Jueves 02 de mayo 2024

El tamarisco en Patagonia

Redaccion Avances 10/09/2023 - 06.00.hs

Actualmente, para bien o para mal, el tamarisco se ha dispersado por el mundo, entre ellas, en amplias regiones del centro de nuestro país y más. Un árbol que amenaza los cursos fluviales, lagunas y humedales.

 

Omar N. Cricco *

 

El tamarisco se presentó en Patagonia como una bendición para los primeros colonos, sus escasas exigencias, su rápido crecimiento, garantizaron sombra y protección ante el rigor de los vientos. Con el tiempo esta promesa inicial devino en una seria amenaza para cursos fluviales, lagunas y humedales donde este árbol encontró condiciones favorables para su desarrollo, resultando al presente una seria amenaza para las especies nativas.

 

El tamarisco, conocido también en otros lugares como taray, taraje o talaya pertenece a la familia Tamaricaceae. Si bien su denominación latina podría tener su origen en el rio Tamaris, el actual Tambre, ubicado en la entonces Hispania Tarraconensis, por su origen euroasiático-africano no es extraño encontrar referencias al mismo en casi todas las culturas mediterráneas. Ya en los escritos de Plutarco aparece en sus relatos sobre el mundo egipcio asociado al mito de Osiris. De igual manera podemos encontrarlo en antiguos libros sagrados como La Biblia o en El Corán; quizás una de estas referencias más conocidas corresponda al Génesis donde se hace referencia concreta al tamarisco que el profeta Abraham plantó junto a los pozos en Beerseba, en el Néguev, medio hostil donde aún hoy sigue siendo una de las escasas plantas que allí prospera.

 

Actualmente, para bien o para mal, el tamarisco se ha dispersado por el mundo, entre ellas, en amplias regiones del centro de nuestro país y más, pues sorprende verlo sortear situaciones extremas, adaptándose a climas tan fríos y rigurosos como en Puerto Santa Cruz o Monte Entrance, margen sur del rio Santa Cruz.

 

Resistente.

 

Limitados por la rigurosidad del clima, como ocurre en el ámbito santacruceño, el árbol prospera con el acompañamiento y cuidado inicial del hombre, pero no se propaga masivamente. Allí donde se le brinda algún cuidado, como puede vérselo en el ámbito urbano de Puerto San Julián, sigue lozano como casi único árbol dispuesto a dar esa tan necesaria como anhelada compañía al alma humana.

 

Por el contrario, allí donde se lo ha abandonado, asombra verlo resistir condiciones extremas como puede apreciarse entre las ruinas del antiguo destacamento policial de Tres Cerros o entre los restos de las estaciones Pampa Alta, Antonio de Viedma o Cerro Blanco del antiguo ramal Puerto Deseado-Las Heras.

 

Hacia la cordillera patagónica el clima, el tipo de suelos, lo hacen desaparecer una vez que aparece la vegetación cordillerana. Es precisamente allí en esos límites occidentales, sobre la ruta 40 y muy cerca de donde el Senguer pasa por Facundo, una antigua y muy conocida posta patagónica lleva el nombre de Los Tamariscos.

 

La dispersión de este árbol por el litoral atlántico se dio de manera muy rápida y temprana. En 1919 Caras y Caretas muestra la utilización de cercos de tamariscos en cañadones aledaños a Comodoro Rivadavia. Allí, como imprescindibles cortinas rompevientos, protegían una insipiente agricultura regional.

 

De todos modos esta dispersión localizada en Patagonia nunca llegó a producir grandes desbordes ni alteraciones en el paisaje. Prueba de ello en 1948 en la revista Argentina Austral, el señor Juan Trujillano refería como curiosidad, que en sus más de treinta años de navegar el litoral Atlántico, entre Puerto Madryn y Rio Gallegos, sólo le había llamado la atención la presencia de un único árbol visible desde el mar: un solitario “tamarindo” que se hallaba en Camarones junto al comercio del señor Rabal.

