Walter, atrapado por la magia del cine
Empezó con un proyector cinegraf, y hoy junto a Bettina Tueros son propietarios de la empresa cinematográfica local. Primero programaron en el Don Bosco, después llegó Amadeus y ahora tienen Milenium.
MARIO VEGA
Yendo con la imaginación muchos años atrás puedo verme -todavía un chiquillo- sentado en una butaca disfrutando en los matiné de aquellos episodios de «Tarzán, el rey de la selva», o de la genialidad de Charles Chaplin (sólo con el sonido de la música que acompañaba su mímica), y más acá -pero no tanto- las películas de «cauboys», aquellos western donde parecía que se sentía el olor a pólvora de tanta arma de fuego disparada.
Todavía recuerdo en el cine-teatro Español un filme inolvidable como fue «Lo que el viento se llevó»… y muchos que a través de los años fuimos disfrutando sin preguntarnos demasiado de qué venía la trama. Los viejos filmes en blanco y negro que protagonizaban Luis Sandrini, Libertad Lamarque, Tita Merello, Niní Marshal, Pepe Arias, y tantos, en los albores de producción de películas del cine nacional.
Un poco más acá.
Vi «Krakatoa» (en su primera versión), y «El expreso de medianoche» en el Marconi a fines de los años ’60; «Ben Hur»; las de Sean Connery («007 James Bond») ya en el Monumental, y tantas… Y aquellas que se presentaban como proyectadas «en cinemascope y technicolor» con el llamado cine catástrofe como «Infierno en la Torre», «Tiburón», «Titanic»…
El cine ha sido creo que para una enorme mayoría de la sociedad un entretenimiento especial, y los santarroseños hemos disfrutado de algunos que con el tiempo se fueron modernizando, hasta llegar a esta actualidad donde Milenium nos brinda una modernísima sala, con avanzada tecnología para que las escenas alcancen condiciones de reconocida calidad.
Nazario Camarero.
Pero antes de llegar hasta aquí hubo una historia. Como decía en los primeros párrafos, hubo antiquísimos tiempos donde -según cuentan quienes se ocuparon de recrear los sucesos en torno a «nuestro» cine (Jorge Etchenique, Christian Peña y Paula Inés Laguarda, entre otros), refieren que la primera función en La Pampa se registró el 1 de junio de 1901, obviamente a sala llena, en la Sociedad Italiana.
Mi escaso conocimiento -en relación con quienes investigaron sobre el tema-, y que tienen que ver con mi propia experiencia, se remonta a la época en que Nazario Camarero se hizo cargo del Cine Teatro Español, después del Cine-Bar Florida.
Lo que vino después.
Y también puedo recordar el Marconi -remodelado tantas veces hasta convertirse en una confitería-; el Gran Norte (funciona hoy una iglesia), el Monumental, el América, el Don Bosco; y también, aunque vagamente, recuerdo el autocine, en la zona del viejo Autódromo a la vera de la ruta 5 (que tuvo su remake un par de veces con algunas funciones en tiempos de pandemia en el Parque Recreativo Don Tomás).
Los que tenemos algunos años seguramente pasamos por todos esos escenarios, cuando el cine resultaba una salida obligada.
Llegaron ellos.
Más tarde dos locos -de qué otra forma llamarlos-, Walter Geringer y Bettina Tueros, emprendieron la ciclópea tarea de poner en funcionamiento dos modernísimas salas, luego de haber regenteado por años la del Cine Don Bosco. Y nacieron Amadeus primero, y más tarde Milenium, a la postre la única que hoy día funciona en la ciudad.
Walter Geringer (58) es un santarroseño de pura cepa a quien, junto a su inseparable compañera, alguna vez habrá que reconocerle que su pasión, su perspectiva, su visión de audaz empresario -de qué otra manera definirlo en el contexto de un país tan cambiante todo el tiempo, en el que afrontar algo pareciera que nunca es demasiado seguro- hace posible que la ciudad cuente con una sala formidable.
No se la cree.
Es un buen tipo Walter… es de esas personas a las que se le adivina en el tono de sus palabras, en la forma de expresarse y mostrarse ante los demás que es buena gente. Un empresario que no se la cree, aunque esté al frente de un emprendimiento único en la ciudad, al que confluye mucha gente, y que él con Bettina manejan de manera magistral.
