Uno de los hitos de la música lugareña
Han pasado, como si nada, más de dos horas y la conversación, mate de por medio, se torna amena, grata, porque él se esmera en explicar -a alguien como yo que, por esas cosas del oído, no sabe de afinaciones y apenas puede distinguir un zamba de una chacarera- como es eso de armar una melodía, de estructurar un tema sin que haya un argumento previo. Salvo el que está en su imaginación.
"La Huella de Ida y Vuelta", cuya letra es de Roberto Yacomuzzi -otro referente ineludible- es, sin dudas, junto a "Milonga Baya" -de Julio Domínguez- uno de esos hitos musicales que perduran por siempre en el cancionero popular. Lalo musicalizó esa obra inmortal y ese es, claro, uno de sus grandes orgullos.
Familia del Oeste.
Nacido en 25 de Mayo pero en realidad residente de Puelén en sus primeros años -"vivíamos a cien metros del ojo de agua", cuenta-, es hijo de Geraldo y Luisa Irrazabal, y tiene un único hermano, Chiche. Casado con Marta Graciela de Diego -hija de aquel referente histórico del peronismo lugareño, el "Cholo" de Diego-, tienen tres hijos: Germán (37), bioquímico, hoy viviendo en General Pico; Camilo (35) que trabaja en Gente de La Pampa; y María Eugenia (30) por estos días de paso por su casa paterna porque reside en Buenos Aires. Dos nietos, Justito (7) y Amparo (4) completan su cuadro más íntimo. "Papá, nacido en aquella zona, era criancero y después trabajó en Vialidad y fue de aquellos pioneros que abrieron las primeras picadas para lo que después iba a ser la Ruta del Desierto", rememora sus momentos felices de la niñez. "Un tiempo atrás fui con mi esposa a ver el lugar donde yo vivía, viendo las bardas, el lugar donde se levantaba nuestra casita de adobe que ya no está, igual que la escuela... porque en esa zona todas eran de adobe en aquellos tiempos... y fue lindo volver. Si bien empecé la primaria en Puelén, la hice toda en la Escuela 62 de Toay, donde nos vinimos a vivir; y más tarde fui al secundario en el Comercial de Santa Rosa, así que me tocaba viajar todos los días para estudiar".
El trabajo, la música y lo que viene.
Eso sería hasta más o menos los 15 años, cuando la familia se radicó en la capital provincial, "ahí frente de donde está la quinta de Molas", refiere. Vendría la Universidad, el título de contador y muchos años de trabajo, primero en la Caja de Ahorros por 20 años, más tarde en la Municipalidad -cuando Guito Alvarez, el padre de Patucho, era secretario de Gobierno-, luego 14 años en la CPE Santa Rosa para terminar su vida activa en el CFI. Hoy, reciente jubilado, empieza una etapa en la que dispondrá de todos los momentos para dedicarlo a lo que más le gusta. Lalo tiene un pequeño tesoro en sus manos, en esto de disponer de su tiempo y su capacidad para hacer "tantas cosas que están pendientes. Porque uno está en todo momento pensando en función de la música, apelando al grabador para registrar una melodía que se le ocurrió y después poder trabajarla con más tiempo... En ese sentido sí que puedo decir que la jubilación es un beneficio que pienso aprovechar. Veremos...", razona.
Los Litoraleños (¡!!).
Sentados en el patio de su casa -a pasitos del Estadio Municipal-, Lalo se presta gustoso a ir soltando recuerdos. "En Toay jugaba al fútbol...El Ciclón del Oeste se llamaba el equipo en el que estaban los hermanos Zelarrayán, El Manija y El Pepe, Miguelito Crespo, Baldi Arroyat... Los primeros tiempos cuando nos vinimos a Santa Rosa me volvía siempre a Toay a ver a mis amigos... Allí había empezado con la guitarra, más o menos cuando tenía 10 u 11 y fijáte lo paradojal: teníamos un grupo que se llamaba Los Litoraleños", y se ríe con ganas Molina. "Nos presentábamos con esa zamba... 'Alto verde querido', con Juan Carlos Bidegain, Horacito Del Campo y Baldi Arroyat, y nos gustaban mucho Los Fronterizos. Pero además estaban Los Volvedores, con Bocha Bertolini, Pedro Tamborini y José Piñeiro, que intentaban más para el lado de Los Chalchaleros". Eran cosas de purrete y recién más adelante vendría el sentido de pertenencia, el saber qué es La Pampa y el adentrarse en nuestras melodías.
