Una vida llena de cambios y desafíos
Un simpático y, a veces, insufrible generador de anécdotas y situaciones divertidas, pero finalmente alguien que es capaz de sacarle una sonrisa al más obstinado de los amargados.
Hacía bastante que no lo veía, pero esta semana me recibió en su casa para charlar un rato. "Mirá, te acordás que siempre anduve en el lavado de dinero", arranca, mientras muestra un puñado de billetes descoloridos que, se nota, estuvieron en el bolsillo de algún pantalón que pasó un buen rato en el lavarropas.
Con Raúl llegamos a trabajar a LA ARENA más o menos contemporáneamente, hace bastante más que 30 años, y casi de inmediato empezamos a disfrutar de lo que, para los dos, era una vida nueva. Trabajar en un medio de comunicación de aquellos tiempos, sin internet ni teléfonos celulares y apenas con una incipiente computación -y una cuota de bohemia que lentamente iría languideciendo-, participando de cientos de entrevistas, al principio más vinculadas al deporte, y luego en cualquier otra actividad que, en un diario no demasiado grande del interior del país -como era éste en aquellas épocas- era habitual: tanto le podía tocar a uno hacer una social, una deportiva o incursionar en el terreno gremial o el político. Esto es, no había especialización alguna, como podría suceder hoy.
De pueblo en pueblo.
Raúl Pablo Fernández (65), "El Flaco", nació en General Pirán, provincia de Buenos Aires. El padre, Juan Manuel, era jefe de Correos, "relevista", aclara Raúl, lo que lo obligaba a andar permanentemente por todos lados, y así la familia se radicaba algunos meses en un pueblo, al tiempo en otro. "Era una forma de ganarse unos buenos viáticos, y además mi viejo era telegrafista, uno de los pocos que había, así que ganaba bien, y andábamos para todos lados. Mamá, María Vicenta, que hoy tiene 94 años, se dedicaba solo a la tarea de la casa y a criarnos". Seis eran los hijos del matrimonio: Juan José, Azucena, Raúl, María Inés, Eduardo y Sergio. Raúl se casó con Yolanda, quien falleció en 2010, y tuvieron tres hijos, María Alejandra, Juan Pablo y Raúl. Los tres le dieron nietos: Florencia, Juliana, Juan Ignacio, Tomás Homero, Juan Agustín y Ciro.
La charla se extiende. Nos gusta acordarnos de aquellos tiempos. Y no vamos a caer en el remanido discurso de que todo tiempo pasado fue mejor. Fue como fue, y tal vez esos momentos resultaron especiales en nuestras vidas porque estábamos ávidos de conocer, de saber, de andar. Porque todos los días había algo para aprender, algo que se nos antojaba nuevo.
El fotógrafo.
Estamos más grandes pero lo miro a Raúl y lo veo igual. Será porque cuando lo conocí ya tenía sus cabellos blancos, los anteojos y el espíritu travieso dispuesto a la diablura.
"Vivíamos cerca de Mar del Plata, y todos los pueblitos los conocí porque el viejo andaba de aquí para allá, y nosotros detrás... La primaria la hice en varios lugares, y el secundario hasta tercero en un Colegio Salesiano de Bernal, donde estuve de pupilo".
Allí, en su primer año, habría de perder la visión de uno de sus ojos. "Fue jugando con un cuchillo, con un compañero. No lo sentí demasiado... quizás cuando tenía 17 ó 18, el tiempo en que uno quería acercarse a una chica... Pero nunca me acomplejó", rememora.
Después haría cuarto y quinto año en Balcarce, aunque nunca se recibió de bachiller. Raúl sufría de asma, el médico recomendó cambiar de clima y su padre lo envió a Laborde, Córdoba, donde vivían algunos familiares. "Mis tías tenían una casa de fotografía. En esos tiempos se aprendía por correspondencia, así aprendí y empecé a trabajar. Se trabajaba con una máquina de fuelle, y yo, para mejorar el comercio, fabriqué una ampliadora, porque en ese entonces esos trabajos se mandaban a Buenos Aires. Nos fue de verdad muy bien". En esa época se dio el gusto de trabajar como fotógrafo en el Primer Festival de Malambo, en Laborde. "Sacá la cuenta, los años del festival son los que llevo de fotógrafo". Y sí, son nada menos que 45 años.
De pueblo en pueblo.
Pero al tiempo iba a recibir un ofrecimiento irresistible. "Mi viejo me ofreció independizarme, viajé y nos encontramos en Buenos Aires. Qué precisás, me dijo, y me compró todo: camaras fotográficas, filmadora blanco y negro, guillotina... Me hizo un contacto y fui a caer a la casa de unos amigos de él en General Alvear, Mendoza. Pero no alcancé ni a asentarme ahí, porque vino otro fotógrafo del pueblo y me ofreció ir a 'muralear' a La Pampa".
"Muralear" era esa tarea de ir casa por casa a ofrecer los clásicos cuadros con fotos familiares. "El tipo me dice de ir a Realicó, y agarramos el tren, pero bajamos, el tren se fue y estábamos en Rancul... Y bueno, al fin era lo mismo y empezamos a patear el pueblo. Hasta un día que el flaco ese me dice que se vuelve a visitar a su familia y que regresaba a la semana siguiente. Nunca más lo vi. Había cobrado señas por trabajos para hacer y dejó el tendal, así que tuve que atender todos los reclamos. Me quedé dos años porque el intendente, un gran tipo de apellido Felicia, me ofreció conectarme y que fuera fotógrafo de La Reforma en la zona". Allí pondría una casa de fotografía, "Casa Chola". "Es que Chola le dicen a mi mamá, pero desde que puse el negocio pasé yo a ser La Chola Fernández", se ríe El Flaco.