 

Este último detalle curioso, que aquí sólo parece ser una simple distracción del autor, resulta aún hoy una confusión habitual en la región de Cuyo. Aun cuando ya está ampliamente aclarada la diferencia entre ambas familias vegetales, todavía es común en el habla popular mendocina identificar al Tamarisco (Tamarix gallica) con el nombre del Tamarindo (Tamarindus indica); arboles muy distintos, de familias muy distintas.

 

Esta confusión cuyana ya centenaria ha sido perpetuada en topónimos muy reconocidos como urbanizaciones en los departamentos Las Heras (Mendoza) y Chimbas (San Juan); precisamente en proximidades de la estación Tamarindo del Ferrocarril San Martín funcionó el Aeropuerto de los Tamarindos, primer aeródromo de Mendoza y antecedente inmediato del actual aeropuerto Gobernador Gabrielli de El Plumerillo.

 

Retornando nuevamente hacia el este del país, El padre Entraigas en “El Ángel del Colorado” –biografía del padre Bonacina- refiere que hacia 1890, cuando éste organizaba la misión de Fortín Mercedes, el mayoral de la galera le dejó sin más referencias un atado de varas de tamariscos. Si bien no agradaron inicialmente al sacerdote, finalmente fueron plantados en el colegio siendo seguramente el origen de las primeras plantas que después se propagarían exitosamente por el valle del Colorado.

 

El mismo Entraigas, citando a José Esandi pero sin precisar datos de ubicación, nos dice que estos arboles fueron introducidos en la región por un tal Joaquín Amado quien los habría traído de Orbea, España, su pueblo natal, hacia 1874.

 

Sin embargo, regionalmente, Bahía Blanca parece haber sido uno de los lugares donde con mucha certeza habría comenzado la dispersión original. La tradición local bahiense siempre ha considerado a Felipe Caronti (1813-1883) como quien lo introdujo desde Italia. Así lo afirmaba el ingeniero Pronsato, quien entre otras crónicas de su ciudad natal, dice que fueron plantados por el mayor Caronti, de semillas, en su propiedad de la calle Soler. Estos no parecen ser otros que los ejemplares con los que Caras y Caretas, en 1919, ilustra gráficamente una nota donde los presenta como “centenarios”, aunque por entonces ni siquiera la ciudad había cumplido el siglo de existencia.

 

Panacea.

 

Lo cierto es que el tamarisco tuvo un extraordinario éxito en la zona de Bahía Blanca, tanto que no faltó quien llegó a llamarlo “el árbol de Bahía Blanca”. En un lugar donde convergen varias condiciones adversas -médanos, terrenos salinos, vientos intensos- el tamarisco se presentó como una panacea en tiempos en que la ciudad despertaba al impulso de los años ’80 del siglo XIX.

 

Desde las zonas de quintas suburbanas y las dunas del Puerto Militar hasta los nacientes balnearios como el de Faro Recalada o Monte Hermoso, el tamarisco fue adaptándose sin problemas, trayendo alivio y cierto confort ante la incomodidad que generaban tanto los habituales vientos como el rigor del calor estival.

 

“Es nuestra bendición”, decía Juan A. Argerich, propietario del establecimiento “Médanos” quien allí los había utilizado para avanzar sobre los incómodos arenales, según mostraba orgulloso a la revista Caras y Caretas hacia 1919. Pocos meses más tarde el ingeniero Guillermo Argerich considerándolo como el “árbol providencial para la zona de Bahía Blanca”, ampliaba la lista de bondades: resiste los fríos, aguanta los calores, da buena madera para leña, fija médanos… podía presentárselo tanto en sencillas hileras de reparo o podados en glorietas o túneles, aclaraba el profesional.

 

Todo este cúmulo de bondades que inicialmente se presentaba como una gran y rápida solución, con el tiempo no ha sido así en todos los casos y son muchos los lugares donde el tamarisco aparece hoy como una verdadera amenaza para ecosistemas locales originarios.

