Domingo 20 de julio 2025

“El Indio Páez": el linyera encadenado

Redaccion Avances 20/07/2025 - 09.00.hs
José María Pico Rúa, el último linyera en Santa Elena.

El linyera percibe la mirada recelosa de aquellos que lo aíslan y lo llevan a vivir en soledad. (Bernardo Kordon).

 

Rubén Giordano *

 

Por el irregular territorio de la travesía, alejado de las concentraciones pobladas, errante incansable, deambula ese particular “hombre de la bolsa”, de estancia en estancia, de puesto en puesto y, en muchos casos, guarecido en una lúgubre tapera. Ligado a esa idea de libertad trashumante, adquiere una fisonomía de sabiduría empírica, mimetizado con el propio paisaje natural adaptado de las vastas extensiones de lo que fuera aquel Territorio Nacional de La Pampa Central.

 

Algunos se encontraban con el apego a familias que adoptaban su persona en conchabo permanente. Así fue la figura del “Indio Caminante”, aquel personaje que allá por los años ’30 se sumó a la familia de Juan Donato Albornoz, en “La Ramadita”, junto al Chadileuvú, a orillas del camino que unía La Reforma con Limay Mahuida.

 

En diálogo con un memorioso vecino, especialista de trabajos en soga, Juan Ugartemendía, surge la desgarrada historia de“El Indio Páez”, un personaje del Valle Daza, de aquellos tiempos.

 

Don Juan, un memorioso.

 

Estos testimonios de gente memoriosa como lo es Juan, permiten rememorar vivencias de otros tiempos, donde la vida en esas extensas travesías, mostraba casos tan particulares como lo es el del “Indio Páez”, el linyera Velázquez o el hachero José María Pico Rúa, mimetizados con la geografía campestre y áspera de Valle Daza y sus alrededores.

 

-Era un hombre petizón, pero morrudo- comenta don Juan. -Llevaba un mono (así se llamaban a los lienzos que hacía los esquiladores para guardar sus pertenencias. Esa gente que aparecía y conchababa. Páez de repente se piantó, se enloqueció, y entró andar por los campos; se puso malo, de carácter irascible. Lo conocí de chico; yo tendría unos cinco años; el Indio andaba con un sombrero hecho hilachas, bombachas rotas y llevaba cruzadas al pecho dos o tres tijeras de esquilar, emulando armas de ataque y defensa personal. Atada a la cintura portaba una cadena como de 10 metros de largo, que iba dejando un particular rastro en sus andadas… En una oportunidad, en el campo cercano de un tío, yo iba enanca’o de acaballo con mi abuelo.

 

Juan era muy pequeño en esos tiempos, tendría entre 7 y 8 años, y su formidable memoria lo trae nuevamente al relato.

 

-De pronto el abuelo giró su cabeza y me señaló el rastro que dejaba la larga cadena y dijo: por acá anduvo anoche el Indio Páez. Seguramente durmió bajo este ramerío, sacándose las tijeras para no clavárselas en la cintura… A veces se le enreda la cadena en algún matorral y se pone loco el hombre…Vaya a saber dónde anda por estas horas…

 

Entre mate y mate don Juan prosigue su relato: -Pobre gaucho; comía lo que encontraba, hasta restos de animales muertos y tomaba agua en algún manantial o laguna de la zona y, si le agarraba sed y veía un bebedero de los animales, bebía allí…era impresionante …

 

Una sobrevivencia asombrosa.

 

Pensando en esa vida tan angustiante, pregunto: - ¿Habrá muerto joven este hombre, don Juan?

