Una palabra autorizada
Un destacable esfuerzo de los equipos de producción que integran LA ARENA permitió recientemente escuchar la muy autorizada palabra del ingeniero naval Raúl Ramis quien, paradójicamente, es pampeano. Lo notable de este profesional es que ha vivido y sufrido muy de cerca las etapas de entrega de recursos nacionales a través de la privatización propugnada por el neoliberalismo. Semejante experiencia de vida y labor lo ha llevado a tener una palabra autorizada, que respaldan años de estudio y labor.
Atenderlo, escuchar sus fundadas e irrefutables razones -técnicas y políticas- duele y ofende la condición de cualquier argentino. En su especialidad, desde siempre, brega por la reconstitución de la flota naval (que llegó a ser la tercera del mundo) y la ampliación y modernización de los astilleros nacionales, aquellos que llegaron a ser los principales de Latinoamérica y a los que el ex presidente Mauricio Macri manifestó públicamente que "si pudiera los quemaría". Esos actos -dolorosa y pesada presencia en la Argentina actual- son la consecuencia de la credulidad popular para con aquellos que prometían transformar el país dándole carácter de "potencia", haciendo "revoluciones productivas" o "eliminando el populismo".
Nuestra provincia, productora y exportadora de alimentos, no es ajena a la red de contactos y trampas que dejan en manos ajenas al país las enormes ganancias que generan estas exportaciones en relación al transporte fluvial y marítimo. Su más claro ejemplo es el aprovechamiento de la vía del río Paraná, uno de los mayores del mundo y ruta estratégica para el presente y el futuro de toda la América del Sur. El Paraná -y esta columna lo ha comentado varias veces basándose en la información pública- es un formidable camino de trasporte. Para demostrarlo basta un mínimo ejemplo: uno de los frecuentes trenes de veinte barcazas -según el ingeniero Ramis- equivale al transporte que insumirían unos mil camiones, con la diferencia del gasto mucho menor en cuanto a empuje y arrastre. Ese comercio con naves argentinas, sin embargo, está en manos de empresarios que navegan bajo bandera... paraguaya, ya que en aquel país los impuestos son menores. Este negativo panorama se completa con el hecho de que prácticamente todos los puertos sobre la gran vía fluvial paranaense han sido concesionados a plazos sospechosamente largos que, en última instancia, manejan firmas extranjeras.
Otro absurdo, acaso más indignante por desconocido, radica en la carencia de un servicio nacional de transportes a Ushuaia que, además de no ser oficial, al arribar a aquel destino, para atracar deben dar prioridad a los grandes cruceros turísticos que frecuentan la ciudad austral. Frente a esta clase de hechos concretos se hace evidente que el patriotismo y nacionalismo que pregonan muchos políticos y partidos no es más que palabrerío.
La enjundiosa información que suministrara el ingeniero Ramis no consiste solamente en comentarios, también evidencia extremos a partir de los cuales podría construirse una relativamente fácil planificación y ejecución para quienes apunten a una Argentina fuerte y sólida, capaz de romper el absurdo de contar con 3.000 kilómetros de costa oceánica y carecer de la capacidad y vocación para aprovecharla y defenderla.
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