Martes 23 de abril 2024

"Caio", mucho más que un futbolista

Redacción 23/10/2022 - 00.10.hs

Si se tienen muchos amigos, de esos que se llevan en el alma, se podrá decir de alguien que tiene buena parte de su misión cumplida en la vida. Y de esos no le faltan, para nada, a Ricardo Valcarcel.

 

MARIO VEGA

 

Difícilmente alguien no conozca a Caio Valcarcel, o por lo menos no lo haya sentido nombrar alguna vez. Su apellido es de por sí conocido, vinculado a la política y particularmente al peronismo, teniendo en cuenta que uno de sus hermanos fue concejal, y una hermana se desempeñó como secretaria del Concejo Deliberante en otro tiempo.

 

Pero, además, él tiene una larguísima trayectoria como jugador de fútbol; también porque fue enfermero del Hospital Lucio Molas; y actualmente es gremialista relacionado con UPCN y se lo puede ver participando de cuanta reunión paritaria se esté llevando a cabo.

 

Siempre jugador. Hasta hoy.

 

No se podría decir que ha sido de esas personas que gustan del alto perfil, no obstante lo cual es alguien sumamente conocido. Ricardo Valcarcel (62), antes de ser sindicalista -actividad a la que llegó de la mano de Jorge Lezcano-, le dedicó muchísimas horas de su vida al fútbol... a la pelota, que resultó su gran pasión, como la de tantos. Siempre digo que debe ser uno de los futbolistas que más partidos ha disputado por aquí, porque torneo que se disputara allí estaba Caio desde que era un niño que apenas si se alzaba una cuarta del suelo.

 

Su nombre empezó a trascender desde infantiles, cuando con 11 ó 12 años ya se ponía la camiseta de Casa Baretto -empresa de transporte de frutas y verduras-, propiedad del padre de su amigo de todas las horas: Luis "El Perro" Bareto. "Sí, Luis ha sido mi hermano de la vida, y por cierto siento mucho su ausencia", dice ahora con tristeza.

 

La familia.

 

Ricardo cuenta que su mamá se llamaba Teófila Godoy, y su padre Ovidio (ambos fallecidos), y que la suya fue "una familia humilde. Mis padres se conocieron en Puelches y una hermana -la mayor, Nilda- nació en esa zona, llamada 'Aguas Blancas', muy cerca de Lihuel Calel. El resto nacieron en General Acha, y yo que soy el más chico aquí en Santa Rosa. Mis hermanos fueron Nilda, Mirta, las dos más grandes fallecidas; y luego vienen Hilda, Alicia, Norma y Omar; y yo soy el último".

 

Apunta que Teófila era ama de casa, y el padre "fue policía, empleado municipal, y después trabajó en la estación de servicio Gadea. Y sí, mi hermano Omar fue concejal por el peronismo y se jubiló en el Banco de La Pampa donde estuvo años. Nilda se desempeñó como secretaria del Concejo Deliberante y fue empleada de la Universidad Nacional de La Pampa. Mirta es empleada de Casa de Gobierno; Hilda docente del interior de la provincia; Alicia también empleada en la Universidad, Norma es ingeniera y trabajadora del IPAV", repasa.

 

La resistencia peronista.

 

Cuando Caio era pibe vivían en la calle Perú 955. "En ese lugar alquilábamos, y bueno... era una casa donde toda la familia era peronista. Si incluso a mi papá le tocó ir preso en la época de la resistencia, cuando operaban desde la casa donde hoy está UPCN", en Escalante 649, precisamente donde Ricardo pasa buena parte del día trabajando en el gremio.

 

Ovidio, chofer de Phillipeaux.

 

Y enseguida ofrece un dato que explica porque don Ovidio fue a parar a la Colonia Penal, después del alzamiento del 9 de junio de 1956 encabezada por el general Juan José Valle, que fue duramente reprimida y desarticulada en las primeras horas de su inicio. Esa vez el intento fracasó, pero en La Pampa, por algunas horas, se puede decir que fue distinto porque por aquí el entonces joven capitán Adolfo Cesar Phillipeaux, junto a otros sublevados --entre quienes estuvo quien luego sería gobernador de la provincia (don Aquiles José Regazzoli)-, consiguió apoderarse de la Casa de Gobierno, las comisarías y de las instalaciones de Radio del Estado. Con el paso de las horas todo concluyó y quienes participaron de la asonada contra el gobierno de Pedro Eugenio Aramburu fueron detenidos. Entre ellos Ovidio Valcarcel, quien en ese momento era nada menos que el chofer del capitán Phillipeaux. Así que tiene su explicación la condición peronista de Caio y sus hermanos.

 

Hijos y nietos.

