Sabado 14 de junio 2025

A puro corazón

Redacción 15/02/2017 - 00.26.hs

"Doctor... no me va a poder creer: acabo de correr la carrera del Río V en bicicleta. Sí, 82 kilómetros y me siento perfecto", dijo el hombre desde el punto de llegada en esa competencia por rutas cordobesas. "Pero que bueno Osvaldo... que bueno, lo felicito", contestó explícito el médico desde la fundación Favaloro, donde estaba trabajando en esos momentos.
Es que Osvaldo Luis Díaz (61) había sido operado a corazón abierto el 6 de agosto de 2012, y allí le habían salvado la vida. Y ahora, tres años después, estaba concluyendo una prueba sumamente exigente... sí, como un homenaje, como un canto a la vida.
Todo el tiempo los que escribimos en un diario andamos buscando historias que se nos puedan ocurrir más o menos interesantes. Y suele suceder que, a veces, episodios que a otros se les pueden ocurrir mínimos pueden trasuntarse en alguna nota que llame la atención de los lectores. Aunque no siempre -cabe admitirlo- lo conseguimos.

 

Lo que puede interesar.
Debo confesar que, en más de una oportunidad, recibimos datos o sugerencias para una entrevista en particular, y que es verdad que no siempre -en nuestra condición de periodistas- nos sentimos atraídos por el suceso que el que nos transmite la información nos cuenta con tanto entusiasmo.
Quizás algo de eso me pasó cuando alguien me habló de Osvaldo, que hace pocos días concretó el cruce de los Andes en bicicleta. Más allá de cierta curiosidad porque una persona pueda intentar lo que, sin dudas, es una hazaña deportiva, no siempre ponderamos atentamente lo que se nos está narrando.
Debo manifestar que, en este caso, el grado de conocimiento con quien me transfería el dato medio me "obligaba" a escuchar el testimonio de Osvaldo. Si al cabo se escuchan y se publican tantas historias minúsculas que a veces no merecen el interés pleno de la gente...
Pero lo cierto es que cuando Osvaldo va contando, ofreciendo detalles, y el que escucha va descubriendo su emoción, la turbación que por momentos hace que su voz se quiebre, la cuestión empieza a tornarse atractiva. Y eso es lo que me pasó esta vez.

 

De Lonquimay, toda la vida.
Nacido en Lonquimay, donde vive desde siempre, es hijo de Osvaldo ("Tite, el mecánico del pueblo", lo identifica) y de Elba Giordano -ambos fallecidos-, y tiene otros tres hermanos, Stella, Alberto y Mario. Osvaldo es viudo de Graciela Ramos -una cruel enfermedad se la llevó en 2012-, y tiene dos hijos, Roberta y Lourdes, quienes le han dado dos nietos, Juancito (9) y Elenita (2).
"Imaginate, la vida de un pueblo... la primaria, el fútbol, los amigos. Hice el secundario en Catriló, y tenés que ver el colectivo en que íbamos todos los días", sonríe. Después la Universidad, el título de Ingeniero Agrónomo, y el regreso al pueblo. "Sí, claro, jugaba al fútbol en Lonquimay Club y me las rebuscaba bien (el equipo tiene la camiseta con los colores de Boca), pero soy hincha de Independiente de Avellaneda", aclara. Una lesión en la rodilla lo obligaría a dejar el fútbol.

 

Problema cardíaco.
El abuelo paterno era el carnicero de Uriburu, y tenía campo en esa zona, lo que lo llevó a vincularse al ambiente agropecuario, y "terminé estudiando Agronomía y considero que soy disciplinado y trabajador. Después de recibido trabajé un tiempito en relación de dependencia, pero luego empecé mi propia actividad comercial, con la semillería donde hoy continúo", cuenta.
Fue precisamente en 2012 que se producirían los acontecimientos que cambiarían su vida. Falleció su esposa, y más tarde en un control de rutina, cuando se disponía a renovar el carné de conductor, una médica le descubriría una dificultad coronaria que lo obligó a una rápida consulta en la Fundación Favaloro.
"Me revisaron y me dijeron que no me podía ir, que me tenía que quedar y que el problema había que encararlo urgente, que me iban a operar enseguida", rememora.

 

Una vida normal.
La operación quirúrgica se llevó a cabo el 6 de agosto de 2012 -para solucionar una aneurisma de aorta- y estuvo a cargo de Roberto Favaloro (sobrino de René). Fue un éxito: "Vas a quedar de modo que vas a poder hacer una vida normal", le comentó el médico cuando Osvaldo estaba todavía convaleciente.
"Obviamente me tocó hacer la rehabilitación al pie de la letra y me olvidé para siempre de la sal, porque soy hipertenso. Después de semejante regalo de Dios no tengo otra que cuidarme a rajatabla", explica Osvaldo.
Al tiempo, cuando se sintió en condiciones, después de empezar a caminar y "hacer un poco de gimnasia", agarró la bicicleta y fue "tomando ritmo" integrado a un grupo ("La Roseta", que conduce Roni Pescatori) constituido por unos 50 ciclistas que se prenden en competencias -de corte recreativo, sobre todo- en distintos lugares del país.
En una de esas excursiones fue que Osvaldo hizo la competencia del Río V, 82 kilómetros entre las sierras, que fue "una alegría tremenda, porque no sentí el mínimo dolor, ningún síntoma... y por eso apenas crucé la meta llamé al médico que me había operado", indicó.

