Una vida bien norteamericana
La tumultuosa vida de Theodore Kaczynski representa lo mejor y lo peor de los Estados Unidos. Su muerte volvió a encender el debate por la seguridad en las prisiones federales norteamericanas.
JOSE ALBARRACIN
El pasado 10 de junio falleció a los 71 años Theodore John Kaczynski, en una cárcel de Carolina del Norte (EEUU) donde cumplía una condena de ocho prisiones perpetuas consecutivas. La causa aparente de su muerte fue el suicidio, lo cual reencendió el debate sobre el problema de la seguridad en las prisiones federales norteamericanas, con antecedentes de suicidas célebres como el pedófilo Jeffrey Epstein, fallecido en circunstancias parecidas cuatro años atrás. Sin embargo, esta vida que acaba de cerrarse quedará en la memoria por otros debates no menos importantes, como los de la libertad de expresión, el terrorismo y el futuro de la sociedad industrial.
Netflix.
Para conocer la vida de Kaczynski se cuenta con un recurso inmejorable: una miniserie documental disponible en uno de los servicios de "streaming" más populares.
Un doctor en matemáticas que en determinado momento se desilusionó del mundo académico, y a comienzos de los años setenta se fue a vivir en una cabaña en los bosques de Montana, practicando la autosuficiencia y técnicas de supervivencia, su pensamiento derivó hacia una corriente filosófica denominada "neoludismo", que básicamente rechaza el avance tecnológico que comenzó con la revolución industrial del siglo XIX.
Desde su reclusión en los bosques, gracias a su formación científica y al eficiente correo estadounidense, comenzó una campaña terrorista consistente en enviar cartas explosivas a los que consideraba epicentros del mundo que él abominaba. Sus blancos favoritos fueron las universidades y los aeropuertos, y durante diecisiete años fue el causante de la muerte de tres personas, y de graves lesiones a otras ventitrés. Por el nombre en código que le atribuyó el FBI en su extensa investigación, pronto los medios comenzaron a conocerlo con el seudónimo de "Unabomber".
Manifiesto.
Su periplo terrorista concluyó, sin embargo, cuando su deseo de propagar sus ideas -y probablemente también una importante cuota de ego- lo llevó a exponerse públicamente. Fue en 1995, cuando envió una carta anónima al New York Times en la que acompañaba un extenso manifiesto titulado "La sociedad industrial y su futuro", y prometía que si ese texto era publicado por ese diario y el Washington Post, cesarían los atentados de su parte.
Desde luego, el requerimiento generó un importante debate ético en la prensa. Por un lado, la idea de ceder a las presiones de un terrorista iba en contra de las convicciones de periodistas y funcionarios por igual. Por otra parte, la posibilidad de salvar vidas inocentes era un peso sobre las conciencias de los editores. Al cabo, lo que parece haber pesado más fue la posibilidad -sugerida por el FBI, luego de años de fracasos en su búsqueda de algún sospechoso- de que la publicación del texto sirviera para que alguien pudiera identificar a su autor.
Dicho y hecho, a los pocos meses de la publicación, un hermano de Kaczynski contactó a las autoridades: aunque no podía creer que Theodore fuera un terrorista, no podía dejar de reconocer los pensamientos y algunos giros idiomáticos muy característicos de él en el documento publicado. El FBI allanó la cabaña, y encontraron allí toda la evidencia que necesitaban: los elementos para la fabricación de las bombas, los planos de construcción, y hasta un diario que relataba con precisión cada uno de los atentados.
Ideario.
El pensamiento que el "Unabomber" quería transmitir no ha de estar muy lejos de la verdad. Según su manifiesto, "la "Revolución Industrial y sus consecuencias han supuesto un desastre para la humanidad", ya que el sistema tecno-industrial, necesariamente, "tiene que obligar a la gente a comportarse de un modo que está cada vez más alejado de los patrones naturales de la conducta humana". Y esto fue escrito bastante antes del actual auge de internet, las redes sociales y la inteligencia artificial.
De hecho, estas ideas están presentes en buena parte de la tradición libertaria (usando ese término con propiedad y seriedad) de los EEUU, que incluye a figuras tales como Ralph Waldo Emerson, Walt Whitman y Henry David Thoreau. De este último, sin duda, parece provenir el ejemplo de intentar la vida sencilla en una cabaña, en el bosque, lo más lejos posible de la civilización.
Normalmente se asocia a Thoreau con el pacifismo, porque de hecho fue su idea de la "desobediencia civil" la que inspiró al Mahatma Gandi en su lucha incruenta por la liberación de la India. Pocos reparan en que Thoreau también fue autor de un ensayo, "En defensa del Capitán John Brown", donde elogiaba sin tapujos la conducta de un antiesclavista radical, que condujo un sangriento ataque armado contra el ejército norteamericano en 1859.
La tumultuosa vida de Theodore Kaczynski representa, entonces, lo mejor y lo peor de los Estados Unidos. Una persona de una inteligencia notable (según sus profesores universitarios, su tesis doctoral sólo podría ser comprendida por una decena de personas) que abrazaba la libertad como valor supremo. Y también una persona frustrada, capaz de violencia, lo cual no deja de ser un rasgo central de la cultura norteamericana. Que lo digan, si no, los miles de negros que perecen en las calles cada año a manos de la policía.
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