Martes 01 de julio 2025

Relato en primera persona de una mujer golpeada

Redacción 25/04/2010 - 00.48.hs
Se define como violencia de género a "todo acto que pueda resultar en un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas". El relato que se aquí se expone es un ejemplo "de libro".
MARIO VEGA
"Estábamos tranquilos pasando la tarde del sábado solos... casi felices. Estábamos juntos desde hacía cinco meses. Él se fue quedando en mi departamento, sin decidirlo, sin hablarlo, se fue quedando y fue ocupando un lugar. Esa tarde tocaron el timbre y yo miré por detrás de las cortinas y reconocí a un amigo de años, muy cercano. Me alegró mucho ver que llegaba y busqué apurada mi ropa para vestirme y recibirlo. Noté su mirada diferente, cuando le dije que mi amigo estaba en la puerta. La ira se le instaló primero en los ojos, después apretó los dientes y su cara se terminó de transformar. Sentí miedo, me agarró de un brazo y me tiró en la cama, empezó a hacerme preguntas. Yo trataba de contestar pero él no escuchaba, se subió a la cama y con sus piernas sobre las mías me inmovilizó, apretó mis brazos con sus rodillas y con una mano me tapó la boca y me hundió los dedos de la otra en los ojos. Yo lloraba de dolor y de impotencia, me destapó la boca y lo insulté, me pegó una cachetada. Sentí cómo el golpe me quemó la cara. No entendía qué pasaba, o sí entendía pero no quería creer que fuera verdad. Él decía algo sobre mi amigo y yo, que me reía de él, que lo dejaba como un pelotudo, que a él nadie lo dejaba como un pelotudo. Yo lloraba, tenía miedo, casi quería que volviera a hundir sus dedos en mis ojos, para no ver. Yo no quería ver eso. Yo lo quería". Es un monólogo que suelta sin que pueda interrumpirla. "Cuando se calmó mi amigo ya no estaba en la puerta.
Al rato sentí que se iba. Sentía el cuerpo caliente y me dolía, mucho. Me largué a llorar sin poder entender nada. Era la primera vez".
Narra en primera persona la primera golpiza, el inicio de su infierno. Ana María lo recuerda y aún se conmueve. Todavía le da vergüenza recordar, pero se siente necesitada de contarlo.

Una mujer triste.
¿Por qué? Porque alguna vez fuimos muy amigos, de conversar, de confiar el uno en el otro, de contarnos nuestras pequeñas cosas. Había pasado mucho tiempo desde que nos frecuentábamos, pero frente a esa taza de café humeante tiene necesidad de contarme. No se por qué. No se si quiero escuchar.
Era sin dudas la piba más linda del barrio. Mediana estatura, delgada, cabello corto que apenas le cubría la nuca, tenía la sonrisa más hermosa que recuerde. Sus grandes ojos claros y sus rasgos definían a esa clase de personas que son dueñas de una infinita bondad. Ana María tenía algo especial y, por cierto, todos los muchachos del barrio estábamos un poco enamorados de ella, que casi no parecía darse cuenta.
Vivía frente a las vías, y era hija de un matrimonio en el que el esposo era empleado del Ferrocarril. Un día se fue del barrio y nunca más supe de ella. Por años, hasta que la encontré casi de casualidad, en una esquina cualquiera. Seguía linda, sí, pero algo había cambiado en ella. Su mirada lucía triste, su sonrisa parecía un maquillaje, no parecía salirle del alma como antes. Después que se sacara sus grandes anteojos oscuros la pude ver mejor. Uno de sus ojos lucía una aureola violácea. "Como una tonta me golpeé con una puerta", se excusó.

