Domingo 28 de abril 2024

Tres Marcos

Redaccion Avances 14/01/2024 - 09.00.hs

Caldenia presenta un nuevo relato dentro de la columna literaria La Maga. En esta oportunidad, el escritor neuquino Emiliano Salto ofrece Tres Marcos.

 

Gisela Colombo *

 

Marcos abre los ojos. Todo es oscuridad. De a poco, la imagen se pone en foco y la oscuridad revela las paredes del pozo. Arriba, un círculo con los tonos púrpuras del cielo. Es la salida a la superficie. Marcos no puede calcular la profundidad. Sabe que está en el fondo, atrapado. No puede mover el cuerpo. Raíces gruesas lo sujetan, raíces que se extienden por todo el pozo, raíces plateadas. De pronto, la tierra se mueve. Dos pares de brazos y piernas atraviesan las paredes. Dos figuras humanas nacen de la tierra. Marcos quiere gritar, pero las raíces se le meten en la boca y lo silencian. Las figuras, cubiertas de sombras, apenas iluminadas por los rayos de luz que se filtran desde la superficie, comienzan a escalar. Salen del pozo, llegan a la superficie y se vuelven para mirar al prisionero. Marcos tiembla de pánico cuando ve las facciones de las dos criaturas que ahora lo observan desde la superficie. Los ojos de las figuras son iguales a los suyos. Las caras que se enmarcan en la entrada del pozo son iguales a su cara. Dos réplicas exactas, dos dobles contemplan al original, que pierde la conciencia.

 

Marcos intenta recordar los pasos previos al encierro: recuerda haber revisado las hornallas de la cocina varias veces. Olía a gas. Se acuerda también de un audio de WhatsApp de su psicóloga, pidiéndole que no se adelante de manera negativa a los panoramas futuros, que no espere siempre lo peor. En el mensaje, la terapeuta recomienda el uso de alguna app de citas para conocer gente o realizar un viaje para cambiar de escenario. Marcos recuerda haber ido al patio para arrancar algunas malezas y, al tirar de un tallo plateado, sentir como la tierra colapsaba bajo sus pies.

 

No ve la salida a la superficie ni el cielo que anochece arriba, ve otras cosas. A través de los ojos de sus dobles, Marcos recibe imágenes desde sus perspectivas. Juntos, acomodan unas tablas de madera sobre la entrada del pozo, tiran tierra encima y sellan el hueco. Los dobles limpian la casa y se cambian de ropa. Uno de los dos dobles, el tercer Marcos, decide que no quiere ser más Marcos. Se afeita la cabeza, saca un poco del dinero de la billetera del original, llena una mochila con ropa y se va para no volver. Más tarde, va a la terminal de ómnibus, compra un pasaje para una localidad de la que nunca escuchó, pero que le suena a campo, y se sube al colectivo.

 

El segundo de los dos dobles, o segundo Marcos, le escribe a una ex y le pregunta si quiere juntarse a tomar algo. Ella acepta.

 

La luz que se filtra por entre los tablones de madera que cubren el pozo le dicen al Marcos original que es de día. No sabe cuánto tiempo hace que está atrapado, pero sabe que las raíces plateadas ya le cubrieron casi por completo el cuerpo. Los dedos de la mano derecha se asoman por entre las raíces. Las uñas largas, la piel pálida y seca, cadavérica. No siente hambre ni sed. Le cuesta distinguir en dónde empieza su cuerpo y termina la superficie del pozo. Quiere levantarse, escalar. Escucha ruidos. Pisadas, seguidas del sonido de la tierra que se mueve. Las tablas que cubren la entrada al pozo desaparecen y la luz de afuera encandila al Marcos original cuando entra al hoyo con la fuerza de la mañana. Mirándolo desde la superficie, el segundo doble se disculpa por la situación y le asegura al original que no lo va a dejar solo, que piensa visitarlo de tanto en tanto.

 

El original descansa en el fondo del pozo. Las raíces lo cubren por completo.

 

Conectado con el segundo, acompaña a su doble en cada paso, en cada movimiento. Puede ver lo que el otro ve. Sentir todo lo que siente. Está ahí con él cuando el doble sale por primera vez con una chica que estudia bibliotecología; la pareja se encuentra en un bar, toman cerveza y se ríen mientras hablan de las series que les gustan, citas pasadas y traumas familiares que normalmente no compartirían con nadie. Unas horas más tarde, el original siente el calor de los muslos de la chica mientras el segundo baja la cabeza hacia la entrepierna. Mientras tanto, Nunca me faltes de Antonio Ríos suena desde un auto estacionado y entra por la ventana de la habitación. La chica corea la canción imitando la voz del cantante. El segundo deja de chupar, levanta la cabeza y se ríe a carcajadas. Se enamora.

 

El que ya no es Marcos, el tercer doble, come un guiso de lentejas. Cuida un terreno.

 

Ese es su trabajo. Ocupa una casucha ubicada dentro del predio. Un baño pequeño, una cama, un anafe con garrafa, cuadernos y lapiceras. Por la ventana de la casucha, entra un gato. El animal se sube a una silla y maúlla. Saca un pedacito de chorizo colorado de su plato y se lo da. El original, desde la oscuridad, sonríe. Al día siguiente, el tercero recorre un camino que sale del terreno y llega a un arroyo. Se sienta al borde del agua y se saca los zapatos para sentir el pasto entre los dedos de los pies. El gato aparece más tarde y se recuesta a su lado, en una franja de sol. Lo acaricia y cierra los ojos. Una mujer se acerca, saluda y dice que el gato es suyo. Pregunta si puede sentarse con ellos.

