Viernes 06 de junio 2025

Lalo, el hombre que mira las estrellas

Redacción 19/01/2014 - 04.56.hs
MARIO VEGA - Llama la atención verlos deambular por la ciudad, ajenos a todo. A veces saludando apenas, a la pasada, a alguno que otro... pero generalmente como alejados y refugiados en su propio y secreto universo.
En Santa Rosa, y supongo que en cada ciudad, en cada pueblo, hay personas que se vuelven habituales, impensadas referencias, y hasta se tornan personajes a los que el resto de la gente suele mirar con alguna simpatía. No tienen nada de particular, o tal vez sí. Son seres que parecen ensimismados en sus pensamientos, viviendo sus mundos ajenos a lo que digan o lo que hagan los demás.
Ellos simplemente marchan por allí, llevando a cuestas quién sabe que reconcomios, que angustias o qué alegrías muy disimuladas. Van sin decirles a nadie de sus desasosiegos, de sus miedos, tal vez sus alegrías -si las tienen- o cualquier sentimiento que pueda embargarlos.
En esta misma columna intenté reflejar alguna vez el transcurrir de un querido personaje, el talentoso músico Jorge Satragno, al que más de una vez había visto "deambulando por las noches, vagando las calles, quizás buscando aquellas noches de bohemia, que ya no son".
Pero no es el único. No. He visto otros. Me he sorprendido desde hace un tiempo con la presencia de un muchacho -morocho, flaco, alto- que camina inagotable por aquí y por allá: muchas veces lo crucé al fondo de la Avenida Luro, casi llegando a la rotonda del Ejército; otras veces en cualquier calle del centro de la ciudad. Camina, camina y camina... A veces mascullando voces confusas e incoherentes. Por allí también anda el loco de la catedral, con esa hirsuta barba, su rodete en el cabello -casi una mata pastosa-, cargando esa bolsa que pocos saben que lleva en ella...

Caminante de las calles.
Este hombre que tengo frente a mí se llama Eduardo Hugo Frías (62), y todos lo conocen por Lalo. Acepta un café y se presta gustoso a la charla. Sabe de qué se trata, porque Gustavo Gallego -un amigo, frecuentador de esa esquina en la que nos gusta sentarnos a ver pasar la vida, y algunos personajes de Santa Rosa- lo conoce desde que eran pibes y aceptó ser el intermediario. "Lalo es coherente, si charlás con él vas a ver que conversa bien", me había avisado.
Le comento a Lalo que, por su ir y venir todo el tiempo andando las calles; y por algunas actitudes que tiene hay quienes creen que no está bien, que algo le hizo un click... y admite que algunos piensen así. Sonríe y consiente que estén los que piensen que no todo está bien... Pero de todos modos dice lo suyo: "No estoy loco... quizás no me funciona bien del todo la cabeza para algunas cosas, como para hacer cuentas por ejemplo... pero nada más".
Me da la impresión que no le interesa el qué dirán, aunque reconoce que podría ser que algunos lo miren distinto, como una suerte de personaje. Por ese ir y venir, frenético a veces; o ese moverse dubitativo por instantes, parado en alguna esquina cualquiera con qué sabe qué berretín en su cabeza.

 

Su familia, niñez y adolescencia.
Es hijo de Francisco y Amelia, y tuvo un hermano, Roberto, que muchos años sufrió un cuadro de esquizofrenia. Los tres fallecieron y Lalo quedó sólo, en la casa paterna. "Como mi papá era comisario nací en Santa Teresa y me tocó vivir en distintos lugares: Victorica, Cuchillo Co, Quehúe, Winifreda, Mirasol y Rancul. Vivo solo, y me gusta eso... estoy tranquilo, no veo televisión pero escucho radio y me gusta el folklore, pero además leo los diarios, Clarín, LA ARENA... estoy informado", relata.
Hizo la primaria en distintos pueblos, empezó la secundaria en Winifreda: "sólo primer año, y el siguiente en el Domingo Savio de Santa Rosa, pero no terminé", dirá.
Después, ya en Santa Rosa jugaba al fútbol en las vías -en el sector entre Caminito y 1º de Mayo-, porque en el barrio vivían los hermanos Gallego (Gustavo y Guille), Chiavón, los Cenizo. "Horas de jugar a la pelota, y después estábamos mucho en el Club All Boys", le gusta contar.
Eran tiempos en que todavía no estaba el bowling (el primero que se instaló), "y nos entreteníamos en la en la confitería, y en los veranos hacíamos pileta, claro. Una infancia y una adolescencia sana...", se retrotrae.
"¿Los amigos de esa época? Las primeras salidas con Quito Flores, Carlitos "(El Chorizo") Domínguez, Bocha Calcavecchia, 'Bechio' Sánchez. Tiempos de los bailes de Argentino, San Martín, All Boys, Estudiantes...".