 

Aquellos tiempos.
Llegaron los recuerdos, la charla se extendió y quedó la promesa de ese café que ahora estábamos tomando para recordar aquellos buenos viejos tiempos. Había estado viviendo en Santa Fe, trabajando como empleada de una compañía de seguros, la misma en la que su esposo se desempeñaba desde antes. Un traslado la alejó -también a él- muchos años de Santa Rosa, y era evidente que le gustaba recordar aquellos lindos momentos. "El almacén de Doña María, que era además la curandera del barrio; Paco, el zapatero; la carpintería de Cutín Pérez; aquellos juegos de carnaval de todos contra todos en el vecindario; las serenatas de los Sombra; el Victor Hugo; los hermanos Díaz... los juegos y las charlas que nos entretenían allá lejos y hace tiempo". De a poco su semblante fue cambiando, y volvió a parecerse por un instante a aquella piba que arrancaba los suspiros de toda la muchachada. Si al cabo estaba igual. Alguna que otra arruga surcando su frente, un rictus amargo al recordar lo que no obstante me quería contar. "Estuve viviendo un infierno. Me pegaba por cualquier cosa desde hace años. Aguanté hasta ahora por los chicos, pero ya están grandes y tenía decidido que en cualquier momento me iba a ir". Le tiembla la voz y, de verdad, no se qué hacer, qué decirle ni cómo actuar.
¿Por qué empezó? "Por nada, porque está enfermo, porque está loco. Cuando empezamos a andar de novios era el tipo más dulce del mundo, me halagaba todo el tiempo, un amor.
Después de aquella primera vez pidió perdón de mil maneras diferentes, volvió a comprarme flores -un gesto que había dejado de tener hacía mucho tiempo-, intentó que llamara a mi amigo y lo convenciera que nos visitara, que lo invitara a cenar. Pero ya estaba. Nunca me había demostrado nada que no fuera cariño y respeto, pero esa vez del primer golpe, y los que vinieron, fue como un balde de agua helada que me cayó encima. De entrada no me di demasiado cuenta de lo que había pasado. Es más, intenté explicarle como si pudiera entender, buscando justificarme. ¿De qué tendría que haberme justificado?".

 

Otra vez, y otra vez...
"Cuando parecía que todo había pasado, otra vez... fue una tarde que salí con una amiga a tomar un café y la verdad me demoré un poco. Eran más o menos las 9 de la noche cuando volví y apenas entré me dio un golpe que me dejó atontada. Después se fue y volvió al rato. Yo tiritaba de miedo en la cama. Se acercó mientras yo seguía llorando y me pidió perdón, me dijo que nunca más lo iba a hacer, pero que estaba celoso porque yo estaba muy linda y había salido con una pollera muy corta. Y lo perdoné". Las lágrimas vuelven a aparecer y me siento un estúpido porque no sé qué decir.
¿Y los chicos? "Al principio no sabían nada. Eran chicos todavía. Fabián tenía 4 y Camila 2. Pero después se hicieron grandes y nada cambió, así que me empezaron a ver llorando, con golpes en la cara, y por suerte no me veían las marcas en el cuerpo. ¿Por qué aguanté? Vos sabés como era él, trabajador, buen tipo, capaz de convencer a cualquiera en una charla. Tenía la esperanza de que cambiara, pero cada vez era peor. Cualquier excusa era buena para golpearme, y empecé a sentir mucho miedo, mucha angustia todo el día, incluso cuando él no estaba en la casa, porque estaba temiendo el momento que llegara. Una vez llegó a tomar un cuchillo de la cocina y me amenazó que me iba a matar, y otro día fueron tantos los golpes que mis padres se dieron cuenta y vinieron juntos con mi hermano. Ese día él se encerró en una habitación y no salió para nada porque lo iban a matar. Yo tenía toda la cara llena de golpes, me pegaba con los puños cerrados en cualquier parte del cuerpo, tenía un ojo muy hinchado y ahí ya todo el mundo se enteró. Mis padres me obligaron a denunciarlo y lo citaron en la Justicia, pero qué iba a hacer sin él. Lo perdoné y al final la causa quedó en la nada. Fue amoroso otra vez durante un tiempo, aunque yo siempre tenía mucho miedo". Ana habla y llora, como si recordara cada golpe, cada día que soportó tanta humillación. Pero su angustia no habría de terminar allí.