No le gusta mucho la exposición de una nota que es para hablar de él… «Me cuesta un poco, pero si te sirve», acepta. Y cuenta que sus padres «son de acá. Con mi hermano Nelson nos criamos con nuestros abuelos maternos…». Y enseguida habla de su relación con Bettina: «Nos encontramos en el verano del ’91 y comenzó la historia de una familia ensamblada (con Camila, Santiago y Alexandra). ¡Nada nos resultó fácil!», sonríe al recordarlo. «Pero el amor movió montañas y nos fuimos acomodando… Luego nos aventuramos en una pyme familiar, luchamos por el reconocimiento del ámbito cinematográfico, intentamos permanentemente generar espectadores y le hemos dado unos cuantos hitos a la historia del cine en La Pampa», se entusiasma.
Estudio y adolescencia.
Hizo la primaria en la Roger Valet «en el tiempo en el que viví en Villa Alonso. La secundaria la cursé en el Colegio Comercial, y en esa época ya me había mudado al Barrio Bella Vista, en una calle que en ese momento tenía un nombre raro: ‘Paul Harris’, al lado de donde se instaló el reconocido Doctor Blain… el barrio de los Pumilla», completa.
Eran tiempos de juntarse «con un grupete de compañeros y compañeras del secundario (‘Propeme ’81’, se identificaban), con el que salíamos a Crazy, luego New Star, y para juntar dinero para el viaje a Bariloche nos ocupamos un tiempo de la matiné de Maurice, un boliche que estaba frente a la plaza San Martín», rememora.
La colimba y el BLP.
Le tocó hacer el servicio militar en Comando y Servicios en el IV Cuerpo de Ejército, en lo que había sido la Escuela Hogar: «Fue justo en 1982, pero a Dios gracias la guerra terminó antes que nos trasladaran al sur. De esa época hoy tengo un grupo de Whatsapp con algunos colimbas compañeros con los que nos vemos a veces. A mí me tocó la baja en el primer sorteo, en septiembre… enseguida rendí una materia pendiente del secundario y en navidad de 1982 entré a trabajar en el Banco de La Pampa, donde estuve hasta el año 2000».
Todavía no era momento de pensar en el cine como empresario, aunque fue un tema que siempre -aún de niño, ya se verá- estuvo presente en su vida.
La magia del cine.
Al volver la mirada atrás se recuerda «cuando de chico iba a las matinés del Cine Gran Norte, al Don Bosco o al Monumental… tendría 9 ó 10 años e iba solo o con mi hermano. Vivíamos con nuestros abuelos y hasta que compraron una tele íbamos de visita a las casas de los vecinos a mirar. Recuerdo muy bien una serie que se llamaba ‘¿Es usted el asesino?’. Después me volvía a casa corriendo por el miedo», se ríe.
No obstante, aunque había algo que lo cautivaba, quizás no tenía claro todavía lo que el cine significaba para él. «Una vez pude ver en lo de una vecina un Jueves de Cine del Canal 3, ‘Milagro en Milán’ de Vittorio de Sica… Fue el detonante: descubrí la magia del cine, comprendí cómo una película puede emocionarte, o hacerte reír o aplaudir. No recuerdo en qué año fue, pero sí que comencé a jugar con cámaras oscuras que hacía con cajas y una lupa».
El cinegraf.
Le gusta contar de aquellas épocas. De pronto Walter se levanta y va hasta un mueble, para traer entre sus manos y mostrar un antiguo Cinegraf, que conserva desde que era un niño. Fue su primer proyector, un juguete que posibilitaba pasar filminas que se compraban en los kioscos. «A veces hacía yo las películas calcando en papel manteca historietas del Billiken o el D´Artagnan… ponía una sábana en un ropero, disponía unas sillas como en el cine, hacía una entrada de papel, pero no ‘vendía’ muchas. Mi hermano era mi único espectador», larga la carcajada Walter. «Yo narraba la película y hacía todos los efectos sonoros», completa.