Yolanda, la peluquera.
Un día llegó a Quetrequén. "Conocí a la peluquera, me mandé porque era la más linda del pueblo y quedamos medio de novios. Hasta que volví con las fotos y las expuse en la peluquería". Yolanda iba a ser la mujer de su vida. "Me puso un poco en caja, porque la conociste y viste lo seria que era", se turba ante un ramalazo de recuerdos. Yolanda falleció hace dos años y le dejó una herida muy profunda: "Era el sostén de la familia. Como son las cosas... Había superado un cáncer hacía 15 años, pero esta vez cuando había pasado una semana que se había jubilado, con 60 años, se fue".
No sé que decirle, no tengo palabras, porque ya lo vi llorar antes por la misma causa. Pero El Flaco cambia de frente y sigue. Se casó con Yolanda en Quetreguén y volvió a instalarse en Río Cuarto. "Era como un mandato familiar eso de cambiar de lugar a cada rato. No te olvides que mi papá tenía esa vida como telegrafista del Correo", rememora.
También locutor.
Un día se enteró que LV 22, Radio Huinca Renancó, estaba tomando pruebas porque necesitaba un locutor. "Nunca en mi vida había visto un micrófono, pero me mandé y quedé como informativista. Así que puse un local de fotos en ese pueblo y me trasladé otra vez".
Después se le ocurrió que en Quetrequén iba a estar mejor y allí se fue, con Yolanda y los dos chicos más grandes -Raulito llegaría en Santa Rosa-, hasta que otra vez: "Mirando Canal 3 me entero que necesitaban laboratorista, o algo así, y me vine. Abel Cuenya me hizo una entrevista y me iban a dar la categoría 5, pero mientras se decidían conocí a Tory Casais, que me dijo que en LA ARENA necesitaban un fotógrafo... hablé con Saúl (Santesteban),que era el director, y me dijo: probamos un mes. Me quedé quince años... Cuando había decidido irme otra vez, en el diario me prestaron una casa (donde ahora está el taller de impresión) y me quedé para siempre. Así que tengo que decir que Saúl y LA ARENA fueron decisivos en mi vida", completa.
Sin reproches.
Raúl trabajó con entusiasmo, "porque aprendía todo el tiempo y me gustaba mucho", dice ahora. Paralelamente siempre tuvo negocios de fotografía en distintos lugares de la ciudad, y seguía con el fotochart en las carreras cuadreras de caballos. Le fue bien, aunque nunca se detuvo "a hacer plata. Nunca se me dio por invertir, o por comprar terrenos, porque confié en que siempre iba a poder trabajar bien... y no me puedo quejar. Tengo mi casa, mis hijos viven en las suyas puerta de por medio en esta misma manzana -tres casas muy bonitas atrás de Villa Parque-, así que más no puedo pedir. Ellos están encaminados -el mayor se hizo cargo del negocio-, mis nietos también, así que estoy completo", me comenta.
"¿Sabés qué pienso? Que siempre afronté desafíos y me fue bien. Hice de todo y creo que fui eficiente. Estuve en General Alvear sin conocer a nadie, lo mismo en Río Cuarto y Huinca Renancó; vine a Santa Rosa y ni sabía dónde estaba Canal 3; anduve por todos lados con el fotochart y me conocen mucho... Qué me voy a quejar. De qué".
El cronista de turf.
Un día Raúl le dijo a Nelson Nicoletti, subsecretario de Medios, que le parecía bien que Canal 3 tuviera producciones locales, pero reprochó: "falta el turf". "¿Te parece?", dudó Nicoletti. En ese instante entró a la oficina el gobernador Marín. "Me dice que nos falta turf en el canal", comentó Nelson. "¿Y por qué no?", respondió Marín. Así grabó el primer programa y la locución la hizo su yerno, Fabián Denda, pero el audio resultó deficiente. "Tenés que grabarlo de nuevo", le pidieron. Lo tuvo que hacer él porque Denda ya no podía. Desde ese momento es el cronista de turf de la emisora estatal.
La boda que se hizo dos veces.
Tiene mil y una anécdotas Raúl Fernández En una oportunidad se casaba la hija de una compañera de trabajo (E.) que lo contrató para sacar las fotos de la boda en La Sagrada Familia. Llegó el día y a la noche cayó E. a la Redacción preguntando por Raúl. "No está, anda en la calle", fue la respuesta. Dos veces más vino E., y El Flaco no aparecía. Como a las 11 de la noche volvió y le dijimos que lo buscaban. "Me olvidé del casamiento!!!", y salió corriendo. Después nos enteramos: cerca de medianoche, novios y testigos volvieron al templo, caminaron lento hacia el altar, ante el párroco se pusieron los anillos, se besaron y volvieron a salir. El Flaco -que había convencido a E. y la familia- disparaba su máquina. Había pasado antes por la parroquia, habló con el cura Hipólito González e hicieron el remedo de la ceremonia para las fotos. Raúl salvó la ropa... y la vida, porque lo querían matar.
Cuando LA ARENA estaba en calle 25 de Mayo, el Laboratorio fotográfico estaba al lado del sector Corrección, un cubículo también pequeño. Para refrigerar había un equipo que se prendía desde el Laboratorio y el aire pasaba a Corrección por un tubo ubicado arriba, en la pared. El Flaco se llevaba mal con Dardo, un corrector, grandote y obeso él. Por eso, cuando se iba, por las noches, le decía "Te dejé el aire acondicionado prendido". Al poco tiempo Dardo empezaba a transpirar a lo loco... dicen que en un mes bajó como 8 kilos. El Flaco Fernández se iba pero le dejaba el equipo de aire en caliente: 30 grados más o menos. Cuando Dardo se enteró, también lo quería matar.
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