Bettina Tueros, una persona mil puntos
Quiso ser profesora de educación física pero tuvo una grave lesión. Manejó tres salas de cine –y continúa- pero admite que el deporte es el centro de su vida. Es una persona muy querida y respetada.
MARIO VEGA
A veces, en esto de hurgar en la vida de la gente para armar una de estas notas de domingo para LA ARENA, me he encontrado con agradables sorpresas. Aunque pienso que son estos tiempos de alguna desesperanza, de una tristeza que se puede advertir en el diario transcurrir –campea en el aire una cierta decepción frente a la dura realidad-, de pronto uno halla gente que con su ímpetu, su energía, sus ganas de hacer, de ir para adelante, alientan a creer que todo puede ir un poco mejor.
A Bettina Tueros la conocía -pero no tanto como a su hermano Fabián (arquitecto)- y obviamente sé de su actividad empresarial vinculada al mundo del cine. En estos días, diversos testimonios –de estos que suelo buscar para saber un poco más del personaje- me dieron pautas de su forma de ser. Alguien la definió como una persona que es una síntesis de potencia y sensibilidad, y no está alejado de la realidad.
Bien plantada.
Sin dudas, si es así se puede hablar de alguien muy especial, que conjuga un carácter fuerte –de esos que determinan una persona bien plantada en la vida- dotada en este caso de la sensibilidad y talento para soñar que caracteriza a las piscianas.
Si de Bettina Tueros se habla, es referirse a un ser muy especial, con capacidad para empatizar con aquellos que la tratan, Aunque, sinceramente, esto no sería con todos de igual manera. “Si te quiere se juega la vida por vos… y sino simplemente te ignora, no formás parte de su universo”, acotó alguien que la conoce y la quiere mucho.
La señora del cine.
Desde hace años –siempre en sociedad con Walter Geringer- ha sido empresaria del cine, llevando adelante emprendimientos que resultaron todo un suceso para la ciudad. Desde que ambos manejaban el Cine Don Bosco –por varios años-, pasando luego por esa hermosa experiencia que supo ser Amadeus, hasta llegar a Milenium, hoy –todavía- la única sala de la ciudad.
Pero además Bettina tiene un amor incondicional por el deporte, y particularmente por el cestobol. “¿Si hubiera tenido que elegir entre el cesto y los cines? ¡Sin dudas… me quedaba con el cesto!”, me dijo por estas horas.
Y así las cosas la podemos definir entonces como una empresaria con alma de deportista… ¿O no?.
La familia.
Nacida en Santa Rosa, sus padres son Carlos Tueros y Mirta Maraschio. Tiene dos hermanos, Fabián y Juan Pedro, y la familia vivió siempre en el centro, en la calle Pellegrini a metros de la Avenida San Martín. Bettina reconoce en sus abuelos maternos, “Chino” (Maximiliano) y Maruca “un soporte importantísimo” de su vida.
Se recuerda cuando niña “jugando en la calle con los amigos, y a partir de los 9 años” el club Estudiantes fue su lugar en el mundo. “Hice la primaria en la Escuela nº 2, y el secundario en el colegio Normal, con lo que no tenía muchas excusas para faltar”. Es que los dos establecimientos quedaban a poco más de una cuadra de donde vivían los Tueros: la Escuela 2 para el lado de la plaza San Martín, y el Normal para el otro lado.
Profesorado en el Cenard.
Terminado el secundario, con 17 años, marchó a Buenos Aires a estudiar Educación Física en el INEF nº 1. Su amor por el deporte, sus condiciones naturales, auguraban que se venía una profe muy especial. Para ese entonces, el Zurdo Núñez y Zoraida Parada le gestionaron una beca para que pudiera vivir en el Cenard… “De otra manera me hubiera resultado imposible afrontar el estudio en Buenos Aires”, rememora a la distancia.
Y fueron esos algunos meses de plenitud, porque estaba en el ambiente en el que siempre quiso estar, en contacto con la actividad física y el deporte.
La frustración.
Pero el destino le había preparado una jugarreta. Estaba terminando el primer año cuando, en una clase de hándbol, a un profesor se le ocurrió que Bettina tenía que mostrar cómo era un movimiento para que una compañera la copiara. “Ahí sentí que me explotaba la rodilla (lesión de ligamentos)… no lo podía creer, porque en esa clase yo había hecho lo mío y estaba mirando”.
“Y allí vinieron un par de operaciones que me demandaron un año para recuperarme”. Lo dice aún con pena porque ese sería –así lo tomó- el final del deporte para ella.
Había sido destacadísima jugadora de cestobol, integrante de los equipos de Estudiantes, de la Selección Pampeana, y también del Seleccionado Nacional. Pero esa maldita lesión en la rodilla la obligó a dejar, y estaba convencida que nunca más se acercaría a una cancha… ¡Pero la vida da tantas vueltas!
A estudiar.