 

- “Y no… En esos tiempos una persona con 60 años, ya era un viejo; pasados los años 50, en Santa María, una estancia cerca de Chacharramendi, José Langoff había envenenado una aguada para terminar con un puma porque le mataba las ovejas. Resulta que se envenenaron los chanchos jabalíes y él decide seguir un rastro que daba cuenta que el hombre de la cadena andaba cerca. No muy lejos, en una isleta de chañares encuentra un chancho muerto y…vaya sorpresa: le faltaba una paleta. José pensó que se había comido la paleta envenenada y estaría muerto en algún lado… Para colmo el veneno era estricnina…Pegó la vuelta y dio cuenta a la policía del poblado, de donde decidieron enviar un par de milicos para rastrearlo. Luego de largo rato siguiendo el rastro, lo encuentran haciendo un puchero (llevaba una bolsa al hombro con algunas pertenencias, entre ellas algo para cocinar) con los huesos medios pelados, o sea, ya había comido la noche anterior la carne… vaya sorpresa: estaba vivo el hombre…

 

“Bueno, hubo que decidir y tomarlo por la fuerza para llevarlo al calabozo; ¡Qué...se les puso malo y los obligó a castigarlo con el rebenque para que se rinda…!! Dicen que el loco gritaba como un marrano: ¡estos disgracia’o pegan juerte…!! Después se entregó y se lo llevaron de tiro… después de unos días, hasta que se puso insoportable… lo largaron campo afuera…

 

Los rumbos y la esperanza.

 

La curiosidad lleva a la pregunta sobre el final del tal “Indio Páez”: - ¿Habrá muerto al poco tiempo, don Juan?

 

- No, lo vieron varios años andar por la zona… dicen que se había acostumbrado a llevar un balde de agua a la cintura…Claro, cada vez que boleaba la pata para cruzar un alambra’o, al suelo el balde y se quedaba sin agua… cuentan que vivió tres o cuatro años más. Yo era grandecito y me acuerdo que sabía llegar a la estancia a pedir algo, siempre enojado… Y algo ligaba. Los peones una vez le quisieron manotear la cadena para cortársela… qué… se las tironeó y zafó tomando rumbo a una vigilancia que había a unos metros de la casa, ahí cargaba el baldecito con agua y seguía su caminata entre los médanos…

 

Así como este, siempre se arrimaban linyeras a la casa; recuerdo un gallego de apellido Velázquez, que había salido caminando de Puerto Madryn, pasado por la costa de Río Negro, las sierras en la provincia de Buenos Aires, sur de Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza. De ahí, vino a parar a estos pagos; eso fue en 1930 (más o menos…)

 

- ¿Quién sabe cuánto tardaría en dar semejante vuelta…? por lo que decía, más o menos un año. Con el tiempo se puso más viejo y la vuelta era más corta. Recuerdo que era común que comiera con nosotros, muy educado el hombre; mi padre le servía un vaso de vino tinto, y en lugar de tomarlo, mojaba un trozo de galleta hasta terminarlo… Se sabía quedar hasta seis o siete días con nosotros… Me acuerdo que se sentaba bajo algún caldén, a la sombra y leía unos diarios de punta a punta.

 

También había otro gallego: José María Pico Rúa, era hachero y, a veces se juntaba con Velázquez para leer los diarios… Hablaban de la Gran China… jodían con la peseta, la moneda española… “Cuando suba la peseta, me voy a España otra vez… decía el gallego. Murió cerca de los 60 años, de un ataque al corazón; de golpe cayó ahí cerca nuestro. Yo siempre decía… este va a ser el último linyera que veamos, entonces le tomé una foto como recuerdo.

 

- Don Juan: ¿de dónde habrá venido aquel hombre?

 

- De allá (señala con su brazo extendido hacia el Noroeste. De Santa Isabel.

 

* Colaborador

 

 

¿Ritual o frío?

 

-Contaba mi papá que un atardecer, en recorrida por los cuadros de Santa Elena, lo vio a la carrera entre las matas con rumbo a los manantiales y se preguntó: ¿para dónde irá este desgracia’o?... Pasando una medanada vio un fuego grandote, cerca de unos caldenes y el condenado saltaba como un diablo alrededor de la fogarata; sabía que, para dormir, armaba como unas carpitas con ramas y yuyos…”.

 

Quedó la duda ¿habrá sido de frío? ¿algún ritual que practicaba en soledad?

 

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