Martes 23 de abril 2024

La historia de Pilar de Valderrama

Redaccion Avances 07/08/2022 - 15.00.hs

Arribar a una canción, a las entrañas literarias –profundas o de superficie–, puede ser de varias maneras. Lo que vale e impulsa: es la intención de hacerlo.

 

 

Ernesto del Viso *

 

Uno puede pasar muchas veces por ese texto, por esa música y no llamarle la atención, o en su defecto, la atracción, en ese instante, se encuentra debilitada. No ha despertado en uno ese latido que agita la intención de conocerla con más fuerza. Diríamos, uno transcurre por ese lecho de río que aunque límpido, solo alcanza a ver las lustrosas piedras allí depositadas, por años y nada más.

 

En esas ocasiones uno no deja sin embargo de vislumbrar giros idiomáticos, alguna que otra seña particular pero no lo suficientemente distintiva como para que se detenga nuestro paso inquisidor.

 

Deletrea aunque suceda el contrasentido, cada una de las tonalidades y acordes que sostienen la estructura sonora y punto.

 

Pueden acaecer años, hasta que ocurre la necesidad, ese llamado intenso de asomarse al aljibe y arribar a la profundidad del pozo, ya para nada oscuro u ensombrecido, sino pleno de luz, de historias, de sucesos.

 

 

Obra no tan callada.

 

El 7 de abril de 1995, asistimos al Concejo Deliberante de la Municipalidad de Santa Rosa, para celebrar el advenimiento de una obra monumental de Edgar Morisoli: “Obra Callada”. Prorrumpían a la claridad, seis libros que fueran escritos entre los años 1974 y 1986. Gran parte de ellos velando la antesala de la gran noche de la Dictadura y la noche en pleno también.

 

Un volar al ras del canto y del poema, sin anclarme para demorar mis pasos y sentidos, fueron aquellos tiempos.

 

Entre esos días “Hombre de un solo amor” (1982/1983), cobijaba un tríptico que ofrenda justas palabras a tres damas por las que el poeta encendió el canto. Ellas acercaron con hondura de amor y sonoro corazón, la sensibilidad más permeable y límpida para poner la copla en lo blanco del papel y el viento, imprenta indeleble al decir de Armando Tejada Gómez.

 

Pues allí, en ese libro, hallé los amores abiertos y otros un tanto secretos, de poetas universales de todos los tiempos: Walt Whitman, Juan L. Ortiz, Miguel Fernández y en el portal del tríptico mencionado, el arrullo clandestino de Antonio Machado: Pilar de Valderrama. Desde entonces celebro en mis recuerdos, este apellido. Entro y salgo de él, con la premura de los días. Lo visito cada tanto, pero confieso que nunca me había detenido en ellos.

 

Sobreviene de pronto y a más de 20 años de distancia, que retorno al Soneto de Morisoli, pero a saber de su musicalización. Entonces en esta oportunidad ingreso a la canción, no por el poeta que la gestó, sino por el sonorizador de esos versos: Oscar García.

 

Escuchar la obra poético-musical y saber de Pilar, fueron en mí un solo gesto, una señal clara y diáfana de acento español romántico y dramático.

 

El músico (García) allega lo que sabe y su inquietud de conocer y recorrer los sitios de la lejana España por donde transitó lo invisible del amor desbocado y fulgurante, de un corazón dolorido, herido casi de muerte por una antepuesta historia de amor. Finalmente Oscar García, visitará algunos de esos sitios, hasta llegarse a Coillure y dejar en la tumba de Machado, unas flores de nomeolvides más allá de los mares y los tiempos.

 

 

Es la historia de un amor.

 

Antonio Machado había llegado a Segovia en los finales de 1912. Saltaba la verja de Soria, tratando de olvidar su breve e intenso amor con Leonor Izquierdo Cuevas, la hija de doña Isabel Cuevas, dueña de la pensión de Soria que lo acogió aquel 1º de mayo de 1907. El poeta llegaba proveniente de Madrid a hacerse cargo de la Cátedra de Lengua francesa que había ganado por concurso y en consecuencia, debía presentarse a darla, en el Instituto General y Técnico de Soria.

 

La pensión de doña Isabel reservaba el pequeño y fulguroso amor de la joven Leonor, quinceañera con la que entró a desposarse el 30 de julio de 1909 a la Iglesia “Santa María La Mayor”. El vate le doblaba en edad, pero con paso firme enderezó hacia el camino de la vida, solo por tres años:

 

 

Mi niña quedó tranquila

 

dolido mi corazón

 

Ay…lo que la muerte ha roto

 

era un hilo entre los dos.”

 

 

Así es que Soria, pasa de ser el sitio del desarrollo familiar, el del futuro promisorio para dos almas, al desolado páramo de la vida misma. La muerte de su joven esposa lo empuja, a Machado, a abandonar Soria y trasladarse a Segovia:

 

 

Silenciosa y sin mirarme

 

la muerte pasó a mi lado”

 

 

Campo de Castilla.