 

Mientras charlamos agrega que tiene tres hijos varones, Emiliano cuya mamá es Celia Ortiz; Pablo con Olga Berón; y Nahum, con Elvira Zanin, "con quien me casé y luego me divorcié", precisa. El mayor trabaja con Caio en el gremio (UPCN), y es papá de Jordana (18) y Albertina (5), sus nietas. Pablo ( estudia en Córdoba esperando recibirse de Ingeniero Biomédico; y Nahum también en tierras mediterráneas estudia Medicina. "Sólo el mayor jugó un tiempo al fútbol como arquero en Atlético Santa Rosa; pero los otros dos no. Pablo jugó al básquet y es hincha de Estudiantes; y Nahum es de All Boys", completa.

 

Ricardo está hoy en pareja con Graciela Vidal, que es enfermera y a quien conoció en el Hospital Lucio Molas: "Estamos juntos hace 10 años, y es mi paz, mi cable a tierra... me tranquiliza y la amo", confiesa.

 

Estudios, trabajos y fútbol.

 

Ricardo hizo toda la primaria en la Escuela 2 (cuando estaba frente a la plaza San Martín); y "después de repetir, primer año en el Colegio Nacional pasé al nocturno Ayax Guiñazú, pero como pedían certificado de trabajo empecé en una carpintería. Era un tiempo en que hacía estudio, trabajo y en paralelo el fútbol; porque ya jugaba en la primera de Genera Belgrano. Eso fue hasta 1979 que me tocó el Servicio Militar aquí en Toay: estuve ocho meses y 11 días, y la verdad es que la pasé bien en la colimba: salía franco todos los fines e semana para jugar... gracias a Alberto Pereyra (era sargento del Ejército), que jugaba con mi ex cuñado Luis Vitale en Atlético Santa Rosa", recuerda.

 

Fútbol y más fútbol.

 

La pelota ha sido -más allá de los afectos personales- la gran pasión de su vida... y aún sigue siendo así porque Ricardo sigue despuntando el vicio en todos los torneos de aficionados que se juegan por aquí, colaboró con la Liga de Veteranos desde su creación, y estuvo en cuanto seleccionado disputó torneos de esa categoría en distintos escenarios del país.

 

Había comenzado con nada más que 9 años representando a Casa Baretto, en un campeonato en la parroquia La Sagrada Familia. "Después con mi gran amigo y hermano de la vida, Luis 'El Perro' Baretto fuimos a Belgrano donde empezamos en las divisiones inferiores con Patilla. Y a los 16 ya jugaba en la primera división", puntualiza.

 

En todos lados.

 

Ricardo Valcarcel supo lucir una decena de camisetas de diversos clubes, destacándose siempre como un zurdo hábil, potente y goleador, que muchos entrenadores querían tener en sus planteles.

 

Según datos del estadígrafo de nuestro fútbol, el colega Julio Santarelli, Caio se anotó con un gol en su primer año en Belgrano y en distintas etapas hizo más de 40 con esa camiseta. "En 1981 pasé a préstamos al Club San Martín, y ese mismo año fui a All Boys para un torneo Regional... en realidad jugué ahí tres regionales. En 1985 paso a jugar a Estudiantil de Castex; y en el '88 vuelvo a General San Martín donde se gana el campeonato; pero después vuelvo a Estudiantil", enumera.

 

Según los datos que pudo recabar Santarelli -no pudo registrar en total cuántos goles en total hizo Caio porque las crónicas del momento no lo registraron-, habría convertido mucho más de 100 goles en su carrera en distintos equipos.

 

Aunque la rodilla no ayuda.

 

Pero no sería todo, porque también estuvo junto con Luis Baretto en Independiente de Santa Rosa, donde el equipo salió campeón; tuvo un paso por Villa Mengelle de Jacinto Arauz; un tiempito en Tres Lomas, Sarmiento de Santa Rosa, y finalmente Villa Parque "porque dirigía 'El Perro'... eso fue más o menos todo. Y por supuesto mil partidos en la Liga de Veteranos", cierra como para dar cuenta que -aún con una rodilla maltrecha que lo obliga a renquear todo el tiempo en su vida de todos los días- el futbolista no se rinde.

 

Un poco de todo.

 

Le tocó trabajar un poco de todo, y por ejemplo cuando salió del Servicio Militar se desempeñó en un comercio hasta 1985. Y sigue contando: "Después tuve un transporte escolar durante dos años; y también fui pintor en una cuadrilla armada por el querido Topo Gallinger... trabajábamos pintando hospitales de distintas localidades saliendo desde el hospital Lucio Molas", rememora.

 

Eran los tiempos de Raúl Alfonsín, llegó la hiperinflación y "empezó a no haber presupuesto para seguir pintando... nos quedamos sin viajes y la cosa se estaba complicando", evoca Caio.

 

Nace el enfermero.

 

Pero algo iba a suceder. "Un día nos manda a llamar a Horacio Zalabardo y a mí el director del Hospital, que era el doctor (Rubén) Arletti... Era una notificación que nos esperaba en su despacho. La verdad es que mientras caminábamos para el lugar pensábamos que iba a pasar... porque estábamos sin hacer nada y podía ser que prescindieran de nosotros", cuenta.

 

A estudiar.

