Sabado 27 de abril 2024

Biblioteca y soberanía

Redaccion Avances 28/01/2024 - 09.00.hs

Desde su nacimiento, las bibliotecas populares pensaron en el placer por la lectura y se convirtieron en un espacio social. Hoy, el DNU presentado por Javier Milei podría dejar a estas instituciones sin los fondos y respaldos de la CONABIP.

 

Daniel Pellegrino *

 

En los viejos tiempos (y esto no significa más de cien años atrás) las bibliotecas que fundaron trabajadores socialistas y maestros normalistas en distintos pueblos de La Pampa (y en el resto del país, claro) pensaban en el placer de la lectura, en la ganancia del conocimiento y en ese ejercicio de igualdad que se practica entre lector-libro-autor, en el ambiente de tranquilidad que conceden los estantes cargados de libros, mientras tanto afuera soplaban los vientos, volaba la tierra, rodaban los cardos en las ambiguas calles del pueblo… (A uno le encanta fabular de acuerdo a la literatura pionera de aquellos años).

 

Un viejo socio de una biblioteca popular me contaba, risueño, que además en los pueblos eran un centro de socialización, sobre todo de los adolescentes, chicos y chicas, que luego de la escolaridad primaria encontraban en el espacio de la Biblioteca, al margen de la “vigilancia” moral de la época, los momentos de intercambiar sueños y deseos de futuro, y también aventurarse en amores furtivos.

 

El escritor y periodista español Antonio Muñoz Molina, en un bello artículo del 2008 (“De una biblioteca a la otra”) escribió: “Es en la biblioteca pública donde el libro manifiesta con plenitud su capacidad de multiplicarse en tantas voces como lectores tengan sus páginas; donde se ve más claro que escribir y leer, dos actos solitarios, lo incluyen a uno sin embargo en una fraternidad que se basa en lo más verdadero y lo más íntimo que hay en cada uno de nosotros y que no tiene límites en el espacio ni en el tiempo”. Y agrega una frase que suena como sentencia inapelable: “la igualdad en el derecho a los libros se corresponde con la profunda democracia de la literatura”.

 

En el artículo, Muñoz Molina cuenta sus visitas a la Biblioteca Pública de Nueva York donde observa la presencia de estudiantes universitarios, jubilados leyendo el diario, un chico con auriculares puestos que se balancea al ritmo de una música del iPod mientras lee una novela gráfica, una muchacha asiática atenta a una biografía de una escritora famosa, hasta menciona una abuela a quien una empleada le enseña a utilizar una cuenta de correo electrónico en una computadora.

 

Bibliotecas.

 

En otra dimensión y escala, es muy bueno pensar qué bibliotecas de libre acceso podemos visitar en Santa Rosa. Entre otras, la biblioteca de la UNLPam frente a la plaza San Martín. En la misma manzana se halla la “Rodolfo de Diego”, en la sede del partido Justicialista sobre la calle Yrigoyen. La biblioteca de la Cámara de Diputados ofrece otro recinto no solo para consultas de leyes o materiales útiles para los diputados, también bibliografía general de autores pampeanos, la lectura de los diarios que se editan en la provincia. La biblioteca de la Cooperativa Popular de Electricidad (CPE) ofrece su espacio. Hay escuelas con bibliotecas públicas, como la “Clemente J. Andrada” en el predio de la Escuela Normal. Existen otras seis o siete desparramadas por la geografía de la ciudad, lo escribo así, sin mencionarlas, porque me interesa subrayar esas que en las barriadas de los márgenes dan refugio y contención a personas de todas las edades, especialmente a los niños quienes junto a los libros, escriben, dibujan, miran videos, usan computadoras, alguien les cuenta cuentos y también reciben alguna bienvenida merienda.

 

Estas actividades se replican en los pueblos de la provincia luego de superada la nefasta década de los ‘70, cuando la dictadura cívico-militar impuso a las bibliotecas públicas listas negras de libros que atribulados miembros de las comisiones directivas debieron hacer desaparecer. Y luego años de cierre y olvido.

 

Recuerdo la Biblioteca Popular Sarmiento de Winifreda, ubicada en 9 de Julio y Belgrano, frente a una de las esquinas de la plaza. Hacia finales de los ‘80 intentamos abrirla junto con un grupo de estudiantes del colegio secundario. Levantamos las atascadas persianas, el polvillo del ambiente nos envolvió, los muebles corridos destilaban el olor de su buena madera y el mohoso olor de libros envejecidos. El recinto de la biblioteca fue la sede transitoria de un periódico hecho en hojas A4 y fotocopiado, “El Girasolero”, que había nacido en el colegio Cristo Redentor (es una lástima que hayan eliminado el nombre de la Biblioteca Popular Sarmiento por el de “Manuel Lej”, un vecino apreciado que fue por muchos años presidente de la institución. Lo justo hubiera sido conservar el nombre que le dieron las notables personas que la fundaron y bautizar, con el nombre actual, el edificio que la alberga).

 

Pero no pasamos del intento de reabrirla. Seguidamente, la intervención del gobierno provincial dispuso tareas de recuperación y de puesta en servicio de las clausuradas bibliotecas. A ello siguió la estabilización laboral de bibliotecarios/as, cobraban un sueldo, los libros regresaron a ocupar anaqueles y lentamente llegaron también los nuevos dispositivos de la tecnología comunicacional a compartir las tareas de -principalmente- los escolares.

 

Desfinanciación.

 

Vuelvo al artículo de Muñoz Molina. El motivo importante de su escrito era rescatar la biblioteca pública de su infancia en Úbeda, España. En ella se educó, y en 2008 la institución lanzaba un manifiesto ante el riesgo de ‘desfinanciación’ municipal, “dañada por el abandono, por esa idea fiestera y despilfarradora que tiene cualquier política cultural en España, donde no hay límite para el gasto público a condición de que éste sea superfluo”.

 

Curiosamente, algunos párrafos de aquel manifiesto de la biblioteca de Úbeda encaja en nuestro presente cuando un DNU colectivo firmado por la máxima autoridad política de la Nación puede dejar a nuestras bibliotecas sin los fondos y respaldos de la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares). Cómo no recordar las fotografías llenas de alegría que año a año nos han mostrado los periódicos y portales de noticias de las bibliotecarias yendo a la feria internacional de Buenos Aires a comprar libros con rebajas, con ayuda de la CONABIP.

 

Ante la oscura posibilidad de la desaparición de esta entidad y que aun el estado provincial y las municipalidades recorten el sostén de las bibliotecas populares, me permito copiar un párrafo del Manifiesto de la de Úbeda: “la biblioteca crece, se regenera y se recrea cada vez que un ciudadano acude a ella para ejercer el delicado y democrático derecho, igualitario y republicano, en que consiste la lectura. Ejerciéndolo es como mejor crecemos en nuestra condición de seres libres”.

 

En estos tiempos que resulta difícil encontrar el suficiente compromiso de personas para ocupar todos los puestos de una comisión directiva, que los aportes de las cuotas de los socios alcanzan a duras penas para pagar mantenimientos y servicios, es hora de estar atentos y de velar por nuestras bibliotecas populares, no solo para honrar a los fundadores y a quienes hoy la sostienen, sino muy especialmente, y como lo dice Muñoz Molina, “porque leer es el único acto soberano que nos queda”.

 

* Escritor

 

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