Sabado 27 de abril 2024

El peine y el poeta

Redaccion Avances 18/02/2024 - 06.00.hs

Existen cientos de anécdotas e historias en torno a la figura del escritor Juan Carlos Bustriazo Ortíz. Su forma de unir palabras, su relación con el vino, sus amistades...y también su imagen estética.

 

 

Juan Aldo Umazano *

 

 

Para entender mejor lo que voy a contar habría que observar la foto que le sacó Jimmy Rodríguez a Juan Carlos Bustriazo donde aparece de pie con el portafolio que le regaló Gustavo Pérez Iza: los zapatos viejos, con las puntas peladas, algo chaplinesco; sólo mantenidos por el lustre. El pantalón reusado, pero limpio. El cuello de la camisa que siempre lucía doblada sobre la solapa del saco; así, despechugado, caminaba por las noches de los veranos y las heladas de los inviernos. Mirando la foto de Jimmy, nadie podría sospechar que Juan Carlos era muy coqueto, principalmente con su vestimenta. No permitía que lo tocaran; quizás su figura objetivada por su imaginación le regresaba hermosa. Lo que sí era difícil de percibir en Juan Carlos, era dónde comenzaba la pulcritud de su presencia y dónde terminaba. En él, todo se fusionaba armónicamente; incluso ese gesto de girar el vaso mientras escuchaba sin que el frío del ambiente lo molestara.

 

Recuerdo un amanecer, regresábamos de Bernaconi después de haber hecho una función con la obra Nuestra Frontera de Osvaldo Guglielmino, apenas giramos en la rotonda del Centro Cívico hacia la plaza, frente al Hotel Calfucurá vimos a Juan Carlos sentado solo en medio del boulevar abrazado a su portafolio; hacía tanto frío que la ciudad parecía nevada por la helada, y él miraba el piso ajeno al entorno. Qué estaría pensando. Nunca se lo pregunté. Seguramente me hubiese respondido que no hacía tanto frío. Con mi compañero de asiento en el colectivo de la Dirección de Cultura, nos miramos y comentamos: -Seguro está escribiendo algún poema.

 

“Los creadores necesitan estar solos para atender su universo creativo”, algo así dijo García Márquez.

 

Volviendo a la coquetería de Juan Carlos, El Teté Hernández -amigo de su juventud; pintor de cuadros que se marchó a Buenos Aires y nunca regresó-, recordaba cuando venían de Anguil en su moto Puma, por supuesto manejabas el Teté. Llegando a Santa Rosa Juan Carlos le pidió que se detuviera.

 

Teté, a los gritos le decía que aguantara, que ya llegaban, que ahí estaba Santa Rosa. Pero al escuchar Juan Carlos el nombre de su ciudad, más insistió. El Teté no tuvo más remedio que detenerse: Juan Carlos se bajó de la moto, sacó del portafolio un peine, se peinó con la prolijidad de siempre, guardó el peine en el portafolio, y dijo: -Ahora sí, entremos-, y se sentó en la moto.

 

 

* Dramaturgo, titiritero, escritor, actor.

 

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