Las noches de bohemia.
Después empezarían las noches de bohemia, de las peñas, de encontrarse con otros autores y empezar a componer "de oído". Lo del pentagrama iba a venir más tarde, cuando decidió estudiar con Delma Provenzano, que venía de Trenque Lauquen.
Fue promediando los años 60 que surgirían lugares que serían emblemáticos para generar todo una movida cultural que tenía en el acorde de las guitarras y en la voz de los poetas, la magia singular de las noches de Camaruco primero, y La Peña del Diablo después. Allí, en esas noches de peñas, de guitarreadas, de vino y empanadas, Lalo y una gran cantidad de músicos iba a encontrar el espacio ideal para empezar a dar a conocer sus obras.
"Si, salía de jovencito y además siempre nos encontrábamos en alguna casa y armábamos una guitarreada, o salíamos a dar serenatas que muchas veces terminaban en la casa de Ciro Ongaro" -por entonces su amigo Oscar García había comenzado a noviar con Alejandra, una de sus hijas-, y el reconocido abogado era un anfitrión ideal para terminar aquellas magníficas noches de pura bohemia.
Con los grandes.
Para Lalo, y un montón de jóvenes como él, fueron momentos intensos e inolvidables, de acceso a poetas y músicos extraordinarios. ¿Porque qué mejor para un aspirante a cantor y compositor que codearse con Edgar Morisoli, Ricardo Nervi, Bustriazo Ortiz, Guillermo Mareque, Paulino Ortellado, Julio Domínguez y otros con quienes era un poco más contemporáneos como su queridísimo Roberto Yacomuzzi, Cacho Arenas, Delfor Sombra, Gury Jáquez, Pelusa Díaz y tantos otros.
Lalo habría de integrar los que fueron reconocidos grupos, como Los Ranquelinos, junto a Carlos y Beto Urquiza, Oscar García y Pelusa Díaz; y también Alpatacal, con Tucho Rodríguez, Roberto Yacomuzzi y Paulino Ortellado, y donde también supieron hacer lo suyo Mario Figueroa, Rubén Ruiz, Tito Morales y Daniel Fredes.
Pero también incursionaría como solista y compositor, aunque no fuera lo que más le gusta. "La verdad es que me gusta integrarme a grupos, es como que no asumo mucho eso de ser solista", ratifica.
Coarte, suceso inolvidable.
Pero hay un momento de su historia -que al cabo es un momento de la historia de la cultura pampeana- que no quiere olvidar. "Lo de Coarte fue magnífico. Allí estuvimos más de 10 años, y confluíamos desde musiqueros y poetas, pasando por escritores y artistas plásticos. Lo destaco porque fue una movida cultural fantástica, y sólo empezó a decaer al tiempo porque la municipalidad empezó a organizar talleres y la importante matrícula que teníamos fue disminuyendo. Conocí muy bien ese movimiento y creo que no tiene parangón", reflexiona. Coarte funcionó todo ese tiempo en la calle Pellegrini, donde antes supo estar el desaparecido diario La Capital. Nunca más hubo una movida semejante, aunque cabe reconocer que El Café de Sonia llenó, de alguna manera y por algún tiempo, el vacío enorme que quedó después de Coarte.