Al tiempo fueron sus abuelos los que compraron un aparato de televisión, y «ahora eran los vecinos de enfrente los que venían a ver ‘Malevo’, una serie con Rodolfo Bebán y Gabriela Gili», precisa.
El primer proyector.
Walter, al iniciar la secundaria también comenzó a trabajar de cadete: «Hacía gestorías, llevaba expedientes a Tribunales y atendía el teléfono a la mañana en el Estudio Bertolini, con Pérez García y Borredón que compartían una inmobiliaria en el mismo lugar y que, de verdad, fueron como mis padres», los recuerda.
En ese tiempo ya dedicaba parte de su sueldo a armarse de un equipo de filmación y proyección de Super 8, un sistema de películas hogareño de la época. «Cuando compré mi primera cámara filmadora intenté realizar algunos cortos… Filmé algunas películas de la familia, un corto social, y me lancé a un cortometraje de suspenso… era la historia de un hombre de campo que encontraba cada mañana un desastre con sus animales de granja, y más tarde se descubría que él mismo en sueños lo hacía… el problema era que cuando lograba recibir el material revelado no tenía dónde revisarlo, así que juntaba todo y lo veía en la casa de un amigo que tenía proyector Super 8. En lo de Ruchi Pérez él y mis amigos y amigas compartían el bruto de cosas que creo ¡no entendían!», evoca.
Germinaba el productor.
Rememora con nostalgia aquella inocencia de pensarse realizador… «Era mucho metraje oscuro o con colores saturados… y algún pato manchado con kétchup fuera de foco; y había cortos que nunca pude sonorizar ni terminar».
Se había empezado a comprar, alquilar o canjear películas en ese sistema de cinta… Eran extractos de películas famosas para el uso hogareño que disfrutaba proyectar para mis amigos. Nunca se me ocurrió actuar».
Probablemente -sin saberlo a ciencia cierta- empezaba a germinar en él la idea de alguna vez manejar, de verdad, una sala de cine. Lo que obviamente llegaría muchos años más tarde.
Opinando de cine.
Obviamente fue cambiando la tecnología que desplazó al Super 8; llegó el VHS el videocasete de uso doméstico, aparecieron los videoclubes. «Yo ya trabajaba en el Banco de La Pampa cuando comencé a escribir recomendaciones de películas para ver en video… Primero en LA ARENA, luego en La Reforma y en El Diario. A mediados de los ’80 también Mario Galdín, que era director de Radio Nacional, me dio la oportunidad de hacer un programa de cine y música que estuvo los sábados al mediodía y se llamaba ‘Video Sugerencias’. Y a la vez colaboraba en otros programas de FM haciendo comentarios o co-conduciendo», amplía.
Reapertura del Don Bosco.
Llegó un momento en que aquello que alguna vez habrá soñado, o no, se haría realidad. «Era 1995, yo trabajaba en el Banco y Bettina era maestra de escuela… cuando salía la pasaba a buscar por la Escuela 74 (manejaba ella) y veíamos abandonado y tapialado el viejo Cine Don Bosco. ‘Podríamos abrir el cine los fines de semana con películas para chicos’, se comentaron entre sí… «Y sería el inicio de una locura, en la que apasionadamente aprendíamos sobre la marcha. El 1 de septiembre de ese año, con una pareja de socios que tuvimos en el inicio, reinauguramos el Don Bosco. Era un sueño hecho realidad.
No fue fácil, y muchas veces amagaron con tirar la toalla. «Pero Bettina sugería probar y seguir un poco, y yo a su vez la alentaba a ella, porque no queríamos dejarlo. De a poco, con muchísimo trabajo, todo comenzó a remontar y a convertirse el cine en una salida familiar».
La experiencia de Amadeus.
Pero vendrían aún locuras superiores: «En 2004 inauguramos el Cine Amadeus, un espacio como no hubo otro igual, hoy cerrado definitivamente por la pandemia. Luego construimos de cero el Cine Milenium que abrimos en 2016 y ese mismo año las autoridades del Colegio Domingo Savio decidieron darle otro destino al Don Bosco, que cerró como cine en noviembre», casi se lamenta.
