Lunes 30 de junio 2025

Problemas reales

Redacción 07/11/2024 - 00.22.hs

Desde los tiempos míticos y los períodos históricos que marcaron con sus nombres, la institución de la realeza fue degradándose y perdiendo sentido frente al avance expresivo de las mayorías populares, la democracia fundamentalmente, hasta quedar como meros simbolismos de glorias pasadas o soluciones de salidas políticas ante perspectivas complicadas. Los casos no son pocos, muy especialmente en Europa.

 

España es uno de ellos. Después de haber traicionado y derrotado a la República, para Francisco Franco crear y sostener un nuevo reino español apareció como un sueño desmedido pero que sirvió, siquiera momentáneamente, para mantener más o menos cohesionado al Estado ibérico, que derivó en un sistema parlamentario que volvió a insertar al país en el continente. El primer Rey, Juan Carlos de Borbón, pareció tener más de símbolo y “bon vivant”, especialmente en sus años de madurez y vejez, una característica que pareció no haber arraigado en su hijo y heredero Felipe, hombre respetado por su gente y que vive en buena medida aceptando y practicando costumbres modernas, un tanto impropias de las monarquías.

 

Por eso, más todo lo anterior, causó una enorme sorpresa las abiertas agresiones que sufrieron él y su consorte al visitar las zonas del país donde las recientas lluvias fueron catastróficas. El mundo entero presenció algo que parecía increíble: una agresión abierta –lanzamiento de proyectiles de lodo, golpes a los vehículos oficiales, insultos de grueso calibre prodigados por la gente local. Todo terminó con un insólito colmo: el Rey retrocediendo y retirándose protegido por su custodia, y su consorte llorando abiertamente, acaso afectada tanto por la situación como por el inesperado agravio. Pocas veces se habían registrado escenas de ese calibre pero, ya se sabe, el afán informativo de los medios no se detiene. La ira popular se extendió a los funcionarios que acompañaron al Rey, entre ellos el presidente del gobierno. Contra un fondo de tragedia y desastre resultó llamativo ver a los autos oficiales buscando salir de los grupos de afectados.

 

La causa de tamaña situación fue clara: la real pareja se hizo presente en el sitio -arrasado por las aguas, con más de doscientos muertos y desaparecidos-, una semana después que ocurriera el desastre, una circunstancia a la que se sumaron la imprevisión y falta respuesta de las autoridades y el hecho que durante unas horas aisló al oriente español del resto del país. Acaso una visita más inmediata a los acontecimientos por parte de los reyes hubiera suavizado la reacción, pero así se dieron las cosas; para más en una región que destacaba por su tendencia republicana y un tanto separatista.

 

El hecho, reflejado por toda la prensa española y mundial, dejó una evidencia: frente a una catástrofe de magnitud y afectación popular no hay jerarquías y tradición que valgan, y se hacen trizas frente a los hechos. Políticamente es un acontecimiento relevante que deja de lado la información acaramelada y “cholula” que es habitual en cierta prensa y sugiere poner las barbas en remojo a instituciones similares que todavía perduran, en especial en el viejo continente.

 

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