Lunes 10 de noviembre 2025

Otra dolorosa grieta

Redacción 10/11/2025 - 00.15.hs

La reciente celebración del obispo castrense Santiago Olivera por el fallo de la Corte Suprema que beneficia a represores de la última dictadura militar no es un hecho aislado. Es la punta de un iceberg que revela una profunda y dolorosa grieta dentro del espacio cristiano: la que separa a una iglesia seguidora del mensaje liberador de Jesús de Nazaret de la iglesia que justifica a los represores.

 

Al brindar su apoyo a quienes fueron encontrados culpables de crímenes de lesa humanidad, monseñor Olivera no solo ofende la memoria de las víctimas y sus familias, sino que traiciona el núcleo mismo del evangelio. El Jesús de los Evangelios, que proclamó "he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia" (Juan 10:10), es el mismo que identificó su presencia con los presos, los hambrientos y los desnudos (Mateo 25: 31-46). Celebrar a los victimarios es, en una contradicción teológica abismal, ponerse del lado de los que sembraron muerte y secuestro, tortura y desaparición. No se puede ser cristiano, en un sentido evangélico auténtico, sin un compromiso inquebrantable con los Derechos Humanos, porque éstos defienden la dignidad sagrada de cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios.

 

Esta actitud eclesial encuentra un eco siniestro y modernizado en la figura de Gonzalo “Chispa” Sánchez, quien fuera integrante de la patota de la ESMA y actualmente miembro de los "Muertos Vivos", un grupo de represores cercano a La Libertad Avanza. El 22 de octubre comenzaron las audiencias del juicio ESMA IX, en donde se acusa a Sánchez por 193 casos, entre ellos se le incrimina haber integrado el grupo de tareas que secuestró a Rodolfo Walsh. Estuvo más de 20 años prófugo en Brasil, desde donde fue extraditado en 2020. En esa audiencia expresó: “Yo soy pastor misionario de la iglesia evangélica y misionario de la Asamblea de Dios, Ministerio Vida. Actualmente ejerzo mi ministerio aquí en el penal (de Campo de Mayo). Doy culto los sábados y ejerzo la teología para la iglesia evangélica de Buenos Aires… Mi esposa es diaconisa de la iglesia evangélica de Río de Janeiro…”.

 

Aquí surge una pregunta incómoda y crucial, dirigida al pastor Sánchez: ¿Asumirá con honestidad el proceso judicial y declarará por cada muerte, cada violación, cada tortura que se le atribuye a él y a sus cómplices?

 

La "iglesia de los represores", tanto la de ayer –con su silencio cómplice o su bendición activa a la dictadura– como la de hoy –con obispos que celebran fallos a favor de genocidas y pastores que fueron torturadores–, construye un ídolo. Un ídolo de poder, impunidad y orden sin justicia.

 

Frente a ella, la iglesia que sigue a Jesús de Nazaret está irrevocablemente del lado de los crucificados de la historia. Es la iglesia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, de los pastores, curas, monjas y laicos del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) que arriesgaron sus vidas en la opción por las y los pobres y perseguidos, de las comunidades de base que hoy acompañan a los descartados del sistema. Esta iglesia sabe que la fe sin obras está muerta, y que la obra primordial es defender la vida, la verdad y la justicia.

 

La disyuntiva es clara: o se está con la vida o se está con la muerte. No hay término medio. El mensaje de Jesús no es neutral. Es un mensaje de liberación para las y los vulnerados y de un juicio severo para los opresores. Cualquier intento de conciliar el cristianismo con la defensa de la tortura, la desaparición o la impunidad no es más que una herejía histórica y teológica que vacía la cruz de su significado y la resurrección de su esperanza. (Por Elsa Oshiro y Luis María Alman Bornes, copresidentes del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos).

 

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