La experiencia no iba a terminar bien, porque si bien era una sala muy moderna, con amplios espacios para otros aspectos de la cultura -presentación de libros, charlas, conferencias, etcétera-, dotado de las últimas tecnologías, la pandemia iba a hacer lo suyo. «No se podía abrir el cine y nos vimos obligados a armar una cadetería con los empleados, porque algo había que hacer…», señala. Después ya no hubo caso y Amadeus pasó a ser uno más de los tantos emprendimientos que llegaron a su fin frente a la crisis provocada por la calamidad que se abatió sobre el mundo.
Seguir, siempre seguir.
No obstante, Walter y Bettina, con sus hijos, colaboradores y amigos crearon ACP Cine (Asociación Civil Pampeana de Cine), «con el objetivo de fomentar el cine, rescatar su historia en La Pampa, hacer los ámbitos culturales inclusivos, entre otros. También hacemos ‘Jueves de Cine en Televisión’, un programa con una película en el Canal 2 de la CPETv, que surgió con los cines cerrados. Y también participamos en una Federación de Exhibidores de la Argentina que nuclea empresas familiares y pymes de la actividad cinematográfica en el país».
Milenium ha quedado como el único cine de la ciudad. Casi como testimonio de una historia que comenzó aquel 1 de junio de 1901, nada menos. Walter -y también Bettina, por supuesto-, puede sentirse verdaderamente orgulloso de mantener una empresa que, como todas, está expuesta a los avatares de una economía siempre fluctuante, a la que además le cayó encima -como a todo el mundo- una pandemia que segó la vida de muchos y lastimó a la sociedad entera. Paradójicamente casi como una de esas películas que nunca hubiéramos querido ver.
Y allí está Walter, el que fue el chico del cinegraf, y hoy cumple la máxima ilusión de su vida… Y sí, claro que dan ganas de desearle que le vaya bien… muy bien. Sin dudas se lo merece. Por tenaz, por emprendedor… al cabo por ser un soñador.
Entre patio y cocina.
En tantos años de proyectar cine, son muchísimas las anécdotas que puede recordar Walter. «Sí, se han dado muchas, en el hall, o en el trato con el público, algunas muy simpáticas», admite.
Y cuenta aquella vez que en el viejo Don Bosco «un espectador entró tarde a una función de la taquillera ‘Titanic’ y salió enseguida al hall enojadísimo y gritando: ¡Cómo es que ya se hundió el barco!… Y muchas explicaciones no había para darle… había llegado tarde el señor».
«Otra vez entraron cuatro pibas, jovencitas, y una de ellas llevaba un bulto bajo el brazo… la verdad es que en principio nos extrañó, pero no parecían que fueran a hacer algún tipo de lío. Después nos dimos cuenta para que era -narró Walter-… dábamos una película de terror y cada vez que había una escena muy fuerte se tapaban con una frazada», se ríe.
Revela que «hay muchísimas películas que me han impactado en su momento; otras que han ‘envejecido mal’, y algunas que aún me conmueven. Soy un seguidor de toda la saga de Star Wars-La Guerra de las Galaxias; y la primera, el episodio IV la vi en el Gran Norte de la calle Raúl B. Díaz, que reabría renovado en 1979».
Después Walter se refiere a sus entretenimientos, más allá del cine. «Me encantan las actividades de jardín y patio… ¡Sí, de vez en cuando agarro la pala!, aunque no lo crean», se ríe. «Pero además me gusta cocinar. Por otra parte antes de la pandemia salía a correr y me anotaba en algunas competencias de distancias cortas, y es una actividad que voy a retomar en cualquier momento», promete.
Y en lo deportivo-recreativo le gusta ir a nadar al Club All Boys «junto a un grupo de nadadores adultos, que han aprendido de grandes», completa.
En estos tiempos despunta «el placer de escribir haciendo algunas notas para Caldenia, y hago también publicaciones en las redes del cine». Agrega que cuentan «con una colección de películas de una Dvdteca, un cajero automático de películas en DVD o BluRay que nos quedaron con unas cuantas joyitas del cine mundial en ese soporte», indica.
Y es así: el cine se queda con la mayor parte de las horas de su vida. Es lo que eligió desde que era un pibe. Y está en su salsa.
Artículos relacionados