 

La última.
"Yo pensaba que todo el clima de violencia estaba superado, pero volvió a pasar. Fue la última. Una noche llegó y con una excusa cualquiera empezó otra vez. Me tiró contra la cama y me siguió pegando, sin importarle que los chicos estuvieran en la casa en otra habitación. Los gritos se escuchaban de todas partes, pero nadie se metió, ningún vecino se acercó. Se fue y me quedé sola con los chicos, que lloraban a mi lado. No puedo entender cómo no le interesó que sus hijos se enteraran que me golpeaba. No le importó ¡No le importó! ¿me entendés? Ahí sí dije basta. Lo denuncié, me revisó un médico y sé que lo metieron preso unos días. Ahora el juez determinó que no puede acercarse a 400 metros de mi casa. Se terminó, ahora sí, para siempre. Los chicos van a verlo al departamento que alquiló, y dicen que les pregunta cómo estoy. Yo no lo quiero ver más. Todavía tengo miedo, mucho miedo".
"Dudé en hablarte de esto, pero ahora siento que de alguna manera me alivió. Y además, como vos decís, si lo publicás, quizás le sirva a otras para tomar conciencia, y que la gente se meta porque excede a un problema en un hogar. Tiene que haber políticas, que protejan a la mujer, pero también consideren al hombre. ¿No te parece?".

 

¿Cómo cambiar la situación?
Desde hace bastante tiempo el tema de la violencia en el hogar viene siendo abordado con políticas integrales, y se pueden observar algunos esfuerzos en esferas oficiales -en la municipalidad de Santa Rosa hay un serio trabajo en ese sentido-, aunque también hay algunas otras instituciones que se preocupan.
Más allá de los que algunos sostienen, podría inferirse que lo único que realmente aseguraría un cambio absoluto es que el golpeador se cure, se asuma y se transforme. Podría decirse que no hay otro modo. Porque el golpeador, más allá de estar o no con su mujer, sigue siendo el golpeador, y en tanto no busque modificar su forma de resolver sus propios conflictos no estará terminado el círculo de la violencia. Es más, si no modifica su forma de relacionarse lo hará con otra, y con otra. Cambiará de mujer y seguirá golpeando. ¿Pero, podría cambiar?
La mayoría de los grupos que trabaja la violencia doméstica, o de género, ponen el acento en la mujer y está bien que así sea -es la que recibe los golpes-- pero no se soluciona el problema en su integralidad si no se ayuda al hombre, al golpeador.
Hay desde hace un tiempo una nueva gestión en ese sentido. España hizo punta y ahora en Latinoamérica se trabaja en esto. "Lazo Blanco" se llama una iniciativa que, de verdad, y seriamente, aborda políticas integrales, y también con los hombres trabajando para terminar con la violencia contra las mujeres. En Santa Rosa, quedó dicho, el municipio está ocupado fuertemente en el tema, y hay otras instituciones como la Fundación Ayudándonos que está trabajando con un grupo de hombres golpeadores.

 

Una sensación.
"Si me preguntás qué fue lo peor no sé, no sabría qué contestar. Las sensaciones se superponen. Recuerdo que me sentía muy pequeña, usé todas mis fuerzas para sacármelo de encima y no conseguí ni moverlo. Pequeña y vulnerada, así me sentí. Después sus amenazas me hicieron pensar en hacer algo contra él... pensé en matarlo, pero fue por el dolor de tener la certeza de que lo que él había roto entre nosotros no se arreglaría nunca más, porque es imborrable. Nunca pude ni intentarlo, la violencia no está en mi esencia, no soy así. No podría golpear a alguien. A mis hijos nunca les levanté la mano. Nunca".

 


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