Domingo 07 de abril 2024

La elite de los vacunados

Redaccion 14/04/2021 - 21.42.hs

¿Estamos ante el riesgo de que las vacunas contra el Covid-19 terminen sirviendo para establecer una suerte de aristocracia sanitaria y agravando la desigualdad?
JOSE ALBARRACIN
Se pueden decir muchas cosas sobre el Covid-19, menos acusarlo de antidemocrático. Está claro que no hace distingos, y ataca por igual a hombres y mujeres, ricos y pobres, negros y blancos. Es más: es aleatorio. Como con la ruleta rusa, nadie sabe a quién le tocará el tiro de gracia. Algunos ancianos pasan la enfermedad como si nada, y algunos jóvenes robustos sucumben. Pero si bien el virus ha sido el mejor argumento que nos proporciona la naturaleza sobre la básica igualdad entre todos los seres humanos, nos hemos encargado, por nuestra parte, de aprovechar esta situación para exacerbar nuestras diferencias.

 

Chiste.
En una caricatura de Sendra, publicada en este diario la semana pasada, un señor de aspecto canchero le anuncia a una fémina que «lo nuestro no puede ser, nos movemos en distintos círculos». Cuando la sufrida dama le pregunta por qué, el sujeto responde: «yo estoy vacunado, usted no».
Luego de un inicial rechazo a las vacunas -motivado por argumentos más o menos delirantes- personajes como el de la historieta han descubierto que se trata de un bien escaso, y por ende su posesión es un potencial signo de status.
Ese es el hilo conductor que une los dos episodios más famosos sobre el supuesto manejo irregular de las inoculaciones en nuestro país. Uno, el de un veterano periodista que, tras confesar que inicialmente tuvo sus dudas respecto a las vacunas, posteriormente decidió que sí quería ponérselas, así que llamó a su «amigo» ministro para que le arreglara un turno (y ya sabemos cómo resultó la gauchada para el funcionario). El otro caso es el de una intelectual de origen marxista y presente confuso, que salió a denunciar que le habían ofrecido vacunarla «por debajo de la mesa», aunque luego al declarar ante la Justicia se desdijo de esa acusación. Claramente, en ambos casos lo que se reveló no es tanto una supuesta corrupción dentro de una campaña sanitaria que debe correr contra reloj y contra una oposición salvaje. Lo que quedó en evidencia es la básica vanidad de ambos personajes, que no pudieron resistir la tentación de demostrar públicamente lo importantes que son. Poco menos que los persiguen para darles la inmunidad que todos querríamos.

 

Pasaporte.
Quiérase o no, las vacunas que circulan en nuestro país vienen demostrando una altísima efectividad para inmunizar, sin que se hayan registrado efectos adversos de consideración. De tal suerte, ya existen entre nosotros unos cientos de miles de personas que, con los cuidados del caso, estarían en condiciones de participar de actividades públicas que al resto todavía nos están vedadas.
Esta nueva situación ha generado la idea, en varios países del hemisferio norte, de establecer una suerte de «pasaporte vacunatorio», esto es, un sistema (se habla principalmente de una aplicación de celular) para que las personas puedan acreditar su condición de inoculados e inmunes.
A primera vista, la idea parece atractiva: podría evitar la desaparición de teatros y cines, repoblar de fanáticos a las canchas de fútbol, revitalizar la economía y devolver algo de alegría a una población ya muy atribulada y hastiada. Pero a poco que se la analice, la cuestión no es tan sencilla. Hay, por supuesto, preocupaciones inherentes a la intimidad de las personas y su historial médico, pero lo más importante es que, si las vacunas no son distribuidas equitativamente, esos «pasaportes» no harían más que exacerbar las desigualdades.
Por supuesto, detrás de esta propuesta, que está lejos de concitar unanimidad dentro del sector de la salud pública, se esconde un incipiente negocio que, como el de las vacunas mismas, va a nacer con el estigma de aprovechar la miseria humana. Para no hablar de que -como ya viene ocurriendo en EEUU- la cuestión se instalará dentro de la grieta política, donde la oposición verá en esta posibilidad un símbolo más de la opresión y el autoritarismo del gobierno.

 

Se viene.
No importa de qué lado de ese debate nos coloquemos, parece ser un hecho que algún sistema por el estilo terminará imponiéndose. De hecho, ya se están exigiendo pruebas de salud para abordar un avión, o para entrar en determinados países. Un «pasaporte» (un código QR escaneable en la pantalla de nuestros teléfonos) nos evitaría a todos la molestia y el costo de un hisopado.
Desde luego, el sistema serviría también para actividades dentro del país, como ir a conciertos, a bodas, incluso a trabajar. En esto, Israel ha picado en punta. Visto de este punto de vista, esta perspectiva podría servir para incentivar a la gente a que se vacune, lo cual desde luego tendría, además de los beneficios personales, un efecto positivo sobre la salud pública en general.
Las acusaciones de autoritarismo bien podrían resolverse si el sistema es optativo y no obligatorio. Y en cuanto a las objeciones en orden a la privacidad, la verdad es que ya en el presente, para muchas actividades (como incorporarse a un trabajo o contratar un seguro de vida) se nos exige revelar nuestra situación de salud. Para no mencionar que, como es previsible, una situación extrema como la pandemia hace que derechos individuales como la intimidad necesariamente se vean afectados.
Los sistemas burocráticos son todos perfectibles. Lo que no tendría remedio sería que las vacunas contra el Covid-19, como buena parte de la inaccesible tecnología médica de punta, terminen sirviendo para establecer una suerte de aristocracia sanitaria, y agravando la ya preocupante desigualdad económica.

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?