Sabado 28 de junio 2025

La vida, entre resplandores y sombras

Redacción 30/10/2011 - 04.27.hs
Muchos pasan y lo ven y no reconocen en él a un hombre que llegó a codearse con la fama y los famosos. Ex jugador profesional de fútbol, prefiere pasar desapercibido y vivir tranquilo junto a su familia.
Mario Vega - Hay gente que anda por la vida con perfil bajo, que no se esconde, pero que reniega de las luces y las grandes marquesinas. Gente a la que le gusta la vida simple, y que tiene en el afecto de su familia el mayor de los capitales. Obviamente también están los que gustan de la ostentación, de presumir para ser reconocidos, porque lo necesitan casi como si fuera una droga. De la primera de esas dos circunstancias participa este hombre que habla siempre sin levantar la voz, sin estridencias, de una vida que transcurrió rica en matices, de los buenos, y de los otros... Ricardo Bertolé es hoy un comerciante que supo ser muy conocido en otras épocas, primero en su condición de futbolista profesional, y luego como empresario.
Hoy está en un pequeño comercio, y se relacionó con el periodismo como comentarista de una de las FM locales, que cada domingo transmite el fútbol lugareño. Siempre me llamaron la atención sus modos: amables pero hasta ahí, su gesto de poquedad, su carácter casi huraño, que nunca rozará la descortesía. Conozco de él su paso por el fútbol profesional; y también que fue titular de un comercio que marcó una época, "Bertolé Revestimientos". Aunque no quiere hablar de eso, porque es una llaga que todavía lacera.
Ricardo (58) supo de momentos buenos, y de los otros. "No sé como es la vida de los demás, pero es cierto, así fue la mía: tuve momentos de esplendor, en el fútbol y en lo comercial, y también de los otros...", admite.

"Chico consentido".
Nacido en Piamonte, pequeño pueblo de Santa Fe, es hijo de Heriberto, a quien trajo a vivir a Santa Rosa; y de Noelí. El padre era agente de seguros, y la mamá (fallecida) tuvo algún tiempo una peluquería, con lo que constituían una típica familia de clase media.
Hijo único, admite que fue "un chico consentido". La primaria en el pueblo, y el secundario hasta tercero para terminarlo en Buenos Aires; donde luego haría tres años de Ciencias Económicas en la Universidad de Morón. La misma carrera que entonces seguía Adriana Chavarri, quien se convertiría primero en su novia, luego en su esposa, y en la madre de sus hijas: María Laura (contadora) y Cecilia (abogada). La menor le dio a su primera nieta, Valentina (3).
"Y sí, la tranquilidad pueblerina, el fútbol, los amigos... los bailes en la zona. Pero sobre todo el fútbol. La verdad es que me destacaba en el pueblo: era rápido, bastante hábil y saltaba bien a cabecear", define a aquel primer Ricardo jugador. Siempre con esa humildad que lo caracteriza. "Pasa en los pueblos, un chico que es 'figurita' pero después cuando llega a Buenos Aires se encuentra con otros más hábiles, más talentosos y hay que adaptarse", reflexiona.

 

La llegada a Boca.
"A los 15 años ya jugaba en la primera en el pueblo, y en el seleccionado del colegio. El cura del lugar mandó una carta a Boca para que me probaran, y fuimos con él y mi papá, que era hincha. Me fue bien y quedé en La Candela (el lugar que el club tenía asignado como pensión, y donde entrenaba la primera división). "¿Cómo era vivir ahí? Espantoso... Estaba lejos de todo y a las 10 de la noche cerraban la puerta con llave... yo tenía alguna privilegio porque estudiaba, pero tenía que tomarme dos colectivos. Arrancaba a las 5 y media de la mañana, iba a clase, volvía, almorzaba y al rato a entrenar, y se hacía duro", rememora.
"Es una competencia permanente. Cuando vas a probarte es probable que los otros no te pasen la pelota, y así es todo, porque cada uno busca su futuro", reconoce Ricardo.
En La Candela convivió con otros que llegaron al fútbol grande. Menciona entre otros a Ricardo Mouzo -después por años capitán e ídolo de Boca-; Horacio Bongiovanni, hoy entrenador; Quique Vidallé, arquero triunfador en Argentinos Juniors; y veía entrenar a algunos monstruos que más tarde serían sus compañeros en su llegada a la primera.
"Jugaban El Loco Sánchez al arco, El Tano Pernía, Nicolau, Rogel, El Chino Benítez que era un crack, Patota Potente que era excepcional, Mané Ponce y Enzo Ferrero. Me avisaron sobre la hora que el Conejo Tarantini estaba suspendido y tenía que jugar yo".

