Miércoles 11 de junio 2025

«La Pampa es nuestra segunda casa»

Redaccion 11/09/2021 - 21.01.hs

En «El Principito», Antoine de Saint Exupery quedó varado en el desierto por un desperfecto mecánico en su aeroplano, y mientras lo reparaba conoció a aquel niño maravilloso que decía: «lo esencial es invisible a los ojos». Cuando finalmente logró arreglarlo, retomar vuelo y regresar, su mundo había cambiado para siempre.
Algo parecido le sucedió a los Ledesma, una familia santafesina que quedó varada en La Pampa hace ocho meses, cuando expiró el motor de su viejo Mercedes Benz 316, a 20 kilómetros de Santa Rosa. Tras rectificarlo, pasearon durante un mes por 14 localidades, y ahora están listos para reiniciar su travesía. «Será una nueva despedida y con muchas emociones, porque La Pampa se convirtió en nuestra casa y la llevaremos en el corazón durante todo el viaje», aseguran.
Habían partido el 21 de diciembre desde Rafaela: Gustavo y Tati, sus hijos Brian, Candela y Emiliano, con las mascotas Renzo y Milo. Vendieron su panadería para rodar detrás de un sueño, unir Ushuaia con Alaska en un épico viaje familiar. «Llegamos a Córdoba, recorrimos un poco las sierras y salimos para el sur». Pensaban seguir hasta el fin del mundo.

 

La Pampa, ¿la nada?

 

«Nos decían: a La Pampa la pasan de largo, porque no hay nada. Pero ¿cómo puede ser que no haya nada? nos preguntábamos». El 8 de enero ingresaron a territorio pampeano por Realicó, donde se detuvieron a cargar combustible y cruzaron a dos viajeros en una casilla rodante que saludaron con bocinazos. En Eduardo Castex estaba cerrado el Parque Temático y otra vez se encontraron con la casilla y su bocina. «Es normal que los viajeros nos saludemos y apoyemos en la ruta». Era una señal, pero no lo sabían.
Un rato más tarde el motor se apagó, en el kilómetro 356 de la ruta nacional 35. Sin señal ni batería, sus ocupantes vieron otra vez la casilla rodante y abrigaron una esperanza. «Pero pasaron tocando bocina, imaginando que habíamos parado a descansar».
Al día siguiente, conocieron en Santa Rosa a tres viajeros: Amílcar («Amor Nómade», Matías («Los sueños se cumplen») y Néstor («Buscando la Vuelta») quienes los remolcaron hasta un estacionamiento frente al aeropuerto. «Se convirtió en nuestro patio. Aquí hicimos decenas de amigos y muchísima gente nos ayudó con mercaderías, carne y verduras, comprando nuestras artesanías, invitándonos a sus hogares».
Para juntar recursos se pusieron a trabajar. Primero con alfajores de maicena y pre-pizzas, después con artesanías, y finalmente «vendiendo sahumerios, porque podíamos visitar casa por casa». Ahorraban todo lo que podían para comprar repuestos y pagar el arreglo.

 

Segundo hogar.

 

Así pasaron ocho meses. «Se nos hace difícil reiniciar el viaje, porque generamos un vínculo muy fuerte. La Pampa es nuestra segunda casa. Siempre hubo gente bien dispuesta y nos llevamos una experiencia tremenda. Hicimos muchas amistades, sentimos como nuestra esta ciudad y le tomamos mucho cariño». Sentados en su comedor, se muestran conmovidos «por tanta ayuda. Cuando buscábamos dónde rectificar el motor, los presupuestos parecían inalcanzables, hasta que en Rectificadora Luengo nos dijeron: vamos a hacerles precio de amigo. Nos cobraron los repuestos al costo y prácticamente nos regalaron la mano de obra».
Muchas personas pasaban para ver el colectivo y colaborar. «Dejaban 500 ó 1.000 pesos, incluso hubo quienes nos dieron 5.000 pesos y un vecino dejó 100 dólares. Con algunos nos hicimos amigos, a otros no volvimos a verlos». Entre los amigos, destacan a Amílcar, que «estuvo siempre, sacó y colocó el motor, y ni quería cobrarnos» y al Lubricentro Roday, que «nos regaló aceite, filtros, anticongelante y hasta agua para el radiador».

 

Una gira pampeana.

 

La misma solidaridad encontraron mientras asentaban el motor. Recorrieron 14 pueblos: Toay, Uriburu, Miguel Riglos, General Campos, Alpachiri, Macachín, Anchorena, Guatraché, Lonquimay, Catriló, General Pico, Intendente Alvear, Realicó y Eduardo Castex. Cuando volvían, un cartel de La Virginia les recordó el sitio donde quedaron varados. «Hubo un silencio largo, hasta que terminamos de pasar, y entonces estallamos de alegría».
Habían empezado por Toay. «Ahí apareció un tal Pedro Vigne, se sentó y nos contó la historia del pueblo y de La Pampa. No sabíamos quién era, pero al rato empezaron a caer vecinos, uno tras otro: habían leído la web del historiador del pueblo». Estuvieron cuatro días. «Nos invitaban a almorzar y cenar, hasta que decidimos rechazar invitaciones o nos quedábamos a vivir».
Cuando llegan a un pueblo se acercan a la plaza o algún parque. «En Uriburu hay un armario para dejar libros. Estábamos ahí cuando llegó la viceintendenta (Ivana Ferrer) y nos ofreció el camping, con duchas, baños y hasta wi fi». Incluso pudieron conocer el Ojo de Agua: «Está cerrado por pandemia, pero nos autorizaron entre las 7 y las 13, cuando trabaja el personal municipal».
En Miguel Riglos estuvieron con los bailarines Marcelo Gómez y Cecilia Arias y el periodista Marcelo Alejo, dueño de la FM Azul (107.3). «Tiene un museo con el árbol genealógico de su familia y la de su esposa. Hay pertenencias de sus tatarabuelos, anteojos, zapatos, herramientas, teléfonos y todo tipo de objetos antiguos». Allí también «se acercaron vecinos con mercadería, entre ellos Pablo, dueño del frigorífico Quelolac, con una picada enorme, gaseosas y vino».