 

Ambientes naturales como el tradicional bosque de galería que caracterizó al río Negro han sido dañado irreversiblemente, allí donde el sauce criollo (Salix humboldtiana) fue rey absoluto, hoy se presentan como espacios profundamente afectado por especies exóticas invasivas como el olivillo (Elaeagnus angustifolia), la rosa mosqueta (Rosa eglanteria) o el mismísimo tamarisco (Tamarix gallica), árboles que han modificado la vegetación riparia que caracterizaba tanto a este como a otros cursos norpatagonicos.

 

De igual manera puede hacerse referencia al sector pampeano del sistema del Desaguadero donde con el agravante del ingreso de agua salinizada, de un curso perturbado con caudales irregulares cuando no nulo, el incremento del tamarisco se ha visto favorecido con el consecuente desplazamiento de las especies autóctonas y ha afectado considerablemente estos frágiles ambientes.

 

No muy distante al sistema del Desaguadero, la laguna de Llancanelo en Malargue, pone en evidencia la delicadeza de estos sistemas; este particular humedal -reserva creada en 1980 y sitio Ramsar desde 1995- también ha sido amenazado en su originalidad y riqueza por la irrupción del tamarisco que en tan sólo tres o cuatro décadas ha puesto en peligro este frágil ecosistema al invadir las zonas costeras y totorales donde nidificaban flamencos y cisnes característicos. Si bien el proceso de remediación se ha iniciado no deja de ser una labor compleja e impredecible.

 

Control biológico.

 

Esta situación no es exclusiva de nuestro país, amplias zonas del sur y oeste norteamericano han debido enfrentar situaciones semejantes ante lo que ellos conocen como el Saltcedar, que no es otro que nuestro conocido tamarisco. En estos casos se ha buscado detener y controlar su avance mediante el control biológico, concretamente con la introducción de especies de Diorhabda, un género de escarabajos cuyas larvas y adultos de algunas especies se alimentan exclusivamente de Tamarisco.

 

En tiempos históricos, cuando en Río Negro comenzaba a tomar forma la chacra valletana, el viento parecía correr libremente sobre dichos espacios recién emparejados; sin suficiente cobertura vegetal y sin la tradicional barrera de álamos, el cercado de tamarisco, con sus pocas demandas y rápido crecimiento, conformó habitualmente la primera barrera rompe vientos entorno a la casa chacarera y como tal se ha conservado en algunos establecimientos pioneros de Río Negro.

 

En Río Negro en los comienzos de la colonización agrícola el cercado de tamarisco, con sus pocas demandas y rápido crecimiento, conformó habitualmente la primera barrera rompe vientos entorno a la casa del chacarero. Pero hoy es muy raro que alguien lo utilice con ese fin, con el argumento de ser un árbol poco vistoso y sucio por la cantidad de follaje muerto que acumula sobre su tronco, otras especies lo han ido desplazado.

 

Sin embargo hacia “los centros”, hacia aquellos espacios donde la aridez y rudeza del ambiente priva al hombre de la compañía de otros árboles, el tamarisco continua siendo la única posibilidad de compañía arbórea y allí podemos verlo, a la distancia, indicando “las casas”, algún puesto olvidado o una aguada apartada. Allí entonces la figura del tamarisco se convierte en referencia clara sobre el monte nativo y es allí donde el árbol recupera entonces ese lugar de espacio generoso que tuvo para los viejos colonos, para descansar del calor del verano, del frio y ventarrones del invierno, función ancestral y acogedora que ya insinúan aquellos antiguos versículos del Génesis.

 

“A fuerza de estar con gauchos/ se ha hecho gaucho el tamarisco…” nos decía el sacerdote e historiador Raúl Entraigas en su Romance al Tamarisco; al igual que aquellos hijos de la pampa, puede decirse que este árbol tuvo también su importancia en la conformación de buena parte de nuestro presente y hoy, aunque arrinconado y algo despreciado, sigue siendo para muchos, como hoy para nosotros, tema para una charla o una evocación de viejos tiempos.

 

* Colaborador desde Choele Choel

 

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