 

Debut soñado.
El debut fue nada menos que con el Huracán del Flaco Menotti, campeón del 73, y Ricardo marcaría al Loco Housseman, un malabarista de la pelota que más tarde sería campeón del mundo. "Me fue bien. Lo anticipaba y a él se le hizo complicado. Además lo 'raspé' un par de veces y completé un buen partido que terminó 2 a 2. Ahí quedé en el plantel de primera y todo fue mejor, un poco más fácil".
Después de dos años la transferencia a Independiente, para compartir su pequeña historia con colosales jugadores: Ricardo Enrique Bochini, prócer del rojo de Avellaneda, Bertoni -campeón del mundo en el 78-, Enzo Trossero, Villaverde, Percy Rojas y tantos otros. "Fueron dos años arriba de los aviones: y pude estar en Europa, Japón... experiencias que sirven para enriquecerte, aparte que a mí siempre me gustó leer bastante. Pero donde más pudimos disfrutar fue en Milán, donde estuvimos una semana, después Bilbao, Alicante, Zaragoza, Murcia... había para ver, claro".
Pero en Independiente sería el principio del fin. "Me lesioné los ligamentos cruzados de la rodilla derecha", señala. De allí en más nada sería igual. Una larga recuperación que nunca fue definitiva, y la amargura de sentir que la dirigencia lo abandonaba a su suerte, y que los que aparecían como más amigos tampoco estaban. Una gran frustración.

 

El final de la carrera.
No obstante todavía quería y pasó a Unión de Santa Fe, pero pudo jugar poco; más tarde un intento en Vélez, cuando jugaban Julio César Falcioni, el actual entrenador de Boca, Larraqui y el Pepe Castro. Pero no podía.
Con Adriana decidieron venirse a Santa Rosa. "Ya teníamos nuestras hijas, y mi señora tenía familiares en Toay. Además alguna vez que había estado había comprado un terreno aquí, para inversión, y nos largamos".
Llegó y enseguida empezó a jugar en All Boys, en un gran equipo en el que también estaban Julio Pérez, Marcelo Urtiaga, Juan Carlos Aymú y Cerenignana. Un paso por Macachín para jugar el Regional, y el regreso a los auriazules para jugar el último partido en Winifreda. Otra vez la maldita lesión, y ahora sí el final.
Fue el tiempo en que -aconsejado por un amigo que estaba en el rubro- puso en la esquina de Ameghino y Uruguay "Bertolé revestimientos". Fueron casi 20 años de trabajar muchísimo, de meterle 14 horas al comercio, vendiendo grifería de calidad para toda la provincia.

 

La familia, el centro de la vida.
"Pero pasó el efecto 'Tequila' y fue mortal", dice siempre en ese tono quedo que lo identifica. Lo perdió todo y debió salir a remarla, como tantos argentinos que trabajaron toda su vida y un día se encontraron con que ya nada tenían. Será por eso que reivindica el gobierno de Cristina, porque abre camino a una esperanza. "Me da la impresión que ella, y sobre todo Néstor, han devuelto la fe en la política, demostrando que es una herramienta para que la gente pueda vivir mejor", analiza.
Ricardo tiene la aspiración de vivir "tranquilo. Mis ilusiones, mis esperanzas, tienen que ver con que mis hijas, y mi nieta Valentina, puedan vivir bien. Nada más que eso...". Y allí se queda. No rememora estadios llenos, ni tribunas prietas y rumorosas, ni los aplausos, ni la fama. Es un tipo de bajo perfil, y vive el presente, que no es poco. "Valentina me cambió la vida, me tiene bobo", admite sin tapujos para refrendarlo.

 


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