Trump y su proyecto para reconfigurar el orden de poder global
Los enunciados de Trump intentan sentar el poder imperial de EEUU sobre nuevas bases, en los que el dólar sostendría su valor como moneda hegemónica, hoy amenazado por la desdolarización del comercio internacional impulsada por los Brics.
Eduardo Lucita *
Desde que asumió la presidencia Donald Trump ha desenvuelto una intensa política que sacude una y otra vez el tablero internacional. Si en un principio todo era visto como un ritmo alocado producto de una personalidad disruptiva e inclasificable, a poco de andar comienzan a reconocerse claves de un intento de reordenar el tablero mundial, frenando a China y reponiendo la hegemonía de los EEUU.
Imposición de altísimos aranceles recíprocos y globales, vuelta atrás y suspensiones por 90 días, desprotección de Ucrania, vaciamiento de la política hacia la Unión Europea, política expansionista y ambición por las tierras raras, nuevas relaciones con Rusia. Insólita y cruel solución al conflicto en Gaza.
Un plan ordenado en el desorden.
Pasados ya tres meses de que Donald Trump asumiera como el 47° presidente de EEUU las visiones que en un primer momento explicaban todo como consecuencia de una personalidad tan impulsiva como alocada, han ido virando a análisis más profundos que encuentran un hilo conductor que lleva a los inicios de otra fase de reconfiguración del orden de poder global. En rigor se trata de la búsqueda de una salida a la onda larga descendente del capitalismo global y a la propia crisis del capitalismo norteamericano.
Solo a título de ejemplo, pueden consultarse: la nota de Luis Schenoni, “La estrategia de Trump detrás de su aparente locura” donde sostiene que esa apariencia “es parte integral de una estrategia de política exterior destinada a frenar a China” (La Nación 19.04.25) o la entrevista a Adam Haniech “Comprender el plan de Trump para reafirmar la hegemonía global de EEUU”, que para él representa “un claro proyecto político que busca gestionar el declive relativo de Estados Unidos en el contexto de las crisis sistémicas más amplias que enfrenta el capitalismo mundial” o el detenido análisis de Claudio Katz “El desmadre programado que desborda a Trump”, donde identifica tres objetivos en el plano económico: “restaurar la hegemonía del dólar, reducir el déficit comercial e incentivar la repatriación de las grandes empresas, para lo cual ha instalado un escenario de crisis global precipitada adrede” (estos dos artículos en Viento Sur).
Época de cambios.
Estamos en los inicios de un cambio de grandes proporciones, en que la Agenda MAGA, y el American First, están íntimamente relacionados. Reponer a EEUU como fuerza hegemónica en el tablero mundial depende de recuperar la economía interna, particularmente la política monetaria y fiscal, y lograr la relocalización de grandes empresas establecidas en China y el sudeste asiático.
El déficit fiscal ocupa un lugar central en su estrategia. Es del orden del 6.9% que se financia con deuda. Esa deuda ya es del 122% del PBI, con el agravante que año a año viene creciendo más que el producto y se torna inmanejable en un futuro. La carga de intereses de esa deuda en el presupuesto ya supera a los montos comprometidos por el gasto militar o el Plan Medicare, y es la principal fuente del déficit. Reducir ese déficit es prioritario en el programa de Trump, dedicaría parte de los recursos adicionales obtenidos con el aumento de los aranceles para recuperar deuda, mientras intenta bajar el gasto militar. De ahí su insistencia en poner fin a la guerra de Ucrania, de reducir el financiamiento a la OTAN e incluso a Taiwán, y desregular y reducir el Estado. La rebaja de impuestos, que se financiaría con la otra porción de los ingresos arancelarios adicionales, tendería a rebajar costos de las empresas que se relocalicen en territorio estadounidense.
La estrategia arancelaria, que es una política global -difícil pensar que pueda ser sostenida en el tiempo- es la punta de lanza de una estrategia más compleja de frenar el ascenso de China, que tiene un superávit comercial de más de 300.000 millones de dólares al año por sus intercambios comerciales con EEUU. Un primer paso entonces es aislarla económicamente, imponiéndole aranceles del 145%, que pueden subir más aún, que bloquean el ingreso de productos de la República Popular al mercado estadounidense, mientras negocia con otros 130 países, a los que aplicó aranceles recíprocos. En la estrategia de Trump se supone que la política arancelaria, más la rebaja de impuesto internos, favorecerá la relocalización de empresas que oportunamente migraron a China y al sudeste asiático, impulsando un proceso inversionista privado. La recuperación de EEUU como potencia industrial exportadora de productos manufacturados está en el horizonte trumpiano.
Esta estrategia comercial se complementaría con un cerco geopolítico basado principalmente en su acercamiento a Rusia poniendo fin a la guerra de Ucrania reconociendo sus avances territoriales; proponiendo reducir al 50% los arsenales nucleares de ambas potencias; la posibilidad de explotar en conjunto sus recursos naturales, la amenaza de anexar Groenlandia y nuevas relaciones con India. Con lo que pondría una cuña en la relaciones de la República Popular con la Federación Rusa. Todo impactaría en los Brics. Finalmente está la disuasión militar.
Del dicho al hecho…
La estrategia de Trump choca con contradicciones y resistencias que surgen del interior mismo de sus propuestas. La guerra comercial con China, que ha respondido no solo subiendo los aranceles sino también controlando la exportación de tierras raras, de las que EEUU es dependiente para su desarrollo tecnológico, puede desmadrarse impactando sobre su propia economía y también sobre la economía global. La idea de transformar una economía de consumo –el primer mercado del mundo- en una potencia manufacturera-exportadora choca con las altísimas tasas de ganancia que las firmas estadounidenses obtienen en el exterior, además se requerirían fuertes tasas de inversión para las que no parece haber disposición, ni incentivo que alcance, para la relocalización masiva de multinacionales norteamericanas. Por otra parte, la productividad de la industria china otorgas grandes ventajas competitivas difíciles de superar.
El buscado fortalecimiento del dólar favorece las importaciones y choca con las necesidades exportadoras que necesitan del estímulo de un dólar débil. Mientras que la política de reducir los gastos en defensa choca con los interese del complejo militar/industrial. Y así de corrido. Una cosa es enunciar un plan y otra concretarlo.
Todo queda pendiente de una negociación entre Donald Trump y Xi Jinping que incluya tanto los intercambios comerciales como un acuerdo monetario. Mientras que la gobernanza mundial, garantizada por el G2, China/EEUU, ha sido puesta entre paréntesis, en el interior de EEUU crecen las movilizaciones multitudinarias y la imagen de Trump se está derrumbando aceleradamente.
Caos e incertidumbre global se dibujan en el horizonte inmediato.
* Integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).
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