Martes 03 de junio 2025

Las Apariencias

Redaccion Avances 01/06/2025 - 15.00.hs

El documental Las Apariencias (2023), dirigido por Nicolás Onischuk, incursiona en la cotidianidad de una serie de sujetos sociales, con sus rutinas de subsistencia, sus rituales y creencias en el profundo oeste pampeano. Se presenta en el cine Milenium el viernes 6 de junio a las 21.30hs.

 

Sergio De Matteo *

 

Desde varios parajes de la pampa profunda se rememora un relato. Es el mismo relato, con matices, que se repite de generación en generación, de cultura en cultura. He ahí la tradición con el Cancionero de los Ríos, la poesía de Edgar Morisoli, Bustiazo Ortiz y Julio Domínguez, “El Bardino”, pero también las voces contemporáneas, desde la academia (Beatriz Dillon, María Eugenia Comerci, Andrea D’Atri), o literarias/fotográficas (Marpia Elena Noguerol Coli, Ernesto del Viso, Ariel “Alpataco” Vázquez y Ana María Zorzi), o cancionística (Javier Villalba, Nicolás Rainone y Sol Donati).

 

Un paisaje que es todos los paisajes, el de la Mamül Mapú, y dos lenguas, la lengua ancestral, el chedungun, resignificando la historia de un sucedido y, a la par, la lengua colonial, reiterando la misma leyenda. En traducción literal de la lengua ranquel se escucha con la imagen imponente del monte de caldén (huitrú): “Así hablaban los ancianos. En el monte había mucho viento; un viento se calma. Un hombre buscaba caballos. Buscando caballos. Encontré un fuego (quetral) muy grande. Hay gente ahí, dijo. Hay fuego por todas partes. Fui y saludé. Bajate, me dijeron. Estamos terminando la comida, dijeron. Cocinaban un puchero. Me bajé del caballo, me invitaron a comer. Comí carne. Calmamos un poco el viento...”.

 

Nicolás Onischuk, junto a Agustina Arrarás, y equipo, siempre desafían la imaginación, lo posible. Despliegan una batería de significantes que se entrecruzan con lo pasado, lo consabido, con lo presente y el posible futuro, ahora contaminado de lo hecho, de lo contado.

 

El trabajo fílmico se estrenó en el Festival Film Dokumenter, de Indonesia, en el año 2023. Así como en la literatura se habla de fenómeno intertextual o de influencias para referir o relacionar obras de épocas y sitios diferentes, en las demás artes sucede lo mismo. No se pueden obviar vínculos, homenajes, que quedan refractadas en la producción emergente.

 

Es así que retornan aquellas primeras tomas de los hermanos Lumière en 1895 tituladas “La salida de los obreros de la fábrica Lumière à Lyon Monplaisir” y “Llegada de un tren a la estación de la Ciotat”, como fundadoras del género documental, como también el cine etnográfico de Jorge Prelorán, que lo definía como “Geografía Humana”, y están sus ejemplos pampeanos: “Cochengo Miranda”, de 1975, o “Los hijos de Zerda”, de 1978.

 

Lugares y rituales.

 

El film, incursiona en la cotidianidad de una serie de personas de distintos lugares, con sus rutinas de subsistencia, sus labores, sus rituales y creencias. El registro del paisaje, las texturas, los planos y la fotografía son impresionantes, al igual que el sonido ambiente.

 

He aquí que la naturaleza emerge y se manifiesta en toda su magnanimidad. Su fluencia regentea la sobrevivencia del más apto, enfrentando las cualidades de un territorio. La alimentación sobreviene una y otra vez, tanto en lo humano como en lo animal. Chivas, vacas, gallinas, caballos, perros trasudan en medio de las actividades en el campo.

 

Un tutelaje animal, que trasuda a lo largo del día y de la noche, mientras los seres humanos van y vienen. Cocinan, cazan, tejen y leen. Conviven entre lo rudimentario y las tecnologías actuales, entre faroles y linternas, cuchillo, armas de fuego y celular.

 

El tiempo es marcado por el sol, la luna, el molino y el agua; la ocredad del paisaje y el cielo azul.

 

Y las luces, la de los sucedidos, que aparecen y desaparecen. Y el relato sostenido en el “me dijeron”, “dicen” y las experiencias particulares. “Los caballos enloquecen”. “Hay gente que habla de las luces”. “Hay personas que no son personas: son apariencias”.

 

Y vuelve la lengua ancestral: “Una vez fui a mirar las cabras. Lo amo. Cuando me acerqué, lo vi: era como una persona vestida de negro. Cuando me di la vuelta ya no estaba ahí. Dicen que estas cosas las hace alguien; pero no sabemos quién los hace”.

 

Y el silencio. En un momento el silencio es tan abrupto, tan profundo, que se escucha el latido del corazón de una de las protagonistas. Y el relato se torna cíclico, regresa en diferentes voces, en distintos lugares: las apariciones, las luces. La religión trata de sortear lo desconocido. Como los mitos de explicar lo sobrenatural.

 

Y las chivas. Que van y vuelven en el relato. Miran. De día son animalitos confiables, pero en la noche se transmutan. Es otra la atmósfera de las chivas en la noche. Sus balidos rompen la noche, sus movimientos, la campana, engendran una tensión que desfondan los nervios. Las chivas, las apariencias y las apariciones. Sus pezuñas, sus cuernos, nos acercan más al infierno, a Huecuvú, a walichu, que al paraíso.

 

El relato, el sucedido, es cíclico, se retroalimenta (cosas de Mandinga). Está presente en los pueblos originarios y en Enrique Stieben y “El malón fantasma”, en su Hualicho Mapú (1951). Y se cierra la historia, pero las luces, las apariciones, esas apariencias seguirán, sin explicación, como toda leyenda, yendo y viniendo, como dicen, por los siglos de los siglos.

 

Aunque, como finaliza la enseñanza en chedungun: “el viento trae secretos”.

 

* Colaborador

 

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