Molina siguió en lo suyo, cuenta que estuvo tres veces en Cosquín formando parte de una delegación pampeana y que sólo una vez tuvo la satisfacción de estar en el horario central. "Quién no quiere estar en Cosquín... lo que pasa es que te prometen a una hora y terminás tocando a las 4 de la mañana, pero en 2010 se nos dio y actuamos en horario central y tuvo una repercusión bárbara. Por eso es una lástima que lo hayamos intentado de nuevo, porque otra vez nos tocó a las 3 de la mañana. Casi nos debimos haber quedado con la impresión de esa noche especial que nos tocó en 2010", sonríe.
Lo que viene.
Hoy es presidente de la Asociación de Músicos, que acaba de obtener su personería jurídica, tiene la idea de que se cree una musicoteca para compendiar tanta obra valiosa de músicos y compositores pampeanos. "Estoy en eso y además ordenando mis papeles, porque muchas de mis obras no las tengo registradas en Sadaic".
Hoy Lalo disfruta de su familia -"es una bendición que todos estén bien", apunta-, quizás soñando con que Justito siga sus pasos. "¿Sabés que viene y me muestra y trata de sacar la huella de ida y vuelta? Y sí, se me cae la baba", admite.
Se apasiona hablando, explicando cómo se le vienen los ritmos a la cabeza ante el sonido del viento, las olas del mar o el repiqueteo de la lluvia. Igual habla siempre con ese tono bajo del que no precisa levantar la voz para decir lo que piensa, lo que cree y lo que quiere. Tiene la humildad de quien no se la cree, aunque algunas de sus melodías anden por el mundo de la canción y sean un verdadero hito. Lalo Molina, un tipo que vale la pena, sí señor.
"La Patria lo necesita".
Lalo Molina cuenta algo increíble: aún sueña con el servicio militar. ¿Cómo es eso? "Sí, a veces me despierto cuando me están convocando para hacerlo otra vez. Aparece uno que me dice 'la patria lo necesita, Molina'. Y me veo contestándole que ya hice la colimba, que por qué no buscan a otro que no la haya hecho". Lalo hizo dos años de Marina en Puerto Belgrano. "¡Dos años! Sí, al principio lo sufrí mucho, tuve que dejar todo, había empezado Ciencias Económicas y cuando volví lo que había hecho ya no servía... No quiero hacer la colimba de nuevo!", se ríe ahora sabiendo que aquello ya pasó.
Una persona muy generosa.
Edgar Morisoli es el gran escritor de La Pampa, y Lalo Molina quien ha musicalizado una gran parte de sus obras. "José Gerardo Molina, nacido en 25 de Mayo, sobre el Colorado, pertenece a dos de las familias más antiguas de la planicie que en el Siglo XIX iban bajando de la cordillera", dice con su voz grave Edgar. "Es uno de los nombres más importantes de La Pampa en el campo del cancionero popular, un hombre de lentas y permanentes lecturas que conoce acabadamente los textos que musicaliza", lo elogia abiertamente el poeta. "Uno de los músicos más estudiosos y responsables", agrega mientras refiere que "Lalo es un amigo ejemplar".
Otro que no se guarda nada para elogiarlo es Armando Lagarejo: "Lalo es un tipo extremadamente generoso. Muchos lo tienen como el músico de Edgar Morisoli, pero él no tiene problemas en musicalizar a cualquier otro poeta pampeano. A veces, sin exagerar, ni sabe ni quiénes son, pero él no dirá que no. Así es Lalo, un amigo excelente y derecho como hay muy poca gente. Ese es Lalo", lo pondera Armando, otros de nuestros vates lugareños.
Lalo supo granjearse en la vida una enorme cantidad de afectos, desde aquellos que dejó en Toay y a los que cada tanto vuelve, hasta los que cosechó en su paso por el Colegio Comercial -"hay muchos, pero nombrá a Edith Albarellos y a Nelly Fernández, con quienes hice toda la primaria y la secundaria", pide-, más todos los que supo ganarse en su paso por la música. Tener muchos y sinceros amigos gratifica y llena el alma y Lalo puede estar orgulloso de tanto cariño y respeto. Qué más pedir.
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