 

Pero lo que sucedió iba a ser bien distinto y de alguna manera cambiaría su vida para siempre: "El doctor Arletti nos dijo que era un placer conocernos y que necesitaba dos camilleros: uno en Clínica Médica y otro en Quirófano, y que quería que fuéramos nosotros y decidiéramos dónde íbamos. Yo elegí Quirófano y ahí empezó nuestra relación con Salud Pública... La Jefa del Servicio era Paulina Andiarena, que me preguntó si me impresionaba el trabajo, y la verdad es que no, que me gustaba, y eso le contesté".

 

Fue a los seis meses, más o menos, que los vuelve a llamar el director, Arletti, y "ahí caminando juntos hacia dirección nos preguntamos qué macana habremos hecho? Pero lo que quería el doctor Arletti era que estudiáramos Enfermería... Nos anotamos en la Escuela 'Joaquín Ferro' y al tiempo volvimos a trabajar efectivamente ahora sí recibidos", cuenta Ricardo.

 

Encuentro fortuito.

 

Al volver a Caio le tocó en la Guardia del Hospital Lucio Molas, con todas las connotaciones que un lugar tan sensible tiene; para volver más tarde al área de Quirófano. Un día en este lugar hubo un encuentro fortuito: "¿Qué hacés acá?", preguntó Jorge Lezcano, entonces buscando afiliados para el gremio de Unión Personal de la Nación que se estaba instalando en La Pampa. "Trabajo aquí", devolvió Ricardo.

 

Se dieron un gran abrazo recordando que cuando pibes -pero bien pibes- jugaron un torneo nacional de infantiles para All Boys. "Yo en ese momento había pensado en afiliarme a ATE, pero Jorge me convenció y desde entonces estamos juntos aquí", resume.

 

Un hombre solidario.

 

En una recorrida que realicé con muchas personas que conocen a Ricardo hubo unanimidad: "Un gran tipo. De esas personas que si uno necesita algo será el primero en estar", resume alguien, pero en realidad la coincidencia es absoluta...

 

Ricardo Valcarcel se crió en una familia humilde, de cuna peronista, y en una barriada donde la pelota era el juguete más preciado. Y aunque el devenir lo fue llevando -como a todos- a distintos ámbitos, el amor por la pelota no lo perdió nunca, y lo colmó de amigos y de alegría.

 

La vida, al cabo, lo depositó a Caio en una profesión en la que se necesita un espíritu abnegado, solidario, y que tiene que ver con la de los demás. Nada menos. Y es el lugar justo, porque "si alguien necesita algo, él siempre va a estar...". Sin alardes, sin pretender hacerse notar demasiado. Sólo porque esa es su manera de actuar... Y de verdad, qué bueno que así sea.

 

Un perro en la cancha.

 

Tantos años de andar con el fútbol le han dejado a Ricardo Valcarcel un sin número de amigos, entre los que se cuentan entre muchos Horacio Zalabardo, Mingo Campo, Jorge Lezcano, Ricardo Forestier, los hermanos Erro... Todos "muchachos" vinculados al fútbol.

 

Pero tuvo uno muy especial -fallecido hace un par de años- que fue "El Perro" Baretto, quien tiene anécdotas imperdibles que a Caio le gusta contar.

 

"Era un personaje y nos reíamos mucho... una vez jugábamos un torneo de Veteranos y Luis, que era el técnico siempre andaba con un perrito que lo seguía para todas partes. Ese día jugaba otro querido amigo, Cochelo Sierra, que no estaba en una buena tarde... en un momento del partido Baretto le hizo una seña al árbitro, creo que era Odera, y pidió el cambio: ¡Querés creer que había vestido al perrito con una camiseta y le dijo 'salís vos Cochelo', entra él'. ¡Entrá 'Gaucho'! (así se llamaba el animalito), y querés creer que el perrito entró a la cancha. Se sentó en el medio y cuando el árbitro vino a decirle algo a Luis este le contestó: 'Dejalo a Gaucho, si está haciendo lo mismo que el que salió: ¡Nada!'. Nos revolcábamos de la risa", cuenta Caio divertido.

 

La venganza.

 

En otra ocasión, dirigiendo al equipo del Casino, puso nada más que un rato a quien era el gerente, Omar Jiménez. A la noche Baretto iba y se sentaba en el restaurante de la casa de juegos y obviamente le servían gratis: "Traeme un lomito completo y una gaseosa", le pidió al mozo. Desde otro sector, mediante las cámaras, Jiménez lo estaba viendo... llamó al mozo y le ordenó: "Le llevás a Baretto medio sándwich y media gaseosa".

 

Jiménez, haciéndose el distraído fue a compartir la mesa con Luis, hasta que vino el mozo: "¡Pero qué me traés!, por qué las cosas por la mitad!", le reprochó. Y saltó Jiménez: "Cuando vos me pongas todo el partido, vas a tener el lomito y la gaseosa entera".

 

Al partido siguiente el gerente jugó todo el encuentro. Luis había aprendido la lección.

 

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