 

Encuentros mágicos.

 

Luego pasaron por Alpachiri y Macachín («donde nos vino a visitar Javier Martín, de Santa Rosa») y llegaron a General Campos, pueblo de José Luis Lazarte, ex combatiente y dueño de «La Malvinera», aquella casilla que los saludaba con bocinazos cuando entraban a La Pampa. «Se enteró por LA ARENA de que estábamos varados y un tiempo después pasó a visitarnos. Nos dejó dulce de leche La Mimosa y su número de teléfono». Lazarte mantiene el museo «Rincón Malvinero» y también visitaron «La Vieja Usina, donde Germán nos mostró motos antiguas en funcionamiento y todo tipo de antigüedades».
En Guatraché los esperaban «Raúl Ponce, su esposa Graciela y la Colonia Menonita», entre cuyos miembros despertaba mucha curiosidad esta forma de vivir. «Era algo novedoso para ellos y visitamos todos sus campos, menos dos, por falta de tiempo. Y algunas familias nos invitaron a sus casas» cuentan, mientras exhiben las fotos que se tomaron.
Luego pasaron por Anchorena, donde los recibió «el intendente Gustavo Pérez, y una familia (los Matilla) nos adoptó por dos días». También en Lonquimay fueron recibidos por el intendente, Manuel Feito, y lo mismo sucedió en Catriló. «En General Pico nos quedamos una semana y estuvimos con Guillermo Errea y Rosana Kozac (Circaos), Guillermo y otros amigos». Luego entraron a Intendente Alvear, donde se maravillaron con el Gobron de 1911 restaurado que exhibe la municipalidad, y también pasaron por Realicó y Eduardo Castex. Tardaron cinco semanas. «Nos abrazamos al llegar a Santa Rosa: era como volver a casa», recuerdan.
Algo inexplicable les pasó a los Ledesma en estos meses. «Si el viaje sigue su curso como pretendemos, pasarán muchos años hasta que pisemos de nuevo La Pampa. Tal vez por eso se hace tan difícil la despedida». Es que se volvieron pampeanos: no saben en qué madrugada darán la vuelta, por eso ir pa’ delante, tanto les cuesta.

 

Una gata llamada «Pampita».

 

Salieron en el Pillqu con sus mascotas Renzo y Milo, dos caniches que hacían fiestas a cualquiera que pasara. Un día, Milo fue atropellado por un vehículo, sufrió lesiones muy graves, y falleció. No habían aliviado la tristeza cuando fueron testigos de otro incidente sobre la ruta: «un conductor que circulaba justo por acá arrojó una gatita por la ventanilla, hacia la banquina».
Gustavo se acercó y la levantó. Era una pequeña cachorra tricolor. «Había pegado fuerte contra el guard rail y tenía la cabeza muy lastimada. Pudimos curarla, la adoptamos y se convirtió en el miembro pampeano de nuestra familia. Se llama Pampita y viajará con nosotros hasta Alaska».
Quienes conviven con felinos saben que jamás abandonan su territorio. Por eso resulta tan difícil trasladar un gato. Pero Pampita hizo buenas migas con Renzo y su casa es el motorhome, lo que resulta una gran ventaja aunque trae algunos inconvenientes. «Ella baja del Pillqu y recorre la plaza o parque donde estemos. Si se acerca un perro, puede subir a un árbol. El problema es que se la llevan, especialmente los chicos. La ven sola y piensan que se perdió».
Así sucedió en Lonquimay. «Estábamos en la plaza y Pampita desapareció. No la encontrábamos por ningún lado. Empezamos a buscarla por las redes, publicamos su foto, le contamos a nuestros amigos». Desde Miguel Riglos, Marcelo y Cecilia convocaron a sus conocidos en Lonquimay para que ayudaran a extender la búsqueda por el pueblo. «Esa noche vino una nena con Pampita en brazos. La había levantado en la plaza, creyéndola sola y perdida, y venía a devolverla porque se había enterado que era nuestra».

 

Una bandera de la provincia.

 

En el motorhome suena «La Pampa es un viejo mar», interpretado por Noelia Parenzuela, y los Ledesma se emocionan. «Hace poco nos invitaron para hablar de nuestro viaje y recomendar lugares en un programa sobre viajeros (Porotito de viaje). A La Pampa no la recomienda nadie, y por eso decidimos hablar exclusivamente de sitios pampeanos. Nos decían en La Pampa no hay nada, y al final terminamos convertidos en pampeanos». En su colectivo llevan banderas de los países que pisarán. «Nos gustaría sumarles una bandera de La Pampa, para llevarla hasta Alaska», dicen.

 

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