 

Una hazaña.
Pero tenía un objetivo mayor, porque entre sus "personajes admirados están René Favoloro y el general San Martín... venía pensando en hacer el cruce de los Andes, pero el año pasado me pegué un porrazo en una prueba en Toay y me lo perdí. Pero este año pude hacerlo: cruzamos desde Bardas Blancas y pasamos a Chile por paso Vergara. Se puede ir por paso Pehuenche que es asfalto, o por donde fuimos nosotros que es todo tierra, y fue una experiencia increíble, porque hacia Chile vas subiendo la cordillera, y después viene la bajada hasta Romeral... tenés que tener mucho cuidado, porque levantás velocidades de hasta 70 kilómetros por hora cuando bajás", explica.
Osvaldo no puede dejar de mencionar la majestuosidad del paisaje, y de pensar estupefacto en la hazaña sanmartiniana. "Es algo increíble, porque San Martín cruzó enfermo, en condiciones que uno no puede imaginar... y no se puede ni comparar porque nosotros éramos 14 personas, con toda la tecnología, con el apoyo de dos autos, aunque estuvimos con mi amigo Carlos Magenta (contador de la CPE) cuatro días durmiendo a la intemperie".

 

Un homenaje.
La travesía empezó el 27 de enero, y el regreso fue el 3 de febrero último. "La verdad es que intentarlo fue una suerte de homenaje al doctor Favaloro, y también al General San Martín. Al doctor le agradezco cada mañana cuando despierto porque por su obra estoy vivo, y lo del General es una epopeya de una dimensión extraordinaria", señala.
Osvaldo Díaz hoy en día es un hombre agradecido: "Y claro, tengo la pretensión de ser feliz, de disfrutar a mi familia y mis amigos... Seguir trabajando y hacerme viejo junto a mis nietos", se esperanza.
Sí, una historia singular, porque no todos los días uno se encuentra con una persona que haya sido operada del corazón, y que pasado el tiempo sea capaz de concretar una hazaña deportiva a la que no todos se atreverían: cruzar los Andes en bicicleta. Nada más, ni nada menos (M.V.).

 

Como un hada protectora
No lo olvidará nunca. El 13 de mayo de 2012 -día de su cumpleaños-, Osvaldo Díaz fue a renovar su carné de conducir, pero cuando la médica Laura Pérez le puso el estetoscopio se dio cuenta que algo no andaba bien: "Osvaldo, siento un ruido que no me gusta nada... tenés que ver un cardiólogo urgente. Prometéme que vas a ir", le pidió.
El protagonista explica que se sentía "fenómeno, pero como tenía antecedentes, en la familia todos somos severos cardíacos, le hice caso. Justo un amigo tenía que ir a Buenos Aires y fui a la Fundación Favaloro". Cuando ingresó ya no lo dejaron volver: había que operar de urgencia.
La operación se iba a realizar el 6 de agosto de 2012, y la llevaría adelante Roberto Favaloro, sobrino de su admirado René Favaloro. "La verdad es que no me morí porque Dios es grande, y porque Laura fue un poco como mi hada protectora", reconoce la certeza de la médica de su pueblo.
Osvaldo expresa admiración cuando se refiere a la profesional que es nacida en Lonquimay, como él. "Es hija de un trabajador rural del pueblo, y pudo estudiar con mucho esfuerzo en Córdoba, y una vez recibida se volvió al pueblo... sí, diría que me salvó la vida", reconoce.
Laura es casada con Tato Gutiérrez, y tiene dos hijos, Valentina (9) y Victoria (5), y es -está a la vista- una profesional responsable y sumamente querida. En lo que representaba un simple chequeo de rutina auscultó a un vecino, Osvaldo, y contribuyó a salvarle la vida.
Hoy Osvaldo se cuida, hace deportes, y disfruta de cada momento que pasa con su familia y sus amigos... Y vaya si tiene motivos para hacerlo.

 

Admiración y agradecimiento
Osvaldo Díaz tuvo, desde siempre, una gran admiración por René Favaloro y su obra. "Tuve la suerte de conocerlo en una charla que dio el 26 de junio de 1996 en el Colegio Médico de La Pampa. Él se alojaba en el hotel que está al lado, y de casualidad me lo crucé en la vereda, y me permití pedirle que me dejara abrazarlo. ´Pero como no hijo', me dijo, y lo pude abrazar". Años después, "quien diría, en su Fundación me iban a salvar la vida... Cómo no estar agradecido", dice ahora sí quebrado por la emoción.

 

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