el tiempo bombas de humo, propuestas que se sabe van a irritar a los sectores progresistas. "Son vagos: tarde o temprano agarrarán uno de esos temas y se pondrán a debatirlo; mientras tanto nosotros avanzamos". No puede decirse que no avisaron: la batalla simultánea contra la "ideología woke", contra la diversidad sexual, contra las vacunas, contra la OMS, contra los inmigrantes, tanto allá como acá, sirve para embarrar la cancha, y están funcionando.
Peligro.
Bannon no está en su mejor momento. Hoy ya no es funcionario en la Casa Blanca, como en el anterior período de Trump. El año pasado pasó un par de meses preso por desacato al Congreso, y todavía tiene que responder por una acusación de fraude: anduvo recaudando fondos para construir el muro en la frontera con México, y no se sabe bien adónde fue a parar ese dinero (es más que probable que consiga un indulto, que últimamente se reparten como caramelos).
No obstante, sigue siendo una estrella mediática en esos círculos de ultraderecha, y es indudablemente un mentor para los Milei, los Bolsonaro, los Melloni y los Lepen del mundo, a los que se vanagloria de haber formateado como "estrellas de rock".
Por eso es un error seguir subestimando a Trump (y, para el caso, a Milei) por sus excentricidades y sus ridiculeces. Detrás de esta gente hay personas muy inteligentes y totalmente despojadas de escrúpulos, que están llevando adelante un proyecto de refundación, en el cual la democracia y la república están en peligro.
Objetivo.
Si esto era cierto en 2016, tanto más lo es ahora, que la administración Trump se ha despojado de los arribistas e improvisados de antaño, y ha forjado alianzas con sectores muy poderosos, que buscan reformular no sólo su país, sino todo el sistema económico internacional.
El comportamiento del presidente norteamericano puede parecer errático, extravagante, hasta contradictorio. Pero los objetivos de su gobierno no lo son. Cuando amenaza con imponer tasas aduaneras a todos los bienes que importa EEUU, no explicita qué es lo que pretende a cambio de anularlas. Esa indefinición de sus objetivos declarados le permite dar marcha atrás en cualquier momento, cantando victoria con lo obtenido. Es lo que le pasó con México y Canadá, que salieron rápidamente a negociar una suspensión en la aplicación de tarifas, a cambio de concesiones significativas (México debió apostar más de diez mil efectivos de seguridad en el límite con EEUU).
Parte de ese show es, también, la creciente mención que hace Trump de su intención de postularse dentro de cuatro años para un nuevo período como presidente, pese a que la constitución se lo prohíbe expresamente. Aparentemente el "chiste" tiene el objetivo de irritar a los demócratas, ya bastante desmoralizados con la derrota del año pasado. Pero también, llegado el caso, está preparando el terreno para dar rienda suelta a su proyecto autoritario, que en apenas tres semanas ha creado una verdadera crisis institucional, con sus medidas ejecutivas claramente inconstitucionales.
Compañía.
Está clarísimo que Trump cuenta hoy -a diferencia de lo que ocurrió en su primera gestión- con el apoyo irrestricto, económico e ideológico, del sector tecnológico de su país. No sólo por la presencia de varios de ellos en su acto de asunción, sino sobre todo por el rol desmedido que tiene Elon Musk, a quien puso a cargo de la "eficiencia gubernamental", y está desmantelando buena parte de la administración, despidiendo empleados de carrera y -sobre todo- desmontando los organismos de control que deberían servir para hacer rendir cuentas a las grandes compañías (como las suyas).
Esto no impide que los actores del así llamado "Big Tech" continúen con su interna: esta semana Musk anunció su intención de comprar, junto a un grupo de inversores, la compañía OpenIA, que cuenta con el liderazgo en desarrollo de inteligencia artificial (ChatGPT). Y el vicepresidente Vance, al cierre de la conferencia sobre ese tema realizada en París, acaba de boicotear una tímida regulación que se venía proponiendo, y de hacer explícito que EEUU aspira al predominio en este área, tanto en materia de software, como de patentes, como de fabricación de los chips necesarios para que funcione.
Está claro también que otro sector beneficiado será el de la producción de energía, otro tema central de la agenda económica actual -y de ahí que se haya dado de baja cualquier intento de ponerle freno para evitar el calentamiento global-. La actual Casa Blanca apoyará explícitamente la extracción de gas y petróleo por parte de las empresas norteamericanas, adonde quiera que haya que perforar para ello ("drill, baby, drill").
Y, finalmente, está el sector financiero, que completa este tridente decidido a reasegurar el predominio del capital norteamericano a nivel mundial, sin respetar regla alguna, a como dé lugar. No es una casualidad que Trump haya designado como Secretario del Tesoro a Scott Bessent, un multimillonario propietario de un fondo buitre (Key Square Group), hijo dilecto de Wall Street.
Esta entente confía en Trump para hacer y decir lo impensable: subyugar a China, anexar territorios extranjeros, hacer ganancias extraordinarias en todo el mundo (sin preocuparse de afrontar consecuencias legales por sobornar a funcionarios locales) y, en definitiva, ejercer un imperialismo puro y duro.
Si este gobierno norteamericano estuvo a punto de castigar económicamente a sus vecinos y socios comerciales más importantes como México y Canadá, si está dispuesto a escupir en la cara de los europeos, a los que ve sólo como mercado para la venta de energía y tecnología norteamericanas, que haya quien piense que Argentina puede obtener algún beneficio de todo este revoleo es, en el mejor de los casos, una ingenuidad lindante con la estupidez.
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