Domingo 28 de abril 2024

La base de la fortuna

Redaccion Avances 26/02/2023 - 12.00.hs

Este cuento de Dirbi Maggio pertenece a “Me pájaro y te cuento”, Antología de relatos y microcuentos ficcionales de su autoría y la de María Magdalena Pascual.

 

Gisela Colombo *

 

Son las siete en punto. Eduardo se incorpora, baja las piernas y deposita los pies en las pantuflas que ha dejado al costado de la cama, en ángulo recto con respecto al travesaño, paralelas entre sí y con una distancia de alrededor de cuatro centímetros, distancia que le permite colocar primero el pie derecho y luego el izquierdo, con un movimiento fluido y económico que evita cualquier esfuerzo de tanteo con el pie -para encontrar la supuesta pantufla huidiza- o con la mano -para apartar las

 

sombras debajo de la cama y desenredar de ellas el hipotético calzado extraviado en esa bruma por imprevisión-. Sí, sus pantuflas descansan paralelas y confiables a su vera, hasta que las pone en movimiento. Planificar, ejecutar, ahorrar esfuerzo.

 

Eduardo se para y en tres pasos llega al baño, que está a la derecha de la cama (si nos situamos mirando hacia la cabecera de la misma). Entra. De espaldas cierra silenciosamente la puerta, con un delicado movimiento de la mano derecha, considerando que son las siete y dos minutos, y su esposa ronca acompasadamente con un motorizado aspirar y un sordo espirar que remata en un blop blop que le hincha levemente la boca.

 

Eduardo gira noventa grados hacia la mesada del lavatorio, se mira en el espejo para comprobar que efectivamente es él quien entró al baño, y toma el paquete de cigarrillos que lo espera a la derecha de la pileta, con el encendedor azul encima. Se sirve un cigarrillo, lo enciende y se sienta resuelto en el inodoro. A la tercera pitada siente la respuesta del intestino, que se desliga de su secreta carga en tres etapas brevemente espaciadas, con sendos blop similares a los del ronquido de su señora. Con la mano izquierda aprieta el botón, y con la derecha abre la canilla de la ducha, después de separar ligeramente la cortina blanca de tela y verificar que el forro de plástico queda adherido al

 

enlozado, también blanco de la bañadera.

 

Finalizada la ducha, se seca, comenzando por las orejas y terminando por el pie izquierdo, que tiene formaciones micóticas entre el dedo más pequeño y su contiguo, y podría contaminar la toalla y con ella alguna otra parte del cuerpo esbelto y fibroso de Eduardo. Pone la toalla en el canasto de la ropa sucia, se coloca el fungicida entre los dedos, sale en tres pasos del baño y comienza a colocarse las prendas que ha dejado dispuestas en la silla la noche anterior. Vestido y perfumado con Paco Rabane, Eduardo se dirige a la planta baja y deposita en la urna que está al pie de la escalera, el esfuerzo ahorrado.

 

Hace veinte años que Eduardo deposita en la urna que está al pie de la escalera, el esfuerzo ahorrado, el fruto de su economía con el que llenó y atiborró la urna de madera tallada, que ahora se sacude con un hipo amenazante que pronto es aullido de volcán, y empieza a eructar la lava rancia que sofocaba. Estalla la energía ahorrada, salta en chorros, roba baldosas, forma caminos que se acercan a los zapatos lustrados de Eduardo, que mira con la boca incrédula. Las manos del volcán rugiente enlazan sus medias morley de Tom verde-petróleo, buscan la penumbra del living y del comedor, se adueñan de la cocina, pellizcan al gato blanco que duerme su ocio en el rincón que le

 

pertenece, le hacen dar un respingo y salir como bala hacia la puerta-ventana, que está cerrada. El gato rebota, sacude la blanca cabezota y mira atontado cómo el esfuerzo ahorrado va subiendo de nivel, trepa por las patas de las sillas y de la mesa.

 

El animal salta a la mesada, de ahí al extractor, y gana la claraboya abierta. Desde allí abomina de las gordas lenguas de fuerza economizada que lamen cada vez más alto las paredes.

 

Eduardo gime, intenta huir escaleras arriba, se enreda en su esfuerzo concentrado, tropieza, cae, se sostiene de los escalones más altos. Repta esforzadamente hacia las habitaciones, tironeado por los dedos del volcán, que le traban el ascenso. La masa acre ya inundó los primeros seis peldaños, tomó sus piernas, ahora cubre su espalda -que se quiebra siguiendo el ángulo recto de los escalones-, sumerge su cabeza, que queda aplicada sobre el décimo escalón. La mano desatada continúa subiendo hacia las piezas. Ya cubrió los cuadros del living, toca las arañas, embebe las cortinas, avanza como un ejército hacia la habitación donde ronca acompasadamente la esposa de Eduardo. Como un río, empapa la alfombra, asciende por la cama, va tapando suavemente a la mujer, traga la cabecera, se atora, tose sobre los veladores, copa el vestidor, ocupa los bolsillos de los tapados, se mete en las carteras, en las cajas, se mira en el espejo rectangular y devora su propia imagen, que

 

comienza a empujar el techo del cuarto, del comedor, de la cocina. Empuja con su cabeza poderosa los techos de la casa, que resisten y resisten, como las cosas de antes, que no son como las de ahora, y comienzan a descender lentamente, del hombro de las paredes. La casa se hunde despacio, con la anuencia de Poe, y desaparece con un blop, blop, que divierte al gato -encaramado en la medianera-, que mira con la blanca cabeza ladeada hacia la derecha, y luego salta al predio vecino, en busca

 

de un nuevo rincón que le pertenezca.

 

Dirbi Maggio es una autora porteña que, además de su actividad docente, se ha aplicado a escribir poesía, ensayos, textos académicos y narrativa breve. Este cuento pertenece a “Me pájaro y te cuento”, Antología de relatos y microcuentos ficcionales de su autoría y la de María Magdalena Pascual.

 

* Docente y escritora. Compiladora.

 

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