 

Un año.

 

El segundo Marcos hace pis en el inodoro de la chica que estudia bibliotecología. Vive con ella, pero paga los servicios de la casa del original. La chica entra al baño y se lava los dientes. El otro hace una pantomima y huele en un gesto exagerado como olfateando una copa de vino. Mmm… es de buena cosecha, dice. La chica se ríe. Escupe el dentífrico sobre el espejo del baño.

 

Dos años.

 

El tercer doble está acostado en la cama de la casucha. Siente los huesos calientes. Tiene fiebre. Dos gatos se acurrucan en los pliegues de su cuerpo. En el pozo, el Marcos original abre los ojos. Por primera vez desde que lo cubrieron las raíces plateadas, siente que la fuerza le vuelve al cuerpo. Mueve los brazos. Primero en giros pequeños, después, en manotazos frenéticos. En una hora, se desprende de las raíces plateadas. Una hora más y ya rasguña la madera que cubre la entrada al pozo. Comprueba que no tiene la fuerza necesaria para romper el material. La dueña de uno de los gatos, llega a la casucha y se pasa la noche haciendo de médica. A la mañana siguiente, el paciente está recuperado. El Marcos original, en el pozo, vuelve a estar cubierto de raíces.

 

La estudiante de bibliotecología y el segundo Marcos cenan bifes con ensalada. Él le pregunta si la comida está rica. Ella, sin levantar la mirada del plato, pincha con el tenedor un pedazo de tomate y dice que sí. Él pregunta si repartió currículums, si la llamaron para alguna entrevista de trabajo. Ella corta un trozo de carne y responde que no. Contesta todas las preguntas con monosílabos, sin mirar a su pareja, hasta que la cena termina. Más tarde, en la cama, el segundo Marcos le acaricia la pierna por debajo de la sábana. Ella se aleja y él saca la mano. Cuando la chica se duerme, el otro agarra el teléfono y le manda un mensaje a una chica que reaccionó a una de sus historias de Instagram.

 

Dos años y medio.

 

El segundo Marcos vuelve a vivir en la casa del original. Solo. Está tirado en la cama, con la ropa puesta. Hace varios días que no se baña ni sale afuera.

 

El tercero vuelve a enfermarse. Cuando la dueña del gato llega a la casucha, después de haber pasado tres días visitando a unos familiares, el tercero está muerto. Los gatos maúllan a su alrededor.

 

El pozo busca un reemplazo. Un nuevo doble empuja las paredes de tierra. Se esfuerza por nacer. En su cabeza, la idea de un yo se llena de a poco con imágenes difusas de la vida de Marcos hasta el momento. Con su cuerpo nuevo, escala hacia la salida. Sube medio metro y siente que algo lo detiene. Mira para abajo, al original, que con la fuerza del doble muerto, lo sujeta por el talón izquierdo. Tira y tira, hasta que el recién nacido cae al fondo del pozo. Los dos forcejean. Después de unos minutos, el original consigue mantener a su otro yo inmovilizado sobre un cúmulo de raíces que proceden a cubrir el nuevo cuerpo de pies a cabeza. El primero se pone de pie sobre el último y sube.

 

Un alarido interrumpe el sueño del segundo doble, que se levanta de la cama y corre hacia el patio. Llega y se paraliza. El Marcos original está parado al lado del pozo. Tiene el pelo largo y el cuerpo escuálido cubierto de tierra. La piel agrietada, como la corteza de un árbol. El segundo tiembla. Después, se agacha y agarra un pedazo de ladrillo. Se prepara para el ataque. El original se acerca al segundo, con un paso lento pero decidido. El otro mira las manos del original, con uñas largas y quebradas que forman garras. A treinta centímetros de su doble, el original cambia de dirección y entra en la casa. El segundo espera, con el ladrillo todavía en la mano, antes de hacer lo mismo. Ve cómo el primero llega al baño, se mira en el espejo y poco a poco empieza a desprenderse pedazos de piel agrietada de la cara para revelar el tejido suave que está debajo. Después, se sienta en el inodoro, con la mirada perdida. Casi sin hacer ruido, el segundo entra al baño, agarra una toalla, la moja y se arrodilla frente al primero. Le limpia las piernas.

 

 

Emiliano Salto nació en Neuquén en 1987. Licenciado en Letras Modernas por la UNC. Es docente. Tiene una columna de radio sobre cine y tv. Participó de las antologías de cuentos Entre Dientes (La otra gemela, 2015); Muertos (de amor y de miedo) (Ediciones La terraza, 2016); Los dominos de la siesta (Hoy Día Córdoba, 2017); colección Sonda cartonera (Larvas Marcianas, 2017).

 

Publicó el libro de relatos No todo cierra (Llanto de mudo, 2014), la novela corta de ciencia ficción PreFab (Borde Perdido Editora, 2019), el libro de cuentos Nuestro mundo plateado (Antipop editora, 2023). Fue premiado en los certámenes Manuel de Fallas, General Cabrera, Osvaldo Bayer y en el concurso Cuentos a la calle, organizado por Una brecha.

 

* Docente y escritora

 

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