Paranoia de Estado
Los audios funcionaron como un quiebre. El primer signo fue la socialización de la burla.
Por Ricardo Ragendorfer*
Los audios del otrora titular de la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDis), Diego Spagnuolo, ya habían torpedeado al régimen libertario cuando, el 29 de agosto, salió a la luz otra grabación, en la que se oye: “No vamos a entrar en la pelea, nosotros tenemos que estar unidos. Era la voz aguda y cascada de Karina Milei.
En rigor, este registro, que data de algún momento del invierno de 2024, terminó por ser el portador de una paradoja conceptual, al haber causado una implosión en el primer anillo del gobierno, ya que, ahora, todos sus integrantes se recelan entre sí. Y por una razón de peso.
El vocero Manuel Adorni supo explicarlo con elocuencia: “Si los audios son verdaderos, estamos ante un escándalo sin precedentes”. También admitió que se grabaron en la Casa Rosada, un lugar en el que no circulan opositores ni desconocidos. Y eso, por cierto, es lo más alarma a sus actuales ocupantes.
Desde entonces, la paranoia atraviesa al Poder Ejecutivo como una ráfaga apenas disimulada. Claro que hubo avisos previos al respecto no debidamente atendidos.
En este punto es necesario exhumar del olvido al primer jefe de Gabinete, Nicolás Posse. Ese hombre había ladrado sin tener con que morder. Ocurrió en mayo del año pasado a raíz de una frase suya:
-Pasala bien en Punta del Este.
Su destinataria: la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, quien quedó de una sola pieza, antes de romper en llanto. Es que ella, en el mayor de los sigilos, estaba por emprender un weekend romántico en ese balneario con un “masculino”, según un paper que le enviaron a él desde la Agencia Federal de Inteligencia (AFI).
De manera que Posse no sólo espiaba a los funcionarios de La Libertad Avanza (LLA), sino que, además, se jactaba públicamente de eso. Su expulsión no se hizo esperar. Y Guillermo Francos lo reemplazó. Con tal epílogo, la desconfianza interna pareció definitivamente conjurada.
Pero hubo otro episodio al respecto no desprovisto de significancia, dado que demostró que el fisgoneo entre los altos dignatarios del oficialismo también se extendía como una mancha venenosa al ámbito legislativo. Ocurrió en agosto del año pasado, siendo la diputada Lilia Lemoine nada menos que la figura espiada. Desde entonces, José Luis Espert, el divo actual del espacio, la tiene en su lista de archienemigas.
No es para menos: apenas unos días antes se había viralizado un audio de WhatsAppen el que ella incurre en el siguiente juicio de valor: “Espert y (Luis) Rosales (su compañero de fórmula en los elecciones de 2019) son gays. Se apañan entre sí; la tapadera de Espert es Mechi (su esposa, María Mercedes González)”. Finalmente, soltó: “Mechi es una vieja fea que no coge (sic) y se viste para el orto (sic)”.
¿Quién le habría a “pinchado” a Lilia su celular? Un enigma sin respuesta. Eso encendió –nuevamente– todas las alarmas. Porque se caía de maduro que el “topo” en cuestión provenía de sus propias filas. Sin embargo, cabe suponer que los espiados también espían (o, al menos, lo intentan).
Tanto es así que, unos días después, durante el glamoroso asado ofrecido en la Quinta de Olivos a los 87 “héroes” que legitimaron el veto presidencial a la movilidad jubilatoria, todos sus asistentes fueron obligados a entregar sus celulares al personal de seguridad.
Pues bien, en aquellas circunstancias, Lemoine fue la protagonista de un sonado papelón, cuando los custodios le decomisaron un segundo smartphone oculto entre sus ropas, que ella pretendía ingresar clandestinamente. El asunto fue rápidamente olvidado.
“Buchoneo amigo”.
Ya más cerca en el tiempo, antes de que los periodistas Mauro Federico y Jorge Rial difundieran en el programa Argenzuela los audios de Spagnuolo, la interna entre los más encumbrados personajes de LLA había girado hacia una táctica confrontativa singular: el “buchoneo amigo”.