 

"Siempre trabajé".
"Una versión" -le comento en broma- dice que no trabajaste nunca. "Me difaman, no es cierto", contesta entre serio y divertido. "Mi primer trabajo fue como cafetero en Casa de Gobierno. Con los termos sobre el pecho, sostenidos por una correa... como los cafeteros de verdad, con el gorrito y todo", refiere. "Me tomó para hacer ese trabajo Perita Bretón (fallecido no hace mucho), que me conocía del club, y tenía el kiosco de Casa de Gobierno. Después fui lavacopas en All Boys", y en esa época, aunque era fanático de los auriazules jugó al fútbol en la Cuarta de Sarmiento, "junto al Negro Cufré, Horacio Viglizzo, Pitila Maldonado, y me acuerdo que atajaba el Flaco Palacios. Pero poquito porque se jugaba los domingos a la mañana (es verdad, los partidos empezaban a las 8 y en pleno invierno era un suplicio; y en el verano también, la verdad), y te imaginás, de lavacopas, ni me acostaba. Así que fui poquito tiempo".
Llegó entonces el momento de trabajar en serio. "Mi papá ya estaba retirado de la policía, pero era laburador, y consiguió de administrador en Catriel, me llevó con él y empecé en el taller mecánico de la empresa que hacía caminos para YPF. Fueron ahí mis primeras salidas 'de grande', y ¿viste que es una zona petrolera, corría mucha plata y estaba llena de piringundines, así que algunas veces caíamos por ahí con algún amigo. Y sí... fue el momento de conocer mujeres", se ufana.

 

Vendedor, de todo. Y el futbol...
Regresó regresó a Santa Rosa, "a vender juguetes para un señor que tenía un negocio en la calle Roque Sáenz Peña; luego un tiempito en Bosso y Saldaño... y alguna heladera vendí. Y en los veranos empecé a ir a Mar del Plata, a vender máquinas de fotos, ollas, anteojos, cualquier cosa, en la peatonal y en las playas. Juntaba unos pesos y me alcanzaba para pasar el invierno", dice remedando a Alvaro Alsogaray, aquel ministro de Onganía que decía, precisamente, "hay que pasar el invierno". "Viste cuántos trabajos te nombré ya", agrega para refutar aquella "versión" de que nunca había trabajado.
El fútbol, como para muchos, era su gran pasión. "Había un grupo que comandaban 'Tonguiro' Aguerrido (fallecido, padre del abogado Marcos Aguerrido), El Ruso Schab, El Chino Bustos, El Patón González, Cahito Martínez y algunos otros, que nos reuníamos todos los sábados. Primero al lado de la cancha de All Boys (hoy está la estación de servicio), cuando nos corrieron nos fuimos a la Villa Don Bosco, después a la Escuela Hogar y terminamos en la Laguna Don Tomás. Ahí se juntaba un gentío que 'hacía cola' desde las 12 y media para hacer varios equipos que se iban turnando durante toda la tarde. Estaban entre otros el Bocha Olguín, Coqui Susvielles, Rovito...".

 

Otros trabajos.
Tuvo otras ocupaciones y en Buenos Aires se desempeñó en la empresa SADE, que tenía que ver con ELMA (Empresas Líneas Marítimas Argentinas, "pero tuve problemas con el capataz y me vine", aclara. Más tarde se fue a Chubut para ocuparse en un depósito en Futaleufú; y después el padre se lo volvió a llevar a Villa Soldatti, donde recibía los vales del comedor a los obreros que trabajaban en la construcción de 3.200 departamentos.
Nuevamente papá Francisco se lo iba a llevar a Cerros Colorados, en Neuquén, a ocuparse en el depósito de una empresa. "Se laburaba hasta los sábados y domingos y hacía horas extras, así que eran 12 horas diarias. Ahí también conocí los piringundines de Plaza Huincul y Cutralcó".