 

Desdichado y apesadumbrado, Machado parte entonces a Segovia con sus poemas y su Cátedra de lengua francesa a cuesta. El mes de noviembre de 1919, le abre las puertas de una pensión de la calle de los desamparados, regenteada por doña María Luisa Torrego. Un patio de parrales y de peras, serán testigos de su paso atribulado y enamorado bajo cielo segoviano durante 12 años.

 

“Caudaloso de trinos” –exclama Edgar Morisoli– pobre, así es su paso por las calles convulsionadas de una España que resiste la embestida de ese Francisco Franco, devorador de la República.

 

Pero Segovia no es ancla para su velero inquieto, por eso surgen las idas a Madrid. Es allí donde le aguardan “…tu brisa joven que oreaba los caminos”.

 

Era ella, la Guiomar de las canciones, la Sra. Pilar de Valderrama: “…la última saeta/ de amor en el otoño/ para el cantor de Soria”.

 

Pero quién era Guiomar–Pilar, traza airosa del Machado de la década del 20, con sus 40 años enarbolados en pos siempre de la libertad. Rayando la quinta década de su vida, Machado se conoce con esta joven de apenas 29 años: Pilar de Valderrama Alday, madrileña, poetisa y dramaturga. Desde joven alternó los diferentes espacios culturales de su lugar, llegó a crear en la intimidad de su hogar, una compañía de teatro, conformado por actores aficionados, que llamó “Fantasio”.

 

Su obra literaria, por otra parte, no gozó nunca de buena fortuna, solo al momento de surgir sus Memorias, recién en los años 80 del siglo pasado. En ellas queda develada la identidad de aquella Guiomar de la poesía de Antonio Machado.

 

A pesar de ello, un flaco olvido lleva a sus espaldas cada una y todas las piezas literarias surgidas de su inspiración y desfilan los nombres de: Las piedras de Horeb, “Huerto Cerrado”, “Esencias”, “Holocausto” y “Espacio”.

 

La exacta y enamoradiza letra de Antonio, no mirará nada de ello, sí lo que le provoca Pilar:

 

 

Pasóme el pecho,

 

la flecha de un amor intempestivo

 

que tuvo en el camino largo acecho,

 

mostróme en lo certero el rayo vivo.”

 

 

Pilar venía de un matrimonio absolutamente roto, pero la presión que la sociedad de esos momentos ejercía sobre ella, era muy fuerte.

 

Tal vez no pueda señalarse que esta relación era del estilo que caracterizaríamos de amantes. Los historiadores y biógrafos no citan o dudan sobre la posibilidad que entre ellos haya existido relación carnal alguna, pero si una gran confrontación de carácter intelectual. No hay entendimiento político entre ellos, Pilar es una mujer de derecha pero el enamoramiento es de tamaño mayor, si es que es posible dimensionar de esta manera, el entrecruzamiento de corazones muy animados por el amor.

 

Y dónde se localizaban?, pues en Cuatro Caminos, plaza al norte de Madrid donde se cruzaban la calle Bravo Murillo (camino de Francia), la Av. Reina Victoria (camino de los aceiteros), el Paseo de Santa Engracia que fuera trazado en 1859 y la calle Raimundo Fernández Villaverde (antiguamente el Paseo de la Ronda).

 

Los encuentros se sucedían, y cuando ellos no se daban en los paseos del Madrid de los años 20, del siglo pasado, el amor, la entrega, ejercitaría otro camino, el del desenfreno epistolar, con más de 200 cartas que hablarían del amor platónico, enfervorizado de aquel Machado prolijamente vestido e impregnado de amor permanente, de obstinado amor.

 

Esa agitada relación postal se dio entre los años 1928 y 1936. Pilar solo conservó o rescató, unas 36 cartas que vieron la luz en su libro “Yo soy Guiomar”, editado dos años después de su muerte, acaecida el 15 de octubre de 1979.

 

A propósito de esas cartas, la última está cargada de un inusitado lirismo, a la altura del gran vate español, dice: “Adiós mi diosa, Dios contigo y el corazón de tu poeta”.

 

El final de esta relación, acaecería en 1935, según revelaciones brindadas en 1950 por la señora Concha Espina.

 

Allí quedaba el corazón de Antonio que venía herido de plena muerte desde el año 1912 en que había fallecido su primera esposa, Leonor Izquierdo Cuevas (12/6/1894 – 1/08/1912).

 

Los finales de la República están en el umbral de la Guerra Civil Española y el destino del poeta sevillano lo empujará al sur de Francia, también a que estas dos almas, que ideológicamente eran opuestas, se separen.

 

Uno cruzará los Pirineos, con su madre, doña Ana Ruiz y su hermano José Machado. Y Pilar hacia las orillas del mar portugués. Distancia insalvable para el amor, más no para la poesía de él:

 

 

De mar a mar entre los dos la guerra

 

más honda que la mar…”.

 

 

La guerra dio al amor el tajo fuerte...

 

y la flor imposible de la rama

 

que ha sentido del hacha el corte frío”.