Fue en vísperas al cierre de las listas electorales bonaerenses cuando salió a la luz una trapisonda que salpica al titular de la Cámara Baja, Martín Menem, uno de los laderos de Karina: los contratos millonarios de tres compañías suyas (Global Protection Service, Hitech Innovaciion y Tech Security) con el Banco Nación y la obra social de los trabajadores rurales, intervenida por el Gobierno. Es decir, este individuo es un proveedor del Estado, del que, al mismo tiempo, es funcionario. Y con la complicidad de su primo, Eduardo “Lule” Menem, otro cortesano predilecto de “El Jefe”. Lo notable es que el filtrador del asunto fuera Santiago Caputo. Es que el monje negro del régimen caía ya en desgracia. Pero parte de su capacidad de daño estaba aún intacta.
En paralelo, trascendía de modo súbito la identidad de dos tipos no ajenos al caso de las 15 valijas no revisadas en la Aduana del Aeroparque. Se trata de Andrés Vázquez y Diego Colugna, designados respectivamente en la ARCA y en el directorio de Aerolíneas Argentinas por orden de Santiago Caputo. Lo notable es que el filtrador del asunto fuera Martín Menem.
Eso, obviamente, no quiere decir que, tanto el interlocutor de Spagnuolo que grabó sus dichos, como quien hizo lo propio con las frases de Karina, fuera uno de ellos. La identidad de su hacedor (o hacedora) devela aún a toda la orquesta negra del Estado.
Clima.
Estos son apenas cuatro ejemplos del clima que impera en el oficialismo. Por eso, inmediatamente después de que se filtrara un segundo audio con la voz de Karina (en el que se la oye decir: “Yo entro a las 8 de la mañana y me voy a las 11 de la noche de la Casa Rosada”, quizás enojada con un subordinado por alguna impuntualidad), se realizó una urgente reunión de Gabinete.
Tal cónclave empezó a las 9:30 del 3 de septiembre en el Salón Eva Perón de la Casa Rosada, en donde sus participantes tuvieron otra vez que entregar sus celulares, antes de que sus cuerpos fueran rigurosamente palpados por personal de la Casa Militar como si fueran barrabravas al ingresar a una cancha.
Karina dispuso especialmente que Santiago Caputo estuviera allí. La atmósfera se podía cortar con una navaja. Los ministros y secretarios no se miraban a los ojos ni dialogaban entre sí. Milei lucía errático. Y Karina, furiosa.
A las tres horas se retiraron, sin deslizar a la prensa comentario alguno. El atardecer de aquel miércoles los reunió a todos nuevamente en el club Villa Ángela, del partido bonaerense de Moreno.
Hay quienes aseguran que el Presidente, al advertir a su llegada la escasa concurrencia, tuvo un ataque de ira. Y que esa descompensación emocional fue mitigada por Karina en un rincón, detrás del escenario, abrazándolo como a un niño durante unos minutos que parecían eternos, mientras le susurraba palabras de aliento en la oreja izquierda. Eso habría infundado en él una extraña euforia.
Así, con un discurso cargado de tartamudeos y furcios, cerró la campaña de LLA ante un público que, cada tanto, lo aplaudía a desgano.
Desde afuera del estadio, le llegaba el cantito de “Karina. alta coimera”, el hit del momento.
Otra paradoja. Porque hechos como el affaire de la criptomoneda $Libra, las palizas de los miércoles a los jubilados y el ajuste a los sectores precarizados, entre otras disfunciones cotidianas, generaron en el cuerpo social una especie de naturalización de la anormalidad. Pero los audios de Spagnuolo, que dejaron a la intemperie el “choreo” (Milei dixit) a los discapacitados, funcionaron como el quiebre de ese maldito sortilegio. Y su primer signo fue la socialización de la burla. ¿Acaso el humor popular se había convertido en un modo de resistencia? Ya se sabe que del ridículo nunca se regresa. (*en tiempoar.com.ar)
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