 

Mirando estrellas.
Después que fallecieron sus padres y su hermano, Lalo quedó solo y quienes lo conocen -y lo quieren bien- dicen que eso lo afectó mucho. Se lo empezó a ver errando por las calles, siempre caminando como apurado, a veces eludiendo la mirada de los otros... en ocasiones contemplando, como oteando el aire. Se lo ha visto bajo un árbol observando hacia arriba y a alguien se le ocurrió que olía sus hojas; y no faltó el que sostuvo -¿otra mentira?- que Lalo solía pararse frente al Tesoro Regional -en Avenida Luro- a "oler" el dinero que está depositado ahí. Me mira cuando se lo digo y contesta firme: "Nada que ver... para nada. Que no se confundan, no estoy chiflado".
Por estos días Lalo tiene una pensión, y también oficia de mandadero en una céntrica confitería y se refugia, mucho tiempo, en su propio y recóndito mundo. Hoy se verá en esta columna y tendrá -tal vez- un motivo para sonreír y recordar. "¿Sabés? Dicen que ando mirando las estrellas... y es verdad, sí, es verdad". En el final revela lo que siente: "Lo que pasa es que cuando miro hacia arriba los veo: a mis padres, y a mi hermano. Y no jodo a nadie hermano...". Claro que no, Lalo, claro que no...

 

El día que tuvo que saludar a Lanusse.
Lalo Frías hizo la colimba en Toay, y en la confusión de los primeros días en un lugar atestado de principiantes tuvo la chispa para decir que era enfermero. Sabía que en ese lugar se pasaba bien, así que "ponía inyecciones y todo. Practicaba con una almohada y sí, puede ser que algún soldadito salió medio rengo por alguna de esas inyecciones", se ríe con ganas.
Ese año de todos modos tuvo un accidente que lo dejó mal. "ïbamos en un jeep con un suboficial y dos soldados más al campo de Ardohain, en Doblas, donde se hacían 'maniobras' (un adiestramiento acelerado de los soldados), y en una curva volcamos. Me quebré la clavícula, sufrí golpes en la cabeza y estuve desmayado bastante tiempo", rememora.
Con un grupo de soldados le tocó ir a Buenos Aires el día que Juan Domingo Perón regresaba definitivamente al país. "Pero nosotros no fuimos a Ezeiza -donde fue el enfrentamiento que dejó muchos muertos-, sino que nos tuvieron en Villa Martelli. Después que pasó todo llevaron a los soldados pampeanos a una visita a Casa Rosada, y al Congreso, pero por hacerme el vivo me escondí y no fui. Me quedé por ahí vestido de milico, y aprovechaba a pedir cigarrillos y golosinas y la gente me daba... me llené los bolsillos ese día", cuenta Lalo.
Lo malo es que los jefes se dieron cuenta. "Como castigo me ordenaron que cuando llegara el general Lanusse al cuartel (fue de visita) yo tenía que saludarlo al ingresar. Me quedé mudo cuando lo ví entrar... Alto, canoso, venía hacia mí y yo no podía ni hablar... por suerte cuando estaba a unos 20 metros dobló y agarró para otro lado. Me salvé...", se ríe.

 

Un verdadero filósofo.
En plena efervescencia del 2001, la gente desesperada se agolpaba en el Banco Pampa para pedir por sus ahorros, atrapados en el corralito. "Llegó Lalo, dio una vuelta, los miró y al irse les dijo: 'jódanse... ustedes eligieron esa vida'. Todo un filósofo", expresó el que contó la anécdota.
"Otra vez Lalo, cuando vendía café en Casa de Gobierno, fue a verlo a Teodoro Marquez a su oficina, y pese que el funcionario estaba en reunión le dijo: 'Teodoro', después de lo de Jesús... ¿alguna otra novedad? No Lalo, quedate tranquilo', contestó Teodoro". Y Lalo se fue tranquilo, contó la misma persona.

 


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