 

 

Ya su colega Rafael Alberti, le había advertido de los peligros de su estancia en España, tal es así que a 10 días de abandonar España, cae la República, imponiéndose el régimen franquista.

 

Coillure lo espera con los brazos abiertos; un pequeño hotel, cercano al mar lo aguarda con nombradía francesa “Bougnol-Quintana”. La habitación Nº 5, será testigo de la caída final de madre e hijo, que allí desolados de patria y República, afrontan con valentía y estoicismo, el desenlace terrenal.

 

Es aquí donde el músico, Oscar García, nos relata: “Llegar a Coillure, pueblito francés de pescadores, cercano al Barcelona español, fue toda una odisea. No pudieron llegar allí en automóvil. En realidad era todo un caos aproximarse a Coillure. Anduvieron en tren y el resto lo hicieron caminando, lo que lo hará, a Machado, acreedor de una pulmonía. Morirá en Coillure el 22 de febrero de 1939. Y allí hay una tumba que guarda sus restos y que tiene la particularidad de ser la única que tiene un buzón y donde la gente le deja cartas, como si el poeta las pudiera leer”.

 

Al morir el poeta, en su viejo gabán, encuentran dos papelitos, uno dedicado a Guiomar (Pilar de Valderrama) y decía: “Se canta lo que se pierde”. A mí me pareció bello y terrible. El otro papelito expresaba: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Esas pocas palabras, reflexiona el músico, forman poco menos que un testamento, un orar sobre dos instantes plenos en su vida terrenal. Mientras tanto los patios de Sevilla, lo esperan para rememorar ese cielo de la infancia y que aún no se puede dar, tal vez por los resabios del franquismo.

 

80 años después del fallecimiento del vate, Marisa Peña, poeta madrileña y republicana, escribirá en la Revista Alkaid: “Colliure es el destino de nuestro poeta, nuestro republicano, la huella que debimos haber seguido. Y esa es nuestra tristeza: el sueño republicano está enterrado en Colliure, en cunetas desconocidas, en papeles perdidos y quemados, en familias que sepultaron sus recuerdos bajo pilas y pilas de silencio. Hay que pasar la frontera para poderle rendir homenaje a Antonio Machado, hay que dejar atrás España, hay que dejarlo todo atrás”.

 

A veces uno busca y busca a Pilar, y halla algunas notas sueltas, biografías exiguas, que de tan alejadas, escabullen a la mujer y ella se disuelve y en el cedazo que la memoria infringe al pasado, solo queda Guiomar, el amor final intenso de una pluma sevillana. El vuelo de Pilar se sostiene en esos versos encendidos que desbordado y desbordante atinó a escribir Machado. Y allende los mares, la pronuncia en soneto, el apasionado lector e inspirado profeta de la palabra: Edgar Morisoli.

 

Hasta aquí hablamos de los protagonistas del poema: “Pilar de Valderrama” y entonces inquiero al músico dónde se ha cantado la canción y él responde que por nuestras comarcas, nunca, pero sí lo ha hecho en España. En Burgos por ejemplo, al norte de España, en una rueda muy linda en un pueblito de la sierra, originado en la Alta Edad Media: “Gallejones”, una localidad burgalesa situada en “Las Merindades”, ayuntamiento de Valle de Zamanzas. Entonces infiero que la canción está huérfana de intérpretes, calladita en un libro que se rescata en cada lectura que hacemos, pero le falta la voz cantada. Lejos de elevar una apología de la ignorancia de estas obras, marcar el desinterés del comarcano en recrear una historia de amor muy universal, pretendo escucharla en la ronda grande de los teatros o de los cancioneros callejeros, plaza adentro. O no la cantamos para no perderla…

 

Hay que mudar de silencios este amor de amores, de poesía incendiada por dos corazones que al trasluz del seguidor, analogía con el instrumento técnico de iluminación teatral, que la sociedad toda de una época señala acusándola de descontrolada y no autorizada, lo llevó a la luz de todas las tardes españolas, a encontrarse sigilosamente como dos sombras en la gran tormenta del mundo que descarga hiel sobre las almas en amor.

 

 

* Músico

 

 

Pilar de Valderrama

 

Autor: Edgar Morisoli

 

Música: Oscar García

 

 

Solo tengo tu nombre, tu recatada historia

 

y aquel Guiomar airoso que te inventó un poeta,

 

Pilar-Guiomar que fuiste la última saeta

 

de amor en el otoño para el cantor de Soria.

 

 

El era grave y hondo como la tierra; sabio

 

como la tierra; pobre; caudaloso de trinos.

 

Tu luz, tu brisa joven que oreaba los caminos

 

se le ganó en el noble corazón sin agravios.

 

 

Ya carne de destierro, cuando sus viejos ojos

 

se arrancaron de España, desolada y vendida,

 

tal vez miró a lo lejos y vio sobre el despojo

 

 

la mies de ayer, el sueño, las claras sinrazones

 

que la razón no alcanza…, y vos, celeste herida

 

Pilar de Valderrama, Guiomar de las Canciones.

 

 

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