“Abandoné el cesto y me fui a La Plata a estudiar Psicología”, comentó. Todo lo que hacía le demandaba un enorme esfuerzo porque el dinero no sobraba en la familia. Y recuerda aquella época: “Como Psicología tenía horarios de mañana, tarde y noche, conseguí un trabajo que era de las 9 de la mañana a las 6 de la tarde, de lunes a sábado. De modo que no pude continuar la carrera cuando estaba ya en tercer año… no podía seguir de esa manera, así que hice Magisterio que me llevaba de las 6 de la tarde a 12 de la noche… Me recibí, en ese momento nació Camila y decidí volver a Santa Rosa”.
Al poco tiempo apareció Walter y comenzó la aventura de una familia con él. Hoy, y aunque están separados, siguen su relación de otra manera, incluso siendo socios en la actividad de cine.
Tiempos de mucho esfuerzo.
Y no la tuvieron fácil. Al tiempo de estar radicada aquí –ya desempeñándose como docente- vino la oportunidad de hacerse cargo del Don Bosco; y más tarde emprenderían la aventura de sumar Amadeus (que está previsto que vuelva en el nuevo paseo que abrirá Marinelli el mes que viene; y allí estará junto a Walter).
En aquel momento la vida se convirtió para Bettina en un torbellino. Había nacido Santino, Camila todavía era una niña, y el trabajo de todos los días era abrumador, duro, y más de una vez le pintó la angustia. “A veces llegaba a casa llorando del cansancio por las mil horas que debía trabajar. Mi vida era una vorágine: los dos cines –el Don Bosco y Amadeus-, daba clases y volvía a casa a cocinar, a atender a mis dos hijos pequeños… Los tiempos apenas si me daban. Son cosas difíciles de contar… demasiadas para una sola vida”, sonríe ahora.
Una Bettina feliz.
Hoy se puede decir que retomó la calma, que ciertamente sigue con mucha actividad, pero que tiene todo un poco más controlado. Y si bien su carga horaria es de casi todo el día, Bettina es feliz. Trabaja en lo que le gusta y, además, pudo volver al amor de toda su vida: el deporte, el cesto.
En un momento se había desempeñado como entrenadora de la categoría Mini de cestoball “junto a mi querido Zurdo Núñez. Un ser extraordinario, que me marcó para toda la vida; y al que tengo más presente que nunca porque en mi rol de entrenadora actual rescato todo lo aprendido junto a él”.
Rememora que trabajó “como docente durante 10 años, hasta que la empresa que habíamos emprendido en familia requirió de toda mi atención y tuve que renunciar a pesar de ser una profesión que me encantó”.
Los cines.
Fueron varios años que “la crianza de Camila y Santiago, y ‘el cine’ se llevaron toda mi atención. Primero abrir el Don Bosco cuando corría 1995… yo embarazada de Santi cuando se dio todo el proceso de puesta a punto de esa mole que era esa sala… Una locura nos decían, todo en una época en que el país estaba realmente complicado… Pero si faltaba algo tuvimos una segunda idea: en 2002 empezamos a buscar un lugar para hacer otro cine que nos permitiera dar todo tipo de películas, y así en 2004 inauguramos Amadeus”.
Y cuenta: “De un galpón alquilado hicimos un hermoso lugar de encuentro, con bar y sala de exposiciones y actividades culturales variadísimas. Hasta allí teníamos que lidiar con alquileres, y cada dos años luchar para renovaciones bastante complicadas. Fue hasta que pudimos tener nuestro terreno y hacer Milenium; aunque reconozco que cerrar Don Bosco y Amadeus fue muy duro y nos tocó aceptar situaciones muy dolorosas”.
Momento de decisiones.
Explica Bettina que la pandemia fue “un capitulo aparte… hizo que empezara a tomar decisiones personales que tenían que ver con postergaciones y con una idea de cambio”.
Un día Camila –que jugaba cestobol- le pidió que le diera una mano a su equipo del Polideportivo Butaló. “Me quiso convencer diciendo que cuando participaban de un torneo si había 8 equipos ellas salían novenas… Primero le dije que no… pero insistió y medio a regañadientes fui a un torneo que tenían. Y de ahí en adelante el cambio que se dio en mi vida fue excepcional”, completa radiante.
Entrenar mujeres y varones.
Hasta le cambia le expresión del rostro cuando habla de su “regreso”. Y agradece esa oportunidad “todos los días, porque logré conectarme después de muchos años con mi esencia, con la vida de club, con los torneos, con el tercer tiempo, con lo que siempre quise ser y hacer”.
Sería el principio, porque luego fue convocada a entrenar el equipo de cestobol
masculino que ahora juega para el Club Belgrano (donde continúa). “Gracias a eso tuve otro gran desafío que fue dirigir la selección pampeana de varones… y es una actividad que me encantó, más allá de los nervios y la presión que sentí con esa responsabilidad”.
¿Cuántas cosas hace?
Cada tanto Bettina apela a su hija –la mamá de los nietos, Luna (8) y Manuel (6)- para que la ayude. “Tengo muy mala memoria… me olvido de las cosas importantes…”, reconoce. “Y de las menos importantes también”, acota Camila por si hiciera falta.
Y así me entero que, además es alfarera, ceramista… ¡y tatuadora! Es Camila la que lo confirma mostrando un par de dibujos grabados en su piel. Y entonces cabe preguntarse: ¿Cómo es que tiene tiempo para todo?
Cualquiera que hoy la ve como una empresaria importante –y lo es porque la actividad cinéfila la tiene como gran protagonista-, no imaginará que le tocó pasarla mal… que una lesión frustró su sueño de ser profe, que alguna vez llegaba a su casa llorando de impotencia… y que no siempre las cosas fueron para ella de la mejor manera.
Una leona.
Pero Bettina es una resiliente. De esa clase de personas que se adaptan a las circunstancias para volver a pelearle a la adversidad. Una leona que la pasó difícil, que soportó momentos dolorosos, pero que supo recuperarse para volver a ser… la empresaria que no se rinde, la entrenadora que todos quieren…
Y sí, el coraje, la pasión, la perseverancia, a veces tienen su premio muchacha... ¡Y qué bueno que así sea! Vamos Bettina… la vida está ahí delante y aún queda mucho por hacer. Claro que sí.
“Bella por todos lados”.
Bettina Tueros es “una persona bella por todos lados: como mamá, como empresaria, como amiga, como entrenadora”. Una frase que define el personaje.
Gente que la conoce bien dice de ella:
“Es docente de alma. Aplica la docencia también en la empresa familiar... Es la que ve en cada trabajador su mirada, o su postura corporal y lo llama para saber qué le está pasando. Igual es en sus entrenamientos deportivos. Y por supuesto es una imparable generadora de proyectos, de propuestas de todo tipo”. (Walter Geringer).
Otro testimonio: “Fue jugadora de Estudiantes, conocí a su mamá, a su abuela y a toda su familia. Es una piba encantadora… en cesto era muy buena: agresiva para los pases, buena marcadora. En una ocasión Oscar (Núñez) la puso de defensa y era un abrojo, terrible marcadora, y así llegó a la Selección Nacional, hasta que tuvo esa lesión. Ahora está entrenando el equipo de su hija y formó un equipazo… Bettina tiene como entrenadora la misma actitud ganadora que cuando jugaba. Que sus jugadoras la cuiden porque no es fácil conseguir alguien como ella”. (Zoraida Parada)
Empática.
“Primero, es una gran persona. Siempre pendiente de lo que le pasa a cada una… A veces alguna llega a entrenar con la vida a cuestas y se queda con Bettina a un costado, mirando, o manteniendo una charla. Hay un espacio en el que lo más importante es la persona, y eso habla de su empatía, su gran corazón, su sensibilidad. Somos más de 20 personas en cada entrenamiento y consigue transmitir lo que le genera a ella el cesto. Somos mujeres de décadas distintas, de 30 años a pasados los 50 y no hay diferencias. Y además, cuando hace falta, sin alzar la voz, con una palabra justa sabe poner límites…”. (Marcela Moya).
Marcos Paz la tiene como “la gran amiga de toda la vida. La conozco desde que ella tenía 3 años… Si algo la caracteriza es que es extremadamente emprendedora, y se la puede definir con dos palabras: potencia y sensibilidad”.
También natación.
Hay que decir que Bettina también practica natación. Lo hacía cuando piba en el Club Estudiantes y hoy con los masters en el Club All Boys, compitiendo tanto en pileta como en aguas abiertas.
Hoy en día siente que está haciendo lo que más le gusta. Su equipo del Polideportivo Butaló hace más de un año y medio que no pierde un partido. Reconoce que -aunque valora a todas- “Marcela Moya y Soledad Martín son el ancho de espadas y el de bastos”.
El alma de docente de Bettina se nota porque entrena con la misma pasión que a las chicas al equipo masculino del Club General Belgrano… “Me encanta todo lo que hago…. Y sí, lo reconozco… si debiera elegir me quedo con el cesto antes que con cualquier otra actividad”, dice en el final.
Una vida en tres imágenes.
En el cine.
La otra actividad central en su vida –obviamente la de mamá y abuela es la más importante-- tiene que ver con el cine. Aquí en Milenium, pero se viene la remake de Amadeus en el Paseo Marinelli.
Desfilando.
La rubiecita que va al frente en un desfile es Bettina Tueros, cuando integraba el equipo infantil del Club Estudiantes. Luego sería destacadísima jugadora que integró la Selección Nacional.
En equipo.
Al centro, todavía adolescente cuando integraba un equipo de mayores del celeste. Con grandes figuras del cestobol, dirigidas por el queridísimo Zurdo Núñez.
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